6 de marzo de 2024

Los huesos del general

El comandante supremo de las fuerzas armadas, por decreto, y con la previa autorización del Senado de la República, ha enviado a sesenta marinos, veinte soldados, once especialistas de la Comisión Nacional de Búsqueda y dos empleados de Relaciones Exteriores (noventa y tres personas en total) en busca de los huesos de Catarino Erasmo Garza Rodríguez, un don nadie de nula trascendencia histórica que pasa por un gran revolucionario y que seguramente fue asesinado en sus correrías en 1895.

Es hora de que los huesos de ese ínclito varón vuelvan a la patria.

La expedición zarpó de Veracruz en el Huasteco, el 19 de febrero, y la búsqueda, por fortuna, no se extenderá demasiado, pues deberá volver el 16 de abril; un senador de la oposición ha llamado a esta expedición «turismo militar».

Catarino, periodista crítico y enemigo de Porfirio Díaz, inició en 1891 una revuelta contra el viejo dictador en... Texas, que fue vencida y aniquilada sin llegar a México. Entonces tuvo que exiliarse. No volvió a México. Anduvo en el Caribe de levantamiento en levantamiento, de revuelta en revuelta, hasta que cayó en Bocas del Toro, hoy provincia de Panamá. 

Dicen que el presidente de la república escribió (es un decir) un libro sobre don Catarino, célebre precursor de la Revolución Mexicana, aunque en otros ámbitos, con otras fuentes y otros datos, se dice que sus méritos militares y éxitos en su lucha están por averiguarse o inventarse.

La misión, conocida por el pueblo bueno como "Rescatando al soldado Catarino", tiene el encargo de hacer labores de «excavación arqueológica» para encontrar los restos del general (es un decir) y repatriarlos.    

La primera dificultad fue hacer sobre la marcha, a destiempo, una serie de trámites burocráticos, siempre engorrosos y absurdos, como pedir permiso a la hermana República de Panamá para el desembarco de los militares y que hicieran hoyos aquí y allá. 

El final es previsible, por supuesto. La expedición será un éxito. Antes del plazo señalado, los soldados y marinos encontraran los huesos, en un hallazgo asombroso, en el que se combinaron positivamente factores tan diversos como las estrellas, la genial estrategia y táctica militares, la intuición y la buena fortuna.

No importara, por supuesto, si los huesos encontrados son de general o de sargento, de cualquier cristiano o pagano, de caballo, perro o de burro; da igual. Se anunciará orbi et urbi el gran hallazgo. Serán incinerados, y volverán en una urna de maderas finas cubierta por la bandera nacional. El Huasteco entrará triunfal al puerto de Veracruz, entre salvas y las más viva y espontánea recepción de bienvenida que se haya visto en mucho tiempo. 

El presidente de la República recibirá las cenizas del general y ordenará que se dispongan en algún altar de la patria, y condecorará a los bravos guerreros que fueron a rescatar lo que tanto necesitábamos. 

Esto podría ser el argumento de la farsa, de una opereta, de un mal cuento, de una pésima película del Santo o de los hermanos Almada, pero sucede que es un hecho histórico. Ahora mismo tropas mexicanas buscan los huesos de un hombre que murió hace ciento veintinueve años y que no merece más atención que una línea en los libros de historia. 

Pronto nos olvidaremos de este distractor, de este disparate, que movería a risa si México no fuera el país de los desaparecidos. Hay más de cien mil personas que no volvieron a su casa, y hay más de cincuenta y dos mil cuerpos sin identificar. 

Y hay mujeres heroicas que se juegan la vida por buscar los cuerpos de sus hijos; lo hacen contra viento y marea, a pesar de los criminales, y la desatención y la obstrucción de las autoridades; lo hacen con rabia, con llanto, de rodillas, y escarban con las uñas. Y no dejarán de hacerlo. 

5 de marzo de 2024

Este libro no sirve. Hay que destruirlo

Mañana, 6 de marzo de 2024, será presentada en Madrid, En agosto nos vemos, una novela corta, inédita, póstuma, de Gabriel García Márquez; en este día cumpliría noventa y siete años. El acto será transmitido por internet, y también desde mañana el libro, que será lanzado de manera simultánea en cuarenta ediciones, estará disponible en las librerías de muchos países. 

Será una gran fiesta de la mercadotecnia, la promoción y el arte de vender libros. Puede ser también una fiesta literaria. Supongo que para algunos lectores entusiastas y admiradores sin reservas de García Márquez será una fecha memorable, e irrepetible, porque ya no hay escritos inéditos que podrían publicarse en el futuro. 

Rodrigo y Gonzalo García Bacha, hijos y herederos del novelista, decidieron ahora publicar una novela que su padre se había negado a hacerlo. Si bien el propio García Márquez publicó hace muchos años un capítulo, después de varias versiones (esta que se publica es la quinta) quedó insatisfecho con el resultado y decidió no publicar la novela.

No hay dudas sobre la opinión que García Márquez tenía de su novela: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo.» Y cometió el error de no destruirlo él mismo, con todas las versiones y archivos digitales. Los hijos tampoco lo hicieron. Dicen en el prólogo: «No lo destruimos, pero lo dejamos a un lado, con la esperanza de que el tiempo decidiera qué hacer con él.»

No es el tiempo quien lo publica ahora, sino la ambición. Publicar un libro imperfecto, que había dejado insatisfecho al autor, que era tan escrupuloso y limpio en su escritura, tan impecablemente cuidadoso de su prosa y el artificio novelesco, es un acto por lo menos cuestionable. Los señores García Bacha dicen que «... no está tan pulido como sus más grandes libros. Tiene algunos baches y pequeñas contradicciones...», etcétera. Es decir, no es ni de lejos el mejor libro de García Márquez.

¿Era necesario publicar una obra así? ¿Aportará algo al prestigio y la gloria literaria de García Márquez? Me parece que antes puede suceder lo contrario. Hay casi un consenso total de que dar a la luz Memoria de mis putas tristes fue un error grave, una caída al final de una exitosísima vida literaria; ahora quedará el consuelo de que no García Márquez sino sus hijos los que se equivocaron.

Hace unos años el hijo de Vladimir Nabokov publicó el manuscrito de la novela El original de Laura. El novelista dejó muy claro que esas 138 tarjetas en las que trabajaba eran borradores, y que esa novela estaba inconclusa. Su voluntad no fue respetada, y ese libro es un apéndice o una anécdota de la obra poderosa de Nabokov. 

Si un autor no quiere que se publique alguno de sus escritos, debe destruirlo él mismo, y no dejarlo en manos de sus hijos, sobre todo de sus hijos, y de otros parientes, agentes y representantes. Tarde o temprano (en realidad, cuanto antes, mejor) si se puede lucrar con el libro, alguien, los herederos, cederán los derechos a algún editor, pedirán un adelanto y cobrarán puntualmente las regalías de los derechos de autor. En el caso de García Márquez se empieza con cuarenta ediciones en muchas lenguas, y en el caso de Nabokov también debe de haber sido una fortuna lo que esa obra generaba por sus derechos en todo el mundo. 

La historia del autor que pide destruir su obra y ésta terminada por ser publicada ha sucedido varias veces. Virgilio, insatisfecho con la Eneida, pidió que fuera destruida, pero Augusto, primer emperador de Roma, creía, con razón que ese poema era la fundación mítica y literaria de Roma.

Y el caso de Franz Kafka es más que conocido. ¿Debemos agradecerle a Max Brod que no haya cumplido la voluntad de su amigo? Y Brod fue mucho más allá. No sólo dio a la imprenta la obra de Kafka, sino que la ordenó, la comentó, la editó y difundió. No tengo noticia de que lo hiciera por dinero. 

Hace unos años la familia de García Márquez puso a la venta ropa del escritor colombiano, aunque parece que con fines benéficos. Parece que la venta no estuvo abierta a todo público, hacía falta una invitación, algo así. La venta de cochera fue en la casa de García Márquez en Ciudad de México, a la que se podía visitar como un museo, si se hacía una cita y se pagaba una cuota.

Lo dicho, si algún heredero puede lucrar con un libro inédito, lo hará. Aunque la voluntad del autor lo prohibiera. Aunque el libro esté inconcluso o su ejecución esté por debajo de las mejores páginas de ese escritor, el libro será dado a la estampa a cambio de dinero. Parece una constante sin excepciones, como si tratara de otra ley de la física clásica.

4 de marzo de 2024

Una evocación de Emily

Emily Dickinson se esmeró en hacer de su vida un atributo más de su poesía. Pasó muchos años mirando el mundo (su jardín) desde su ventana. Y si un día decidió no salir de su casa, terminó por no salir de su habitación, en la que escribía sus poemas a los que restaba importancia y guardaba en un cajón. 

Emily Dickinson era un ser singular, un misterio, y una de las grandes poetas de la lengua inglesa. Dominique Fortier, escritora canadiense, ha imaginado la vida de Emily, de la que sabemos lo suficiente para saber que casi nada sabemos. Este pequeño libro, Las ciudades de papel (minúscula, Barcelona) es una biografía/ensayo/cuento muy libre sobre lo que sabemos y no sabemos de Emily. 

Fortier la recreó tanto como la imaginó, y ha logrado un retrato verosímil y sugerente. Su capacidad de crear atmósferas y personajes, de imaginar y evocar es notable. En párrafos escasos y cortos dice más que otros muchos autores en decenas de páginas. El original francés debe ser realmente una buena pieza de escritura, pues traducido ya suena y se lee estupendamente. Se siente vibrar el goce de la palabra viva, de la buena literatura. 

Este librito, en verdad una delicia, nos acerca a la intimidad de Emily, y el lector lo agradece y lo goza como si fuera un caramelo.

1 de marzo de 2024

Carta a Juan Rivera

 Querido Juan:

Hace menos de un mes me enviaste un ejemplar de tu novela La casa de la memoria rota (La Huerta Grande Editorial, Madrid, 2023). Es una edición muy bella, y tengo la impresión de que los libros de verdad, los de papel y tinta, mejoran cuando las artes gráficas y el proceso editorial alcanzan una realización notable, una ejecución esmerada; así, creo que esta nueva edición da mayor realce a tu novela publicada en el año 2021 (Gobierno del Estado de México, Toluca). Esto de que los libros mejoran, son más nítidos y profundos, más finos y logrados, debe ser una manía de lector, pero un libro bien compuesto y mejor impreso en buenos materiales siempre es una alegría. 

Así, con las dos ediciones en la mesa, noté que las dos notas biográficas hablan de libros que no conozco. Te pregunté por ellos, en el correo en el que te agradecía el envío. Respondiste así:

«Me preguntas sobre otros títulos que aparecen en la solapa de mi novela. La historia inconseguible es una novela juvenil que obtuvo en 2021 el Premio Internacional FOEM. Pensé que te la había enviado ya. Al próximo envío, te la adjunto para la colección. La edición está bellamente ilustrada. Un dato curioso es que la escribí durante un curso de literatura juvenil en Casa Lamm, diez años antes de su publicación. Sobre los libros de cuentos, puedo decir poco: con el primero, El lecho del mar, obtuve el premio estatal de literatura del estado de Hidalgo durante la preparatoria, lo cual me facilitó en gran medida el proceso de conseguir chicas. Y el segundo, La ronda, lo escribí a los dieciocho años para continuar con el hechizo. A pesar del paso del tiempo, no me avergüenzan. Creo que ya desde entonces está presente una filosofía personal que me gobierna dentro y fuera de la página: hacer bien las cosas. Porque aunque no haya mucho material, mucho talento o mucho de nada, se pueden hacer bien las cosas, todas. Aun así, tampoco voy por la vida presumiendo aquellos libros. Fueron y estuvieron bien.»

Me quedo con dos ideas: la voluntad de hacer bien las cosas, y que los libros pueden ser útiles en el proceso de conseguir chicas. No pensaba en esos libros de adolescencia y primera juventud, publicados hace más de diez años; supuse que sólo serían el sustento de la obra que escribes y escribirás, y que habría que volver a mirarlos con el tiempo, y ver qué ha sucedido con ellos, y que por lo pronto no te avergüenzan, lo cual quiere decir que tienes buena relación con ellos.

Coincidencia podría ser el nombre de una novela. Borges creía en ella, también García Ponce, en un sentido profundo, casi filosófico, y algunos autores la vinculan más con la causalidad que con la casualidad. 

Unos días después respondí tu correo, y me entretuve un tiempo con la idea de los libros de formación, adolescentes, sus posibilidades y razón de ser la obra posterior. Buscaba casos, ejemplos. Contra todo hábito y pronóstico, ese martes, por un cambio de horarios, iba a comer con mi madre y mi hermano en su casa. Para llegar, tenía que cruzar un parque en el que se instala, sólo los martes, un mercado callejero, un tianguis, con puestos de comida y mercancía varia. 

No sé por qué decidí cruzar el mercado, en el que es complicado caminar, si podía rodearlo sin gran esfuerzo; no sé por qué llegué a la esquina, si había un pasillo diagonal que me libraría de los puestos de frutas y de tacos, de maquillaje y ropa barata. Pero sí sé por qué tenía que ir a meter las narices al único puesto minúsculo en el que había una veintena de libros sobre una mesa expuestos al sol. 

Me acerqué, a pesar de que iba sobre la hora y nada esperaba de un triste puesto de un mercado, porque no puedo dejar de mirar los libros que aparecen en mi camino. De todos esos libros viejos, sólo uno tenía algo que ofrecerme, sólo uno era para mí. 

Me acerqué a ese puesto para el feliz encuentro con un libro tuyo. Contra toda probabilidad, ahí estaba un ejemplar de La ronda, de 2013, en buen estado, uno más que razonable si lo imaginamos rondando por el mundo, de mano en mano, once años y asoleándose sin pudor los martes de mercado. 

No podía creerlo, Juan. Esa mañana pensaba en tus libros y de pronto uno de ellos me sale al paso. El librero me pidió treinta pesos por el ejemplar, que es el precio de un litro de leche. Lo compré por supuesto, aturdido de felicidad por el hallazgo, temeroso de los dioses, del significado de esa casualidad que tendría que ser la seña de algo mayor. 

Si me hubiera empeñado en buscar La ronda, podría haber recorrido librerías de viejo de toda la ciudad, hurgado en otras librerías, bodegas y rincones, y estoy completamente seguro de que no lo hubiera encontrado.

Ahora empezaré a leerlo con cautela, como si examinara un objeto explosivo, como si saliera de ronda. Estoy convencido de que esa coincidencia guarda un secreto, un mensaje que aguarda. Al menos creo, que así podría comenzar La coincidencia, esa novela no escrita que empieza a tomar forma a partir de un libro tuyo, que vuelve, como una exhumación, para decirme algo, para ser leído. 

Un abrazo

31 de julio de 2023

Escrito en otra lengua

Los escritores que han logrado páginas y libros que podemos llamar una obra, en otra lengua que no sea la materna o de la primera infancia, siempre han despertado en mí asombro, una particular admiración, y no sé si una curiosidad malsana que oculta algo así como una envidia tenue e inocua. 

Escribir no es fácil, en ningún caso, y hacerlo en una lengua aprendida lo encuentro tan arriesgado como el equilibrista que va en su alambre, sin red, a quince metros del suelo. Un traductor incapaz que arremete una obra extranjera por necesidad, inconsciencia o soberbia es un funambulista irresponsable e improvisado que en su caída y fracaso literario puede hacer mucho daño. 

Tal vez el autor cuya maestría literaria se agiganta por su hazaña sea Joseph Conrad, súbdito ruso (hoy sería ucraniano), que aprendió inglés hacia los veinte años al enrolarse en la marina mercante inglesa, y la lectura de Shakespeare le permitió convertirse en un clásico de la literatura inglesa con una escritura singular. Un verdadero monstruo (para evaluar esta palabra, consúltese el Diccionario, por favor).

Y ese es el punto: los múltiples matices y significados y guiños que puede tener una palabra o una expresión en la pluma de un autor dotado, por no hablar de un genio. Las palabras significan, y están plenas de significados; y no significan ni dicen lo mismo. Flaubert sabía que no hay sinónimos. Entre niño, crío, chaval, escuincle, chamaco, chavito, angelito, chico, chiquillo, muchacho, infante, hijo... hay un abismo en la intención y en el habla del personaje o la expresión estética, el tono y lenguaje que ha elegido el narrador. 

Por eso es tan difícil comprender todo lo que dicen y sugieren las palabras. Comprender en todos los niveles es saber leer de manera plena. Hacerlo en otra lengua parece una hazaña. Este punto alcanza su extremo en el caso de la poesía, por supuesto. 

¿Cómo expresar en otra lengua eso que a veces tanto esfuerzo cuesta encontrar en la propia? Dicen que se puede escribir en otra lengua cuando se piensa en ella, y es posible hacer operaciones aritméticas mentales. Puede ser. Pero yo encuentro que con frecuencia me faltan palabras en español, y los nombres de cosas y objetos, de situaciones y conceptos se me escapan. Siempre habrá una palabra que nos falta o se nos niega: el vocabulario no tiene fin.

Con todo, la lista de los que han incursionado en otras lenguas no es breve, y algunos nombres son célebres. Pero más interesante sería conocer las razones para escribir en otra lengua. 

Mi admiración por Vladimir Nabokov, en este sentido, remitió un poco cuando leí, en Habla, memoria, su autobiografía, que, cuando tenía seis años «mi progenitor [sic] comprobó aquel año, con patriótico disgusto, que mi hermano y yo sabíamos leer y escribir en inglés pero no en ruso», gracias a los buenos oficios de su institutriz inglesa, seguramente Miss Norcott. (¿Por qué dice progenitor, palabra áspera, y no padre, papá, papi, entre otras posibilidades?) Si la obra de Nabokov es admirable, y lo es, no debe sorprender que buena parte de ella la haya escrito en inglés. 

Guillaume Apollinaire, italiano de origen polaco, incidió de tal manera en la lengua francesa que cambió el curso de la poesía, y no sólo en esa lengua. Residente desde joven en Francia, terminó por convertirse en un poeta tan francés como esencial. 

Rainer Maria Rilke incursionó en la lengua francesa, pero tengo la impresión de que lo suyo fue una exploración, una incursión temeraria, más que una búsqueda o revelación poética. 

Emil Cioran llegó muy joven a Francia, y terminó por escribir en francés. Es el mismo caso de Clarice Lispector, ucraniana de nacimiento y de lengua materna pero que al emigrar a Brasil hizo suya la lengua portuguesa, en la que escribió con maestría libros definitivos.

Samuel Beckett escribió una parte de su obra en francés, y parece que no son sus mejores páginas. Esos textos «dicen menos, no están tan bien escritos», lo cual también podría ser la intención de Beckett. 

Milan Kundera, escribió en checo sus primeros libros, entre ellos La insoportable levedad del ser, novela que le basta para ser recordado entre los grandes autores europeos del siglo XX. Le preocupaba mucho, como a muchos otros escritores, la fidelidad de las traducciones* a otras lenguas, y no le faltaba razón. 

Leía y cotejaba, preguntaba y consultaba y descubría que los traductores con frecuencia hacen paráfrasis, versiones, aproximaciones impresentables o inadmisibles a su pensamiento y sus palabras, sus figuras, sus imágenes. Kundera, desesperado ante este problema, acabó por escribir sus últimos libros en francés. Y aunque tenía muchos de residir en Francia, su obra perdió brillo, calidad, precisión. 

No es fácil escribir literatura en una lengua extranjera, aprendida. Sin embargo, he conocido a dos autores, los dos italianos, y editado un libro de cada uno y puedo dar fe de su conocimiento de la lengua española. Nadie conoce tan bien un libro, después del autor, que un traductor o editor que ejerza bien su oficio.  

Carlo Cóccioli era un escritor italiano afincado en México. Escribía en español y algunos de sus libros con temas mexicanos. Tuvo muchos años una columna en el Excélsior, y se regodeaba de la calidad de su prosa. Pero, además, había escrito en francés libros que fueron celebrados y premiados en Francia (quiero decir, al menos estaban muy bien escritos), y algunos los tradujo él mismo al italiano. 

Lo conocí cuando ya era un viejo imposible y nada agradable. Y trabajamos juntos en una versión revisada de una biografía suya de Buda. Tenía un gurú, un gramático colombiano, en Bogotá, que lo asesoraba. Le llamaba por teléfono y le pedía razones y explicaciones gramaticales muy complejas. Su conocimiento del español era impresionante, y sus escritos tenían una calidad muy superior a la media de los colaboradores de los diarios, por decir lo menos. No he conocido otro caso como el suyo. 

El otro autor es autora, Francesca Gargallo, escritora e investigadora de múltiples intereses y actividades de la que edité la novela Al paso de los días. Fue una alegría trabajar con ella en la versión final. Tenía poco más de veinte años cuando llegó a México, y su español, impecable, se caracterizaba por algunos giros y usos poco comunes que antes de revelar su extranjería mostraban una curiosa singularidad. 

Tengo noticia de otro italiano. Fabio Morábito llegó en su adolescencia a México, decidió escribir en español y sigue entre nosotros. Me dicen que sus dudas y sorpresas lo llevan a consultar gramáticas y manuales, y todos los días el Diccionario. A Morábito no lo conozco, ni he editado ninguno de sus escritos, pero he leído un par de libros de cuentos, en lo que he encontrado alegrías y no poco esparcimiento.


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*No conozco el original checo, y aunque lo tuviera frente a mí no comprendería ni una palabra. Los traductores son imprescindibles, tal por eso debemos vigilar sus traducciones o versiones. Una oración de La insoportable levedad del ser dice en su versión en inglés: «In the sunset of dissolution, everything is illuminated by the aura of nostalgia». 

La versión española de Fernando Valenzuela (Tusquets) dice: «El crepúsculo de la desesperación lo baña todo con la magia de la nostalgia.» La distancia es considerable; las oraciones dicen dos cosas distintas a partir de una original. Aquí hay gato encerrado o un traidor...

¿Disolución o desesperación? ¿Iluminado o bañado? ¿Por el aura o la magia de la nostalgia? Una traducción de Google dice: «En el ocaso de la disolución, todo está iluminado por el aura de la nostalgia.» Uf. Que alguien encienda las alarmas. No le faltaba razón a Kundera.

10 de julio de 2023

William Burroughs, el héroe

En la calle Monterrey, 122, esquina con Chihuahua, en la colonia Roma de Ciudad de México, está el restaurante/bar Krikd's, que en los años cincuenta se llamó Bounty's, El lugar de la leyenda. Ocupa la planta baja de un edificio de otros tres pisos, de color morado y terracota.

El edificio y el Krikd's podrían pasar inadvertidos, el restaurante, que deja mucho que desear, es feo, viejo y no hablemos de los estrechos y minúsculos baños y su único lavabo. Pero la comida es muy buena y a buen precio, y a las tres de la tarde es muy difícil conseguir una mesa. El servicio, claro, es malo y apresurado. 

No tiene decoración, salvo dos fotografías grandes, enmarcadas en dos muros, a los que les urge una mano de pintura. En una de ellas, que tiene ya muchos años, están sentados a una mesa William Burroughs, Mick Jagger y Andy Warhol (me gusta imaginar que están en el Bounty's). En la otra foto, de Robert Mapplethorpe, de los años setenta, aparecen Patti Smith y William Burroughs. 

El edificio es conocido, y aún atrae a admiradores, fanáticos y curiosos porque en uno de los departamentos, William Burroughs mató a Joan Vollmer, su esposa, la noche del 6 de septiembre de 1951. Lo hizo intoxicado de alcohol y otras drogas, imitando el célebre pasaje de Guillermo Tell: Joan se puso contra la pared, colocó un vaso sobre su cabeza; él apuntó con su pistola y... falló.

El hecho es muy conocido, la primera anécdota de los poetas y escritores beatniks (Jack Kerouac, Lucien Carr o Allen Ginsberg, los Burroughs, entre otros). A algunos de ellos les encantaba México, en particular la capital: se divertían en los salones de baile, las corridas de toros, las peleas de gallos, la lucha libre, el box, los cabarets. La vida era barata; la comida, buena; la oferta de drogas muy estimulante, y la policía corrupta y la justicia no operaba. El paraíso.

Jorge García-Robles escribió La bala perdida, un libro sobre Burroughs y la muerte de Joan, y parece que una novela gráfica reciente tiene el mismo tema. La leyenda Burroughs sigue viva y muy activa; del crimen, hoy lo llamarían feminicidio, han pasado setenta y dos años.

Todo esto me lo cuenta apresurado el hombre del Krikd's, al que veo no como gerente, sino como dueño del restaurante y aun del edificio. Se alegró de que alguno de sus muchos comensales le preguntara por las fotos, y habló con orgullo de ellas. 

Debe de haber heredado de sus mayores el edificio. Conoce el lugar y su historia: debe de haber sido una historia muy viva en su familia por varias generaciones.

«Aquí venían, en este lugar, que se llamaba Bounty's, El lugar de la leyenda. Aquí comían y bebían. Vivían aquí arriba», dice orgulloso. «El departamento está rentado, ahí viven unas personas, pero todavía viene gente que quiere visitarlo, incluso del extranjero. Hace un mes atendí a unos canadienses. El departamento no se puede visitar.»

Puedo imaginarme el perfil del inquilino que paga un alquiler por vivir en el departamento en que estuvieron los beatniks, en el que Burroughs mató. No me extrañaría si vivir ahí tiene un sobrecosto.

La dinámica del restaurante no da para una charla reposada, pero mientras me demoro en pagarle la cuenta le pregunto qué opina de William Burroughs. Pregunta ociosa, está claro que es la figura clave, el héroe del lugar. 

16 de abril de 2023

El cuarteto de Alejandría

(Apuntes de primera impresión en doce aproximaciones sobre una investigación del amor moderno)

1.  Lawrence Durrell advierte que «el tema básico del libro es una investigación del amor moderno», y seguramente lo es.

En realidad, difícilmente podría ser de manera consistente algo más. Los sucesos de la trama, por intensos que se nos presenten, y muchos de ellos lo son en extremo, pierden consistencia y se desvanecen, se relegan a sí mismos, unos y otros, en su devenir, en su discontinuidad, en su falta de desarrollo y conclusión novelesca convencional.

Son demasiados personajes y nadie es lo que parece; suceden demasiadas cosas, y pocas significan lo que sugieren.

Más de mil páginas son muchas para un ciclo de novelas que avanzan (o retroceden) hacia ninguna parte. Nada concluye; sólo pasa el tiempo, se modifican las relaciones, suceden hechos, los personajes cambian, los arrastra la vida.

Imposible contar el argumento: se desmorona. Se deshace entre las manos.

2.  La novela, entonces, o las cuatro novelas, es lo que dice Durrell, y sólo eso: la «investigación del amor moderno».

3.  La investigación se sostiene, como dice George Steiner («Lawrence Durrell y la novela barroca» en Lenguaje y silencio), sobre el notable estilo, singular, al que no duda en llamar, en su riqueza y desuso «barroco». Durrell, «a diferencia de los novelistas corrientes, usa las palabras como si éstas estuvieran enterradas en alguna cueva del tesoro».

La riqueza del léxico, la sintaxis, la audacia de las figuras y metáforas, las imágenes, luminosas, la unión inusitada de sustantivos y adjetivos son en verdad sorprendentes.

La prosa de Durrell es en verdad única, y sobresaliente entre los novelistas contemporáneos, es decir, del último medio siglo. Durrell (y decir esto puede ser temerario e injusto, como una acusación en falso) es un maestro de la prosa, antes que de la novela.

4.  Por lances y momentos, el cuarteto como una sola novela es deslumbrante; en conjunto, un alarde de escritura: la obra de un notable prestidigitador de las palabras.

5.  La investigación del amor contemporáneo puede considerarse, otra vez según Steiner y como punto de partida «una elaborada enredadera de encuentros sexuales, pues sólo así puede la espectralidad [sic] del espíritu humano encontrar la sustancia de la vida».

Los personajes de Durrell que habitan en el Cuarteto buscan y se buscan a través de la sexualidad. Nadie los culparía por ello, pero valdría subrayar que estarían en perfecta sintonía con las enseñanzas de Freud, y de la búsqueda paralela, aunque un poco anterior en el tiempo, de D. H. Lawrence y Henry Miller, mentores y modelos de Lawrence; el primero, incluso personaje o autor mencionado (celebrado) en el Cuarteto, y el segundo le ofreció una amistad decisiva y muy estimulante al novelista inglés.

La sexualidad es el camino para buscarse, alcanzarse, y, acaso, encontrarse y ser. Escribe Steiner: «Justine, Balthazar, Mountolive y Clea están fundados en el axioma de que las últimas verdades de la conducta y el mundo no pueden ser penetradas por la fuerza de la razón.  […] Durrell nos enseña que el alma penetra en la verdad como el hombre penetra en la mujer, en una posesión a la vez sexual y espiritual.»

Consumar el amor, y con esa consumación alcanzar la liberación y realización del Hombre es el camino, el único posible. (Clea creía que su virginidad era un obstáculo para su arte, su condición de pintora y artista en busca de su plena realización, su maestría.)

6.  Situada como tiempo de la novela a fines de los treinta y los primeros años cuarenta del siglo XX, los personajes acusan una modernidad impecable, aun si los consideramos como seres de fines de los cincuenta. En cualquier caso son anteriores a la revolución sexual, cultural y social de los años sesenta.

En su conducta y pensamiento son un grupo, en conjunto, de adelantados, de pioneros de esa modernidad en el amor, que rompió con los estrechos caminos del amor burgués, convencional, modelo dominante de aquellos años.

7. Una telaraña de relaciones más o menos efímeras, motivadas con frecuencia por razones no amorosas sino interesadas, con fines incluso políticos mueven a los personajes a formar parejas que apenas duran o permanecen.

Quizá la modernidad del amor, la investigación del amor moderno, sugiere que la fragilidad es su primera característica. Tal vez Durrell fue un visionario al advertir que el amor moderno es efímero, fugaz: líquido, para decirlo con Zygmunt Bauman.

8. El amor (la conformación de una pareja) como antídoto, el único posible, contra la soledad, y el vacío sin sentido, en el centro del ser, que suele acompañarla.

9.  La sexualidad como el vínculo de placer que mantiene unida, aun fugazmente a una pareja. La sexualidad, antídoto contra la muerte y dadora, fugaz y trascendente, del sentido de la vida.

10. El enamoramiento, aunque no siempre es una condición o la fuerza cósmica que une a dos, cuando aparece ordena el mundo y llena de sentido la vida del amante (el que ama), y quizá, aunque puede no saberlo ni sentirlo, del amado.

11. Por ello, el suicidio de Pursewarden personaje de personajes del Cuarteto, el más complejo, atormentado y oscuro; el más intenso y el que más sufre es un hecho relevante y tal vez el más significativo del ciclo: «desaparece», «se aparta», «se marcha» por amor a Liza.

La relación con su hermana, con el doble escándalo del incesto y la ceguera de ella, es el amor más profundo, constante, intenso e inviable de la novela. El amor prohibido, el que no puede ser, se levanta como el único que exige, por uno de los amantes, la desaparición del otro.

Pursewarden se marcha para que sea posible el matrimonio de Liza con otro hombre. El más grande amor tiene que inmolarse en nombre de un orden: matrimonio, hijos, patrimonio, protección, compañía.

El amor se aniquila a sí mismo por amor.

12. El ciclo del Cuarteto concluye con una promesa de amor. Un reencuentro entre Darly, el «hermano asno» y Clea, en el futuro, algún día, en Francia, lejos de sus amigos y examantes, lejos de Alejandría.

20 de diciembre de 2022

Fusión nuclear

«Científicos del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore de California anunciaron el martes [13 de diciembre de 2022] que lograron reproducir la energía del sol en un laboratorio.

«A la 1:03 de la madrugada del 5 de diciembre, 192 láseres gigantes de la Instalación Nacional de Ignición del laboratorio hicieron estallar un pequeño cilindro del tamaño del borrador de un lápiz que contenía un nódulo congelado de hidrógeno encerrado en diamante.

«Los rayos láser entraron por la parte superior e inferior del cilindro, vaporizándolo. Esto generó una descarga de rayos X hacia el interior que comprimió una pastilla de combustible del tamaño de una bala de deuterio y tritio, las formas más pesadas del hidrógeno.

«En un breve instante que duró menos de 100 trillonésimas de segundo, 2,05 megajulios de energía —aproximadamente el equivalente a medio kilo de trinitrotolueno— bombardearon la pastilla de hidrógeno. Salió un torrente de partículas de neutrones —el producto de la fusión— que transportaban unos 3 megajulios de energía, un factor de 1,5 en ganancia energética.

«Esto cruzó el umbral que los científicos de la fusión láser denominan ignición, la línea divisoria en la que la energía generada por la fusión es igual a la energía de los láseres entrantes que inician la reacción.

«Los científicos llevan décadas hablando de cómo la fusión, la reacción nuclear que hace brillar a las estrellas, podría proporcionar una fuente de energía abundante en el futuro. Es la primera reacción de fusión en un laboratorio que produce más energía de la necesaria para iniciarla. En todos los esfuerzos de los científicos por controlar la fuerza desbocada de la fusión, sus experimentos consumían más energía de la que generaban las reacciones de fusión.

«En el Sol y las estrellas, la fusión combina continuamente átomos de hidrógeno en helio, lo que produce luz solar y calor que baña los planetas.

«El primer disparo láser a 2,05 megajulios se realizó en septiembre, y ese primer intento produjo 1,2 megajulios de energía de fusión. Además, los análisis mostraron que la pastilla esférica de hidrógeno no se comprimía de manera uniforme y que parte del hidrógeno salía por los lados y no alcanzaba la temperatura de fusión.

«La fusión sería esencialmente una fuente de energía libre de emisiones, y ayudaría a reducir la necesidad de centrales eléctricas que queman carbón y gas natural, que bombean cada año a la atmósfera miles de millones de toneladas de dióxido de carbono que calientan el planeta.

«Si la fusión puede implantarse a gran escala, ofrecería una fuente de energía desprovista de la contaminación y los gases de efecto invernadero causados por la quema de combustibles fósiles y de los peligrosos residuos radiactivos de larga vida creados por las centrales nucleares actuales, que utilizan la división del uranio para producir energía.

«Riccardo Betti, científico jefe del Laboratorio de Energética Láser de la Universidad de Rochester, dijo: “Este es el objetivo, demostrar que se puede encender un combustible termonuclear en el laboratorio por primera vez”. “Y esto se hizo”. Así que es un gran resultado”.»

Estas citas están tomadas de un artículo de periódico,* pero me parecen tan asombrosas e increíbles que podrían ser el comienzo de un relato de ciencia ficción, o el inicio de una nueva era para la humanidad (el planeta Tierra).

________ 

*Kenneth Chang, «¿Es posible desarrollar otras fuentes de energía? Unos científicos apuestan por la fusión nuclear», New York Times, 16 de diciembre de 2022. 

Fuente: https://www.nytimes.com/es/2022/12/16/espanol/fusion-nuclear.html?campaign_id=42&emc=edit_bn_ 20221220&instance_id=80639&nl=el-times&regi_id=96225684&segment_id= 120348&te= 1&user_ id=1fd44ec7cc3788a34360a30318dcc491

 

12 de noviembre de 2022

La muerte aguarda en una coladera abierta

Memento mori (Recuerda que morirás), es un adagio latino que nos advierte a cada momento nuestra mortalidad. La vida es fugaz, y sólo las moiras o parcas saben cuándo cortarán el hilo de la vida de cada persona. Cómo se viene la muerte / tan callando, canta y lamenta Jorge Manrique. 

Heródoto cuenta que Solón, prudente y con pesimismo ateniense, le dijo al vanidoso Creso que no hay dos vidas iguales, que no hay un día idéntico al otro, y que la vida humana es una serie de calamidades, y para saber si alguien ha sido dichoso y feliz hay que esperar el fin de sus días y mirar cómo ha sido su muerte. 

Somos mortales, pero hay momentos y formas de morir. Las muertes absurdas de los jóvenes sólo pueden despertar rabia y conmiseración. Hay muertes que mueven a la rebeldía y la indignación.

El jueves 10 de noviembre de 2022 dos hermanas, Esmeralda y Sofía, de 23 y 16 años, iban a un concierto en el Palacio de los Deportes de Ciudad de México. Las acompañaba su padre. Por un pasaje oscuro, sin iluminación, Sofía cayó en una coladera abierta de casi ochenta centímetros de diámetro. 

Esmeralda también cayó en esa trampa mortal, o se lanzó a ese hoyo, boca de la muerte, a rescatar a su hermana. Al parecer su padre consiguió una cuerda y trató sin éxito de rescatarlas. Es probable que las haya visto morir ahogadas en las inmundas aguas negras del drenaje, a tres o cuatro metros de profundidad con respecto a la calle.

 El pasaje o callejón era paso obligado para los transeúntes que bajaban de un puente peatonal, y ese lugar estaba oscuro. Y son muchas, en verdad muchas, las alcantarillas sin tapa en la ciudad.

(Los pobres y miserables roban las tapas de las alcantarillas, supongo que de hierro, para venderlas. Debe existir una mafia que las compra para fundirlas y darles otro uso. Y las autoridades de la ciudad dejan las coladeras impunemente destapadas durante mucho tiempo, en una morosidad que algo tiene de complicidad criminal.)

Las muertes de Esmeralda y Sofía tienen todos los elementos de un drama. Hay muchas maneras de morir, y sólo las moiras saben cuándo, dónde y cómo. Pero que dos chicas pierdan así la vida es una mezcla fatal del destino, del azar, de la pobreza y delincuencia urbana, de la corrupción y negligencia y tolerancia del delito de las autoridades. Un coctel fatal. 

Esas chicas salieron de su casa para ir a un concierto. Y se las tragó una coladera abierta, las arrastró bajó tierra, a la inmundicia de una muerte absurda. El adagio latino nos recuerda que cualquier momento puede ser el de la muerte. Que cualquiera puede fallecer en cualquier momento y lugar. Es bueno no olvidarlo. Ay, Cómo se viene la muerte / tan callando.

14 de septiembre de 2022

Navegantes

Álvaro de Marichalar le está dando la vuelta al mundo. Lo hace en la más pequeña y frágil embarcación posible: una moto acuática, Numancia, una de esas con las que se divierten los turistas a unos metros de las playas. Aunque lo siga un barco nodriza, que le da combustible y cobijo y lo que haga falta, lo suyo es una empresa temeraria que le llevará varios años. Zarpó en el 2019, y todavía estará un buen tiempo en los mares del mundo. En julio de este año estuvo en las costas mexicanas del golfo de México y el Caribe. Ha dicho: «Lo importante no es el tamaño de la embarcación, es el tamaño del sueño.» 

Han sido muchos los navegantes que han circunnavegado en muy diversas condiciones, algunas muy adversas, casi imposibles. Algunos lo han hecho en solitario. Santiago González, de treinta y cinco años, construyó (él solo) un velero, Jo ta ke (que en vasco quiere decir: «dale que te pego»), y zarpó de su pueblo, Hondarribia, Guipúzcoa, País Vasco, con su mujer, Mayi, de treinta y tres, y sus dos hijos, Urko y Zigor, de ocho y nueve. 

El objetivo no era un paseo cualquiera, sino darle la vuelta al mundo. Lo lograron, cumplieron su periplo y regresaron al puerto de partida diecisiete años después, cuando esos niños, ahora hombres, ya tienen problemas de alopecia y pronto serán calvos. La suya es una aventura digna de una película (han escrito un libro en el que cuentan su gran viaje). Santiago fue hombre rana y comerciante de licor, carpintero y soldador, mecánico, diseñador y constructor de barcos en diversos puertos. 

Les sucedió todo lo que puede suceder en el mar, tuvieron un incidente muy serio, una ola por poco los hunde, rompió el timón y el agua subió medio metro en la cabina, se salvaron de milagro; fueron atacados por abejas asesinas en Brasil, y por un cocodrilo, al que mataron a tiros y se comieron. En Panamá catorce tipos armados trataron de abordar su barco, y estuvieron a punto de caer en manos de piratas chinos que los perseguían entre Sumatra y Sri Lanka. 

En América, convivieron con pescadores, delincuentes, asesinos, narcotraficantes; en Guatemala construyeron una casa y se quedaron unos años; en Costa Rica, Santiago construyó un segundo barco, con el que completaron su viaje increíble.

Aunque buenos marinos hay en todas partes, en muchísimas naciones, España y Portugal son países de enormes navegantes, autores de hazañas inconmensurables, como la de los hermanos Pinzón y las tripulaciones que acompañaron a Colón en sus viajes. 

Otras naciones también han destacado por su vocación marinera, su gusto por el mar, al que unen, en perfecto acuerdo, la aventura, el descubrimiento, el desarrollo científico, la conquista, la piratería y el colonialismo. De todo esto saben mucho en Inglaterra, Francia y los Países Bajos.

Quizá la más grande hazaña, de la que hace una semana se cumplieron cinco siglos (escribo en septiembre de 2022) fue la de Magallanes (portugués, nacionalizado español), que no pudo concluir el viaje, pero sí lo logró Juan Sebastián Elcano, que fue el primer navegante en dar la vuelta al mundo. Se dice fácil, pero sólo volvió con diecisiete hombres a bordo, después de navegar tres años y catorce días y recorrer 37,753 millas náuticas (69.918 kilómetros) con la nao Victoria.  

Encuentro una vocación marinera, una atracción irresistible hacia el mar entre españoles y portugueses. Una necesidad de hacerse a la mar, las razones y motivos son lo de menos. Debe de haber otros muchos ejemplos de navegaciones dignas de ser contadas, escritas y recordadas. En México, con miles de kilómetros de costas miramos tierra adentro, le damos la espalda al mar. No heredamos esa pasión, nuestro ethos es distinto.

No me sorprende que Álvaro de Marichalar, el intrépido aventurero que ahora mismo le está dando la vuelta al mundo en una motoneta acuática, sea español. Ahora que lo pienso, para emprender esa aventura, como las otras, también hace falta un poco de vesania, que se alimenta de leyendas y fantasías, sueños y quimeras que provienen, quizá, del fondo de los mares y los océanos.

12 de septiembre de 2022

Javier Marías y su máquina de escribir

Javier Marías decía, casi como un lamento, en un artículo de abril de 2017: 

«Cuando esto escribo, hace sólo cuatro días que terminé una nueva novela. 576 páginas de mi vieja máquina Olympia Carrera de Luxe, la cual, me temo, está a punto de fenecer tras el tute a que la he sometido (cada página tecleada tres veces como media). Empieza a fallar, y si no consigo reponerla dejaré de escribir, supongo: a estas alturas de mi vida no me veo capacitado para pasar a un ordenador, renunciar al papel y a las correcciones a mano y a pluma sobre cada versión de cada página. Con ese ya arcaico instrumento saco también adelante estas piezas dominicales, que sufren parecido proceso de revisión y enmiendas. Agradezco a mis empleadores que me permitan seguir entregando un producto que les da más tarea de la habitual. Seguro que si fuera un joven meritorio me mandarían a paseo y me dirían: “Niño, consíguete un ordenador. ¿Qué te crees, que aún vivimos en el siglo XX?”»

La novela a la que se refiere es Berta Isla, y su vieja Olympia todavía le permitió escribir en ella (con ella) muchos artículos, cartas, ensayos y otra novela, la decimocuarta y última: Tomás Nevinson. Con la muerte de Marías se cierra un capítulo de la novela española, una manera de novelar, incluso una manera de escribir. 

Son muy pocos los novelistas que en el tercer decenio del siglo XXI siguen escribiendo en ese prodigio que fue la máquina de escribir. Tal vez es el último novelista, autor de una obra ingente, que lo hizo. Tendríamos que buscar con mucha atención y paciencia para encontrar a otros perseverantes. Los que encontráramos (Cormac McCarthy vive, pero no sé si siga escribiendo en su Olivetti) tendrán que ser autores mayores, dueños de su oficio y expertos en su instrumento antes de la irrupción de las computadoras, hacia 1990, por fijar una fecha no del todo arbitraria.

Javier Marías tenía entonces cerca de cuarenta años, y al menos veinte de teclear en una máquina de escribir. No pudo o no supo dar el salto tecnológico, pero también podríamos decir: no quiso que cambiara su escritura. 

Otros novelistas se incorporaron a la informática, y con ayuda o sin ella escriben en computadora. Lo cual parece muy sensato. Lo hicieron tantos, y la devastación natural del tiempo en esas generaciones nos ha dejado con unos cuantos de aquellos persistentes héroes de la máquina de escribir. No faltará quien les llame analfabetos digitales, anacrónicos y contumaces.

Tal vez esos novelistas que persistieron, y los pocos que aún lo hagan, saben que el instrumento determina la escritura. Escribir con un lápiz en una hoja suelta no es lo mismo que con una pluma en un cuaderno. El pensamiento y la mano no trabajan igual con un bolígrafo que con una estilográfica. 

Sí, el instrumento determina la escritura, su estructura y sintaxis. Escribir a mano o a máquina de escribir, que tampoco es lo mismo, obliga a pensar oraciones completas, al menos su estructura antes de fijarla al dibujar o escribir sus palabras. En una computadora se puede iniciar una oración por el final. El instrumento, sí, determina una escritura; a veces, incluso, sus palabras, su ritmo, sus hallazgos, su verdad.

Tal vez Javier Marías haya sido el último; estaríamos, entonces, con su partida, ante el fin de una forma de concebir y hacer literatura. La escritura de Marías, tan singular, plena de meandros, digresiones, de búsqueda de las posibilidades implícitas de cada palabra y cada oración, que cultivó intacta hasta el final, estoy convencido, hubiera cambiado, hubiera terminado por ser otra, si hubiera abandonado su único instrumento posible, su máquina de escribir, su insustituible Olympia Carrera de Luxe.

10 de septiembre de 2022

Sin maquillaje

Cuando una mujer se maquilla entra en comunión con ella misma. Busca, en complicidad con el espejo, la revelación de lo mejor de sí, su esplendor. Maquillarse, para ellas, es una ceremonia, un encuentro con su belleza en un juego que oculta y corrige, resalta y remarca, que da vida y color. 

Puede ser un acto muy serio, un momento solemne, un ejercicio necesario y obligatorio, un deber social o personal, pero también un entretenimiento o una diversión, y casi nunca un acto frívolo o baladí.

Su rostro, del que conocen todos sus atributos, los rasgos afortunados, admirados y notables, así como los puntos débiles y los defectos, se somete a los ungüentos y afeites para alcanzar el equilibrio de las luces y la sombras a través de la magia de los cosméticos. 

Algunas mujeres se convierten en maestras absolutas en el arte de dar relieve a su belleza; otras lo aprenden tarde, mal o nunca, pero muy pocas se quedarán al margen. Apenas unas cuantas resisten a la promesa de unos labios carnosos, deseables, misteriosos, intensos, irresistibles y dulces que ofrece el pintalabios o bilé, lápiz de labios, rouge o lipstick, que de tantas formas, entre otras, llaman a la proverbial barrita.

Una mujer se busca a sí misma ante el espejo, muestra lo mejor de sí misma bajo el maquillaje. Una vez, con su mejor rostro, nunca más verdadero, nunca más impostor, ya puede darle la cara al mundo. 

Mirar a una mujer en el proceso de transformarse a sí misma con el prodigio del maquillaje, algo tiene de hallazgo cósmico, de secreto revelado, de develación de una verdad. El rito puede celebrarse a cualquier hora, casi en cualquier lugar, en cualquier momento: en la intimidad de una alcoba, en el cuarto de baño, ante un mueble para ello diseñado (las bisabuelas lo llamaban coqueta) o frente al espejo retrovisor del coche detenido por un semáforo.

Es un arte, técnica y ciencia muy antiguo, ya lo cultivaban con soltura en el Egipto antiguo, y es muy probable que no desaparezca, al menos no del todo, en el profundo cisma que protagonizan las mujeres de hoy, que exigen y protagonizan cambios muy profundos en su manera de estar y vincularse con ellas mismas, los varones y la sociedad. Sin embargo, ha sucedido algo interesante.

Algunas mujeres suelen prescindir casi del todo del maquillaje, pero tal vez no siempre, en todo momento y lugar, pero Melisa Raouf, una chica inglesa, universitaria, de veinte años, ha decidido no usar maquillaje mientras aspira al título de miss Inglaterra.

Melisa Raouf ha decidido concursar sin maquillaje, lo cual no sé si sea una estrategia que le dará el título o será su perdición. Por lo pronto, ha llamado la atención de los medios y otros sectores. Las jóvenes que concursan suelen aparecer tan sobremaquilladas, que el concurso ya considera una aparición ante los jueces sin maquillaje (Bare Face), para verles su verdadero rostro al menos una vez.

Pero Melisa lo hace a lo largo de todo el concurso, que está en semifinales y terminará en octubre (escribo este apunte en septiembre de 2022). Si bien se maquilla desde hace años, algo sucedió en ese encuentro con ella misma, con su belleza. Dice Melisa sobre sus razones:

«Muchas chicas usan maquillaje porque se sienten presionadas para hacerlo. Si uno es feliz en su propia piel, no deberíamos obligarnos a cubrirnos la cara con maquillaje. Nuestros defectos nos hacen quienes somos y eso es lo que hace que cada individuo sea único. Nunca sentí que cumpliera con los estándares de belleza. Recientemente acepté que soy hermosa en mi propia piel y es por eso que decidí competir sin maquillaje.»

Melisa aspira a ganar un título de reina de belleza «mostrando sus imperfecciones». Es probable que este sea un paso adelante en los muy cuestionables concursos de belleza, pero también pudiera ser un golpe devastador. ¿Por qué necesita una estudiante universitaria aspirar a miss Inglaterra? Tal vez no conozcamos la respuesta correcta, pero tal vez sea necesario para mandar un mensaje poderoso. 

Nadie podrá decir que esta chica de ojos azules y gran sonrisa es una rubia tonta. Todo lo contrario. Ya tiene un lugar en la agenda feminista que tal vez no esperaba, y en una de esas resulta que, además, se convierte en Miss England, con su rostro al natural. 

6 de agosto de 2022

Esquites

En julio de 2022 murió en Michoacán, donde tenía su casa, Diana Kennedy, estudiosa y cocinera y mujer de negocios que supo como nadie dar lustre y lucrar con esa abstracción que llamaremos cocina mexicana. A una manera de comer, de estar en el mundo, que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha reconocido como patrimonio inmaterial de la humanidad.

La señora Kennedy, inglesa de cultura y nacimiento, recorrió México, se hizo mexicana, miró, probó, preguntó, investigó, guisó, y luego escribió sobre las artes culinarias del país, tal vez, como nadie más lo ha hecho.

Reconocida y celebrada, condecorada, también criticada y denostada, es innegable que su enamoramiento de toda la vida (hasta que la muerte nos separe) por los productos y técnicas y platillos de la gastronomía de México, a través de sus muchos libros, cambiaron la percepción que en el mundo (léase en Estados Unidos e Inglaterra) se tenía de la cocina mexicana. 

Fue maestra de cocineros, de difusores y divulgadores, y fuente de debates y polémicas. Para bien o para mal, nadie ha hecho tanto por dar a conocer y celebrar los guisos mexicanos; nadie ha dedicado tantos años y tanto esfuerzo al arte del buen comer en México. 

Me dice mi joven corresponsal en las redes sociales que la polémica sobre esos libros de la señora Kennedy sigue abierta, y que tiene tantos entusiastas seguidores como detractores. No falta quien considera sus libros algo así como un expolio, un despojo, un robo, una divulgación vulgar de algunos de los mejores secretos centenarios de la cocina mexicana. 

Esta idea, todo un concepto y casi un delito, tan polémica y fértil a polémicas y litigios, de la apropiación cultural indebida, encuentra tierra fértil para la discusión en los libros de la señora Kennedy como en la imitación, copia y plagio evidente e incuestionable que empresas transnacionales, estadounidenses, inglesas y chinas y de otros países hacen de los diseños textiles de los indios mexicanos. 

Todo se reduce al reconocimiento de los derechos de autor, y al reparto de las utilidades que genere ese diseño, eso es todo. Aunque, tal vez, en eso de la apropiación cultural indebida, ya que estamos en ella, haya alcanzado los niveles que alguien podría calificar de obscenos con la película Coco de Walt Disney (esa entrada al inframundo de la cosmovisión mexicana como si se entrara a Disneyland merecería un boicot, una campaña comercial en contra, por lo menos).

Me dice mi joven corresponsal, en la que confío plenamente, que ahora en TikTok, una mujer estadounidense ha descubierto algo que quizá ya sabía la señora Kennedy. En realidad, es tan elemental que incluso podría escapar a los libros dedicados a la alta gastronomía, donde reinan el chile en nogada, los moles, la cochinita pibil y el queso relleno. 

A esta buena mujer se la he ocurrido «recrear» los esquites, y los llama: mexican corn street salad (ensalada mexicana callejera de maíz). La generación Z le ha brincado al cuello y se la ha acabado (en sentido figurado), con sus memes y críticas. Así que doña fulana viene a descubrir y mostrarle al mundo los esquites... ¡Vaya!

Pero esa mala alumna de la señora Kennedy no es la peor opción, sin duda es insuperable la estulticia, simpleza y desidia con que el Diccionario de la Lengua Española, orgullo de la Real Academia Española y su corifeo llamado Asociación de Academias de la Lengua Española, de la que, para mayor vergüenza y escándalo, tengo noticias que cada academia recibe recursos del erario del cada país. ¡Uf!

No es ningún secreto que tenemos el peor diccionario de las lenguas europeas (hace años Javier Cercas, entre otros, se han ocupado de poner en su lugar a la muy vetusta y lamentable casa). Para la Real Academia Española esquite es: 

esquite (segunda acepción): Del náhuatl izquitl. 1. m. Méx. roseta (‖ grano de maíz).

Es una vergüenza esa definición, y advierto que estoy vacunado contra cualquier forma de nacionalismo. Me limito a la palabras y su significado y la preparación culinaria que nombra. Es una vergüenza para la Academia Mexicana de la Lengua y la Española, por supuesto. Ya podrían haberse enterado en Madrid, por lo menos hace cien años, de lo que son los esquites. 

Hay varios vuelos diarios, directos, de ida y vuelta, entre varias ciudades de México y España (los otros muchos casos, emisiones y errores podrían documentarse en un libro que no sería muy pequeño).

¿A qué se dedica la Academia Española? ¿A qué se dedica la Academia Mexicana que no puede incorporar y limpiar las definiciones de palabras mexicanas? 

No voy a ocuparme en dar una descripción o definición, ni en un trato culinario o elogio de los esquites, una preparación que no llega a ser un guiso ni un platillo (más cerca del antojo que la verdadera cocina: una ensalada callejera, ¡ay!), sino que me contento con decir que somos mucho más de ciento veinte millones de hispanohablantes, mexicanos y de otras nacionalidades, que sabemos muy bien de lo que hablamos y disfrutamos. 

¿Qué diría la finada señora Kennedy? Tal vez la llamada generación Z tendría que reorientar el objetivo de sus críticas. Si para la Real Academia Española los esquites son simples rosetas, la mexican corn street salad se antoja una descripción científica, precisa, no exenta de elogio y poesía. 

30 de julio de 2022

Pregunta para un guionista

La realidad ha sido una estupenda fuente de historias para los autores de guiones, cuentos y novelas, en particular para los que gozan de una excitada imaginación. Bonnie y Clyde fueron personajes históricos, estuvieron en este mundo, su leyenda pervive desde hace casi noventa años, en buena medida gracias al cine, y han sido vistos como los «Romeo y Julieta que huyen por la carretera».

Y pareciera que los hechos, entre menos verosímiles y menos probables, suceden, sobre todo, si no se demuestra lo contrario, en los Estados Unidos. Todo lo que pasa allí se convierte en noticia, tendencia o materia viva para alimentar, al menos por unas horas, al monstruo mediático del espectáculo que, pareciera, no duerme nunca.

Vicky White, de 56 años, de mejillas rubicundas y cabello descuidado, mal cortado y peor teñido, era una funcionaria del sistema de prisiones (estuve a punto de escribir carcelera) de un centro penitenciario de Alabama que un día antes de su jubilación hizo algo en verdad inesperado.

Se fugó de una cárcel con Casey White, de 38 años, un interno (estuve a punto de escribir reo) acusado de dos asesinatos, de haber intentado hace años matar a su novia y a su perro. Confeso, White alegaba demencia; su valoración estaba en proceso, y Vicky White (mismo apellido, pero su vínculo no era familiar) lo sacó de la prisión para llevarlo al doctor, sin las condiciones mínimas de seguridad y violando la normativa del traslado de prisioneros.

Otros reclusos han dado testimonio inequívoco de que Vicky y Casey tenían una relación «especial», que en inglés podría decir mucho pero no necesariamente una relación amorosa.

Vicky abrió una puerta a la calle y Casey salió con su uniforme de preso tras ella, subieron a un coche y… huyeron. Vicky no le permitió escapar, no lo ayudó a que se fuera, no le dio los medios para que consiguiera su libertad a cualquier precio: se fue con él. Luego, todo es oscuro, todo probable e incierto (es ahí donde tendrá que trabajar duro el guionista) para imaginar lo que sucedió en esos diez días que estuvieron prófugos.

La policía pensó que él la había amenazado, extorsionado o secuestrado; lo podían creer que Vicky, reconocida como funcionaria modelo más de una vez, con veinticinco años de servicio, se fugara con un criminal el día de su jubilación. Hacía un mes Vicky había vendido su casa: sabía, entonces, que ya no la necesitaría. Los alguaciles ofrecieron diez mil dólares de recompensa por información que condujera a la captura de esa pareja imposible.

Durante los diez días de su huida cambiaron de coche y viajaron más de trescientos kilómetros, llegaron a Indiana. Fueron identificados, se inició una persecución (ya ven cómo se parece la realidad a las películas) de la que no pudieron escapar. Bonnie y Clyde fueron cosidos a tiros (hay fotografías); Vicky y Casey, que iban armados, volcaron su coche, chocaron y fueron detenidos. Vicky, herida, tuvo tiempo, al parecer, de dispararse a sí misma. Murió unas horas después en un hospital. Casey fue capturado y volvió a prisión; es muy improbable que vuelva a salir a las calles.

Supongo que el guionista tendrá casi armada su historia (relación especial, la salida de la cárcel, la huida por carreteras atentos al camino y la policía, el cambio de coche, intentar pasar inadvertidos), pero también muchos puntos ciegos que resolver. ¿Casey obligó a Vicky a delinquir y comportarse de una manera tan extraña? ¿Cómo? ¿Por qué?

La clave estaría en Vicky, pero  ya no puede dar testimonio. Entonces el guionista tendrá que aprovechar sus recursos, experiencia e imaginación. Podría, quizá, pensar en una historia de amor, en un enamoramiento súbito de Vicky que la llevó a la locura. Claro que es poco verosímil, sobre todo en los tiempos el fin del amor romántico y el ascenso del poliamor.

Algo falta para completar la película. La realidad nos dio casi todos los sucesos y pasos de la trama, pero falta el móvil, el punto central, el corazón de la historia. Falta una explicación convincente para lo que se antoja, en verdad, inexplicable.

3 de julio de 2022

Ciudadana

Recuerdo la noche en que nació. Incluso muchos detalles, los preparativos y sucesos de horas antes de ese día. Podría hacer el relato preciso de la llegada al hospital, que era un desierto helado, y que en aquel piso de maternidad, mientras me vestía como médico para darle la bienvenida, todo giraba en torno al parto de esa niña.  

Es verdad, lo recuerdo, y me sorprendo porque cada día recuerdo menos y mi memoria a veces me deja en el abismo de la indefensión de la identidad y la conciencia. Puedo no recordar nombres y datos, números de teléfono que debían ser parte esencial de lo que debo recordar, y más me valdría que así fuera. Pero no siempre es así. Y sin embargo recuerdo aquellas horas previas, aquella noche.

Luego. El devenir de unos años. Y de pronto uno quiere enterarse de las etapas que hemos recorrido. No pretendo contarle a nadie el vértigo de la vida, sólo quiero compartir mi asombro. Aquella niña que nació ayer, o casi, ya es ciudadana. Y luego de su cumpleaños fue corriendo por su credencial del Instituto Nacional Electoral.  

Yo, profundamente orgulloso, no lo puedo creer. Sigo sin poder sacudirme el asombro. Que alguien me explique cómo es que ya pasaron dieciocho años. 

Le digo que me parece que acaba de nacer. Entonces ella me muestra, con una extraña mezcla de orgullo y burla, mofándose de mí, su credencial que certifica, a toda ley, con plenos derechos, que ya una ciudadana, y que cada día va dejando atrás la niña que fue.

Entonces recuerdo, no sé por qué, los versos de Jorge Manrique: «cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando».

Serrat, sus personajes y la canción

Hace muchos años, en un concierto en Ciudad de México, Joan Manuel Serrat dijo —le gusta contarle cuentos a su público, quizá tanto como cantar para él— que ya no cantaba la canción de «Señora», que había sido excesiva, que los tiempos han cambiado y, sobre todo, que se llevaba muy bien con su señora suegra. Vale.

El 19 de mayo de 2022, en el Auditorio Nacional de Ciudad de México, en el que fue anunciado como su último concierto en México, como una estación más de su larga gira mundial de despedida, no sólo volvió a cantar "Señora", sino que dio una larga explicación que podría ser considerada una justificación.

Serrat, cantor, poeta y viejo lobo de mar (nació en el Mediterráneo), nos contó un lindo cuento, y reveló lo que entiende por canción. 

Dijo que se hizo viejo, que se le cayó el pelo, que tiene destrozadas las rodillas, pero ella, el personaje, la señora, seguía siendo a sus cuarenta y tantos, una mujer atractiva, de piel lozana. Admitió que nunca supo su nombre, para él siempre fue simplemente «señora», la suegra, y que buscó el mejor trato, las mejores condiciones posibles. Nunca es tarde. 

Y extendió ese trato a sus otros personajes, y aclaró que estaban en dos planos distintos. La señora nunca existió fuera de la canción, como Penélope, y explicó que nunca se robó ni violó a una maniquí de cartón piedra. Yo no soy mis personajes, y sólo los conozco en las canciones era el mensaje. Y los personajes perduran, no cambian, siguen intactos. El viejo soy yo, decía. Es bueno saberlo.

Luego cargó duro y con razón contra la pobre definición de canción del Diccionario de la Lengua Española. No hace falta un doctorado en filología comparada para saber que tenemos el peor diccionario oficial de las lenguas indoeuropeas, pero pareciera que existe una conspiración desde la Real Academia Española y la pomposa y muy inoperante Asociación de Academias de la Lengua Española para mantener esa condición a cualquier precio, cueste lo que cueste, caiga quien caiga.

El viejo poeta lamentó la real definición, y dijo que los señores académicos se quedaron cortos (sí, se quedó corto: es un caballero). Vamos, que no saben lo que es una canción. Pero por fortuna nos iluminó el camino: una canción es la unión indisoluble, entre la letra y la música, algo irreversible, como el café con leche una vez que se han mezclado. Imposible volver atrás. Una vez que las palabras encuentran su melodía, sus armonías, su música, surge la canción que encuentra su repositorio en el alma, que es el mejor lugar para guardar las canciones, y donde atesoramos esas que nos mueven y conmueven y cantan nuestras vidas.

Una vez que una canción se incrusta en el alma, como ese indisoluble café con leche, ya es parte de la vida. No hay manera de desecharla ni olvidarla. Podemos no frecuentarla, pero volverá para darnos y hacernos sentir todo lo que a veces pretendemos olvidar.

Lo que dice Serrat es cierto. Cuando una canción llega al alma es nuestra (o somos suyos) para siempre. Cada uno (o su inconsciente) elige su maná y su veneno. Pero esa lista, siempre finita, nunca cerrada, siempre acotada, bien puede ser vista como una cifra, una biografía musical: las canciones que nos mueven y conmueven. 

Dice bien Serrat, viejo lobo de mar: la fusión de letra (con frecuencia poesía en estado puro) y música es irreversible. Que alguien trate de deshacer, separar, descomponer o desestructurar algunas canciones y verá que si tararea la música pronto estará cantando, y que si dice las letras como si leyera el Código Civil pronto también estará cantando. 

Separarlas es misión imposible. Una vez que se celebran sus bodas, letra y música son inseparables, como en los matrimonios canónicos. Cómo desmembrar, digamos, por ofrecer un mínimo ramillete: «Mediterráneo», «Cantares», «La mujer que yo quiero», «Lucía», «Aquellas pequeñas cosas», «Mi niñez», «La paloma»,  «Nanas de la cebolla».

En su último concierto en la ciudad, el viejo poeta nos dio su arte y una lección. Nos enseñó lo que siempre intuimos pero nunca definimos. Nos reveló qué es una canción.

25 de abril de 2022

"Chorizo" que roba a ladrón...

En esa gran fiesta anual de los libros que es la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), hace diez años, en 2012, Alfredo Bryce Echenique debió recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. El premio ya lo tenía, desde unos meses antes, y el revuelo y la polémica que levantó esa decisión fue tal que la ceremonia no se celebró, y para mayor infamia del jurado y las autoridades de la Feria, el premio le fue entregado al autor peruano en su casa de Lima. Le entregaron a un plagiario (un ladrón) un cheque a domicilio por ciento cincuenta mil dólares estadounidenses. 

Los robos y los escándalos venían de lejos. Bryce Echenique tomaba artículos, de al menos quince autores, publicados en diversos diarios y revistas del mundo, y los publicaba idénticos, textuales, en algún otro medio como propios. Probados los plagios, y luego de la pesadilla de las demandas e instancias legales, juicios y recursos, en enero de 2009 un tribunal peruano condenó a Bryce Echenique a pagar una multa equivalente a cincuenta y tres mil dólares estadounidenses.

Las excusas y pretextos de Bryce Echenique eran tan insulsas e infantiles, tan impresentables, que el jurado de la FIL pudo premiarlo por ser el plagiario más cándido e ingenuo de la lengua española. En Guadalajara, recuerdo, no se hablaba de otra cosa. Y había muchos autores, editores y lectores que estaban muy molestos. Fernando del Paso hizo declaraciones diplomáticas, justas y sensatas. Juan Villoro, incluso, le respondió a Bryce Echenique con un artículo memorable.

El argumento era implacable: si un escritor le roba sus palabras a otro autor, lo está despojando de lo único que posee, de lo que es en sí mismo. ¿Qué más puede ser un autor que sus propios escritos? ¿Qué más puede poseer un escritor como tal que sus palabras? No se trataba de una reescritura, ni de una aproximación, ni de una glosa, ni de recuperar los textos de otros. Eran plagios, robos, palabra por palabra, argumento por argumento, idea por idea, figura por figura, oración por oración. 

La respuesta del representante mexicano del jurado fue vergonzosa: «Bryce fue reconocido por sus novelas y cuentos: el periodismo no se enumera.» Supongo que Jorge Volpi ha tenido tiempo de arrepentirse, las obras que navegan entre el periodismo y la literatura son muchas y notables. Confeccionar una lista no sería difícil. Un autor está presente en sus reseñas, en sus crónicas, en sus artículos tanto como en sus novelas y cuentos. Un autor está presente en todos sus escritos.

El plagio de tesis doctorales les ha costado el cargo a ministros, primeros ministros, y el plagio de una tesis de licenciatura fue un escándalo vergonzoso para un ex presidente, y a un fiscal general de la República también le han mostrado su plagio. En ámbitos académicos, en universidades, centros e institutos de muchos países el plagio puede implicar algo así como la deshonra y la expulsión de la institución, incluso la pérdida del grado. El asunto es tan grave que han sido desarrollados programas (software) para identificar el plagio desde unas cuantas palabras idénticas en una frase.

Para mí, todo el gran escándalo de Guadalajara fue la despedida de mi activismo político/literario o como deba llamársele a mi entusiasmo que proponía, como protesta, enviar a las bodegas los libros de Bryce Echenique por un tiempo, que al menos durante las dos semanas de la Feria del Libro no se vendieran ni circularan esos libros. Me sigue pareciendo una idea sensata. Pero mi propuesta no tuvo eco, no entusiasmó a nadie, y un amigo mío, escritor, me dijo: «Yo no estoy con Bryce, pero tampoco contra su literatura, a mí me gustan sus libros.» Fin de mi movimiento.

He recordado esto porque leo en la prensa noticias recientes sobre Bryce Echenique. El Banque Populaire Rives de París le ha devuelto al plagiario cerca de veinte mil euros que tenía en una cuenta, de la que un empleado del banco sustraía cantidades más o menos pequeñas de vez en cuando. Había descubierto que el titular era extranjero, una persona mayor y no vivía en Francia.

Bryce Echenique tardó mucho en darse cuenta, cuando ya no estaba la amiga que le hacía los trámites en el banco, así que tuvo que volver a Francia, donde fue profesor muchos años y tiene su pensión. Tuvo que ir bien acompañado, asesorado, y contó con la valiosa ayuda de un ex alumno... Cinco años tardó en recuperar sus euros. 

Leo en Infobae, un diario digital argentino, que Bryce Echenique declaró a El País, el diario madrileño: «No pueden robarme estos chorizos. No sé si lograremos sacarle hasta el último centavo. Cada día ponen una excusa más y exigen mucho papeleo.» La pasó mal un tiempo por su dinero. Ay, dice un dicho: «Ladrón que roba a ladrón...»

9 de abril de 2022

Zarampahuila

Alguien tocó el timbre de la casa. A través del interfón (palabra que no conoce el Diccionario de la Lengua Española, y que también se le llama telefonillo, portero electrónico, citófono, interfono) un hombre ofrecía algo. Lamento no haber atendido el llamado, no haber acudido a la puerta y hablar con él y ver su mercancía. Su acento revelaba que no era de la ciudad, tal vez del sur del país y seguramente de origen campesino. 

Como en Pigmalión, la obra de Bernard Shaw, basta escuchar a alguien hablar medio minuto para hacernos un juicio, con frecuencia bien orientado, de su origen, educación y condición. El hombre que va de puerta en puerta por la ciudad, vendía productos textiles, que probablemente él mismo confeccionó. Pregonaba, entre otros, manteles, colchas y zarampahuilas. ¿Qué es una zarampahuila?

Sabía que la palabra no estaría en el Diccionario de la Lengua Española, pero aun así lo consulté. Con más esperanza consulté el Diccionario del Español de México del Colegio de México, y no la encontré. Acudí al Diccionario breve de mexicanismos de Guido Gómez de Silva, y tampoco la recoge. Busqué en la Enciclopedia de México, edición de 1973, y tampoco estaba ahí. Tampoco la encontré en el Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México, sexta edición, 1995. Por último, una querida amiga revisó el Diccionario de mejicanismos, de Francisco J. Santamaría sin encontrar un resultado ni una pista. Pregunté a dos amigos traductores y editores. Nadie conocía la palabra, nadie la había escuchado.

Busqué en la Red, y en páginas no bien acreditadas aparece como una persona molesta, enfadosa o fea. Aquel hombre no vendía personas, sino textiles u otros productos artesanales. En todas las búsquedas, escribí el nombre con variantes: zaranpahuila, zarampagüila, sarampahuila, saranpahuila, y otras más. En una página de internet, un usuario dejó un comentario que tal vez es la respuesta que busco: un tipo de cubrecama tejido a mano hecho en Oaxaca en un telar. Y la palabra tal vez significa (¿en qué lengua?) hilada a mano.

Soy mexicano y he vivido casi toda mi vida en México, y un mexicano toca a mi puerta y mi ofrece algo que no sé qué es, que nunca había escuchado. Más allá de la anécdota y la curiosidad estimulada por el gusto por las palabras, el hecho revela algo muy triste y digno de atención. Entre los estratos culturales de México, entre el campo y las ciudades, existen abismos culturales, lingüísticos y socioeconómicos muy profundos. La diversidad cultural de México es tan vasta que permite la existencia paralela de realidades y mundos que coexisten y, a veces, apenas se rozan y con frecuencia se ignoran.

Un artesano, tal vez oaxaqueño, ha venido a mi puerta a ofrecerme zarampahuilas, y todavía no sé exactamente qué me ofrecía. Lamento no haber acudido a la puerta, no haber mirado su mercancía, no haberle comprado una pieza. 

28 de febrero de 2022

La escritura de "Volver a dónde"

Volver a dónde (Seix Barral, 2021) no es una novela, ni un diario, ni una serie de apuntes ni una colección de relatos, ni las memorias o crónicas del autor; este es un libro de escritura de Antonio Muñoz Molina.

Ordenado en dos momento y circunstancias, dos periodos de su vida, Muñoz Molina registra el encierro en su casa al inicio de la pandemia, en junio de 2020, y registra, amanuense del devenir, de ese periodo sin precedente que cerró el mundo durante muchos meses, con consecuencias que aún no podemos medir a fondo. 

Entonces Muñoz Molina se propuso contar el fluir de la vida; y lo ha logrado. Escribe: «Quería fijarme en lo específico de este tiempo nuevo, lo concreto, lo que se olvida porque nadie le da importancia, lo que no aparece en los libros de historia, lo que no puede recordar más que quien lo ha vivido.»

Pareciera que la ficción ha quedado atrás, que las grandes novelas como El jinete polaco o La noche de los tiempos (por citar dos muy distintas entre sí), no le satisfacen del todo. Decir esto de un novelista nato puede ser un juicio equivocado e injusto, y sería estupendo que nos ofreciera otras estupendas y extensas novelas, pero ahora le interesa contar la vida. Algo así como la microhistoria.

Desde Un andar solitario entre la gente (Seix Barral, 2018), libro hecho de fragmentos, de trozos de escritura, en el que Muñoz Molina se propuso registrar el día a día en la gran ciudad, las voces y sucesos callejeros, los ruidos y letreros y anuncios, todos los estímulos urbanos para registrarlos y dejar constancia: contar la vida, más los pasajes de autores y hechos históricos. El resultado es muy impresionante, no conozco otro igual.

Pero mención aparte merece el otro eje, el otro momento de Volver a dónde. Si bien las vicisitudes de Muñoz Molina desde su pequeño balcón a una calle madrileña pueden no ser la lectura más estimulante, el recuerdo que hace de su niñez, de su casa, de su pueblo; el retrato que consigue de sus padres, sus tíos y sus abuelos es fuera de serie. Creo que en esas páginas está la historia secreta, oculta, de una parte de la España campesina de la posguerra. 

El encanto está en la mirada, en la memoria que recuerda y levanta un testimonio nada condescendiente ni edulcorado. La magia de esas páginas memorables está en la claridad y precisión de una prosa asombrosa, en las palabras del habla campesina, en el ritmo, en la notable capacidad de recuperar y evocar y narrar con aparente y pasmosa claridad la vida de personas y generaciones que lo precedieron. 

Manuel Mateo Pérez ha hecho una observación relevante. Dice: «Lo que nos gusta de Antonio Muñoz Molina es esa prodigiosa facilidad que tiene para convertir en acontecimiento lo que para otros es rutina o insignificancia». Es así: hace visible lo que otros no ven; encuentra donde otros no hallan nada. Hace objetivo el fluir de la vida y revela por tanto la verdad no siempre evidente u oculta de las personas, las circunstancias, los objetos y las cosas. 

Uno de los mejores contadores de historias de la lengua se propuso contar la vida de sus ancestros. Y vaya que lo ha logrado. Un ejercicio de nobleza que alcanza con la escritura ciertamente singular momentos de extraordinaria belleza.

29 de enero de 2022

Una cifra borgiana

«El otro» es un cuento del último libro que Borges le dedicó al género, El libro de arena, colección de 1975. El cuento está fechado, en el propio texto, en 1972, y es una obra maestra del arte borgiano de narrar. Borges fue personaje de sí mismo, y no ocultaba hechos y fechas de su vida, que incorporaba a sus ficciones con las falsa naturalidad de un asombroso artificio. 

El relato sucede en 1969, y Borges, que tenía entonces 73 años, está recostado en un banco frente al río Charles, al norte de Boston. En el mismo banco se sienta él mismo, Borges, cuando era un joven que estudiaba el bachillerato en Suiza, y está sentado en un banco frente al Ródano, en Ginebra. Los dos Borges hablan, o Borges habla o sueña que habla consigo mismo. 

El juego de los dos Borges es fascinante. El Borges viejo le dice al joven cómo será su vida, lo cual debe ser aterrador. El joven Borges no le cree al viejo. Éste, para mostrarle que son el mismo hombre en dos edades de su vida, en dos planos físicos, le pide una moneda y, por su parte, le muestra un billete estadounidense, digamos de un dólar, fechado en 1964, y se despliega entonces otro de esos juegos borgianos que generan por partes iguales entusiasmo, asombro y confusión. Por supuesto, la fecha es el futuro remoto del joven Borges, que exclama al examinar el billete: «No puede ser.»

La edición de las Obras Completas III (Emecé Editores, Buenos Aires,1989) dice que el billete: «Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro», pero he encontrado con asombro que otras ediciones dicen mil novecientos setenta y cuatro: diez años después. 

Este cambio es decisivo, digamos trascendente, y rompe la estructura del cuento, abre otras posibilidades de lectura e interpretación. ¿Cómo podría el viejo Borges mostrar en 1972 un billete de 1974? Se antoja imposible. 

Borges corregía y modificaba sus escritos ya publicados. Quizá este sea uno de esos cambios, una vuelta más de tuerca de un autor deslumbrante, o tal vez un error de edición, de tipografía, de imprenta, que se ha reproducido desafortunadamente para generar incertidumbre, especulaciones y confusión. No lo sé. Si algún improbable lector encuentra la solución o al menos una pista, le agradeceré que comparta el fruto de sus investigaciones.

Algo más. El cuento dice: «Meses después alguien me dijo que los billetes de banco no llevan fecha.» Esta afirmación es falsa, los billetes estadounidenses, como los de muchos otros países, tienen la fecha de emisión de la serie. ¿Error de Borges? Sería de una imperdonable ingenuidad considerar esa posibilidad: Borges era más astuto y sabio que todos sus críticos juntos. Estamos ante el pequeño misterio de una cifra que modifica la lectura y posibilidad de un cuento esencial en la escritura borgiana.

6 de enero de 2022

Juego de reflejos

Bien sabes que no somos el sueño que te inventas.
Con la certeza ciega, la contumacia alada
de que somos lo mismo que el pájaro en el aire,
la luz viva en el ojo, una noche con luna,
erigiste tu risa de engaños y destellos.
Tu danza sobre el agua, un juego de reflejos.
Azaroso concierto de anhelos previsibles:
Las fugaces constantes galopan en ausencia,
desechos de evidencias en citas y cenizas.
¡Y todas las palabras! mentiras deshojadas
que guardan y fomentan el frío que nos habita.
Simulacro sin pacto, ocasos del engaño
que tiemblan en los labios.
Nos acecha el silencio que evade la costumbre,
miedo de plumas blancas.
La niebla de los cuerpos no ciñe lo inasible.
Soledades de hastío cantadas en el alba.
Tu voluntad de fingir se agota y te revela
en el gesto que enciende la verdad asomada.
La venganza del dolor, relámpago de vida.
Sea en ti, efímero, lo que no podemos ser.

5 de enero de 2022

Presencia

 Para AM

Los signos de la noche rondan en mayo
los arrecifes de la nostalgia.
Sus ecos resuenan en las maderas preciosas,
en la música dormida,
en la voz que la nombra,
en las quimeras del viento susurrante,
en sombras fugarse que evocan
el grito ahogado de la lluvia nocturna;
viven en la dulce tibieza agazapada en la memoria.
Los destellos fugaces de la noche,
con la violencia de un velamen roto,
se orientan e insinúan, como vuelo de gaviotas,
lejana su presencia.
Nace la rama, tu nombre, y da vida a la certeza.
Como un dibujo hecho de azar, deseo y destiempo
de la figura las líneas se revelan,
nítidas, en sus labios perdidos,
en su sonrisa de luz al final de una escalera,
en dos copas de vino, en el abrazo,
en el amanecer del tiempo, en la lluvia,
en la promesa de sus labios recobrados.

1 de enero de 2022

Certeza

Siento que acabas de pasar por este puente
por este instante
y sé que nunca por ellos has cruzado
pero te sorprendo a la caída del verano
porque este río y esta luz
son inseparables de tu desnudez.

31 de diciembre de 2021

Maneras de leer

Algunos lectores devoran libros, uno tras otro, con apetito insaciable. Los peores se jactan de sus hazañas como proezas olímpicas: «Yo me leo una novela de quinientas páginas en dos o tres noches.» No los envidio, siento una mezcla de admiración e incredulidad y me pregunto si habrán leído o paseado los ojos por las páginas; yo antes que leer más rápido, quisiera leer mejor.

Hace tiempo se impuso una tendencia a oponer la lentitud a la rapidez. La comida lenta frente a la comida rápida, etcétera. Me inclino por la lentitud si la comida y la lectura son mejores. Henry Miller narra en Sexus, a partir de sus amigos, sobre dos maneras de leer. Una cita, en la versión de Carlos Manzano:

«Roy Hamilton avanzaba milímetro, por decirlo así, deteniéndose en una frase durante días o semanas. A veces tardaba un año o dos en acabar un libro breve, pero, cuando lo había acabado, parecía haber aumentado un codo de estatura. Para él, media docena de libros eran suficientes para suministrarle alimento espiritual para el resto de su vida. Para él, las ideas eran cosas vivas, como lo eran para Louis Lambert. Tras haber acabado de leer un libro, daba la impresión absolutamente real de conocer todos los libros. Pensaba y vivía un libro desde la primera página hasta la última, y emergía de la experiencia con un ser nuevo y exaltado. Era lo contrario mismo del erudito, cuya estatura disminuye con cada libro que lee. Para él, los libros eran lo que el yoga es para quien busca en serio la verdad: le ayudaban a unirse con Dios.

«En cambio, Arthur Raymond daba la falsa impresión de devorar el contenido de un libro. Leía con atención muscular. Al menos eso era lo que yo imaginaba, al observar el efecto que surtía en él. Leía como una esponja, atento a observar los pensamientos del autor. Su única preocupación era absorber, asimilar, redistribuir. Era un vándalo. Cada libro nuevo era una nueva conquista. Los libros fortalecían su yo. No crecía, se henchía de orgullo y arrogancia. Buscaba corroboraciones para lanzarse con ímpetu y dar batalla. No se permitía a sí mismo darse por vencido. Puede que rindiera homenaje al autor que admiraba, pero nunca doblaba la rodilla. Se mantenía inquebrantable e inflexible; su concha se volvía cada vez más espesa.»

Dos maneras de leer. Una, minuciosa, cuidada, apolínea, en busca del santo grial de esa escritura. La otra, feroz, salvaje, un asalto al libro para apoderarse del botín. Kafka, que cultivaba la primera manera, creía que un libro debería movernos, sacudirnos, herirnos, despertarnos de un golpe en la cabeza. Es imposible encontrar y leer en la vida cientos de esos libros. La segunda manera de leer permite absorber y consumir cientos, en algunos casos mil o dos mil libros.  

Me pregunto si el lector total rompe sus propias marcas a costa de su vida. Es posible que así sea, salvo que haya identificado el acto de leer y gozar sus lecturas con la vida misma. ¿Tiene sentido leer mil libros en la vida? La respuesta es personal e intransferible, pero sin la lectura de ese número indeterminado y siempre cambiante de libros la vida y el mundo sería más planos, más grises: los libros nos enseñan a mirar el mundo, a mirar en nosotros mismos.

Habrá otras maneras de leer, pero serán puntos intermedios entre estas. «Descifrar» una obra de ficción, entendido como conocer las vicisitudes de la trama apenas vale la pena, demorarse en un libro único en busca de la Verdad, puede ser el origen de fundamentalismos e intolerancias. 

Pero tal vez todos los lectores, lean como lean, reconocerán que la lectura es un placer continuo y por hacerse. Un camino, que entre más se camina más se quiere caminar, que entre más se anda, más se quiere andar; y entre más se sabe, más se quiere aprender; entre más se disfruta, más se quiere disfrutar. La lectura puede ser contagiosa (los niños leen si sus padres o tutores lo hacen), y ejercerla, no debemos olvidarlo, es un acto libre y soberano, de rebeldía y liberación; y también, claro, leer es, como decía Valery Larbaud, ejercer el «vicio impune».

30 de diciembre de 2021

Elementos

Antes de ti, el aire
Después de ti, el agua
En ti, la tierra
Contigo, el fuego.

29 de diciembre de 2021

Misántropo

Mi primer cuento, un engendro imposible y adolescente, trataba de un hombre que, por error, se sube a otro coche que no es el suyo. Es un ciudadano ejemplar, trabajador, honrado, padre de familia... Aterrado porque se ha robado un coche, y ante la posibilidad del escándalo y sus terribles consecuencias huye en el coche idéntico al suyo, lo abandona en una carretera y se pierde en alguna ciudad lejana y no puede volver a su casa porque piensa que la policía lo busca y lo encerrará en una cárcel.

La idea de desaparecer de pronto (en realidad, de cambiar de vida) es seductora. Cambiar de nombre, de oficio, de ciudad, tal vez de país. Todos conocemos el cuento del hombre que sale a comprar cigarrillos y tarda veinte años en volver, si es que vuelve. El cuento tiene versiones: una dice que se muda a una calle de su casa para observar cómo es la vida de los suyos sin él; otros dicen que huye en fuga sin remedio. El regreso, después de muchos años, con una cajetilla en la mano es muy poco probable.  

Yo conozco dos casos. Hombres que se alejaron poco a poco de sus familiares (hermanos, tíos, primos) hasta un día desaparecer del todo. Patrick McDermott, pareja de la cantante Olivia Newton-John, desapareció en 2005; doce años después fue encontrado en una aldea, junto a una playa del océano Pacífico en México. Al parecer, cuando huyó tenía graves problemas económicos, rompió con todo y consiguió empleo en un yate de turismo.

Volverse ermitaño es otra forma de desaparecer, de dejar atrás a la familia y las comodidades y el bienestar de las ciudades. Ken Smith, británico, ha vivido durante cuarenta años solo, sin electricidad y agua corriente en una cabaña de madera en las orillas de un lago remoto en las Highlands de Escocia. No hay un camino para llegar al lago, y la cabaña está a dos horas a pie de la carretera más cercana.  Smith pesca, recolecta frutos, recoge leña y lava su ropa al aire libre. En invierno hace mucho frío y las condiciones son muy adversas. Tiene 75 años. 

Dice que la suya es una vida agradable, que «todo el mundo desearía hacerla, pero nadie lo hace». Es una pena que no sepamos más de su vida. Antes que saber los detalles de cómo ha conseguido sobrevivir, me interesaría preguntarle por sus motivos, de las razones profundas que lo han llevado a ese aislamiento (ensimismamiento) casi inverosímil. 

Somos seres gregarios, luchamos con desesperación para buscar al otro, a una pareja, una familia, una tribu. Por eso Ken Smith es tan extraño. ¿Pensará volver al trato con los hombres al menos para tener un entierro, una cristiana sepultura? Tal vez este punto lo tenga sin cuidado, es posible que piense quedarse y morir en el bosque, y luego desaparecer por los elementos y la fauna en el bosque: hacerse parte del bosque. ¿Qué le habrá sucedido para volverse un solitario, para vivir en la absoluta soledad como el ermitaño total. No lo sé, quizá, por alguna razón muy honda, estamos ante el gran misántropo. Habría que escribirlo con mayúscula. El modelo coherente y perfecto de la misantropía.