29 de diciembre de 2017

Una definición

El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española nos ilustran con esa pulcra precisión que los caracteriza, no exenta de encanto. En la tercera acepción de sisa ofrece una definición impagable:

f. «Mordiente de ocre o bermellón cocido con aceite de linaza, que usan los doradores para fijar los panes de oro.»

Es una joya.

28 de diciembre de 2017

La muerte del teléfono

Julio Cortázar cuenta: «Una noche me tocó involuntariamente dejar estupefacta a una señora que me preguntaba cuáles eran los grandes momentos del siglo XX que me había tocado vivir. Sin pensar, como siempre que voy a decir algo que está realmente muy bien, contesté: “Señora, a mí me tocó asistir al nacimiento de la radio y a la muerte del box”. La señora, que usaba sombrero, pasó inmediatamente a hablar de Hölderlin.»

Si esa señora repitiera hoy su solemne pregunta, alguien podría decirle que asistimos al nacimiento de internet y a la muerte del teléfono. Me apresuro a aclarar que me refiero al teléfono como lo conoció Cortázar, no al telefonito que todo el mundo, sí, todo el mundo, lleva en el bolsillo.

Pero habría que aclararle que sucede algo muy extraño con ese telefonito. En realidad, es una máquina muy compleja, un triunfo de la tecnología que sirve para muchas cosas, pero que no se usa para hablar por teléfono. La gente ya no se habla, se escribe. El mundo ha cambiado.

La humanidad ya vive de otra manera. Si Hölderlin, para alegría de la señora, escribió esos versos inmortales: «Pleno de méritos, pero es poéticamente como el hombre habita esta Tierra», bastará sustituir la palabra poéticamente por telefónicamente o celularmente para instalarnos en el segundo decenio del siglo XXI.

Los conductores van dándole a las teclas mientras van en las vías rápidas, y los peatones siguen en lo que están con su telefonito mientras cruzan las calles donde circulan conductores que no saben por dónde van porque están dándole duro a su  mensaje de texto. Todo el mundo está en una conversación sin fin. (Es asombroso que no aumenten considerablemente los accidentes viales y los atropellados.)

Mamá llama a la mesa a su prole que está en la habitación de al lado con un mensaje de texto, y los niños y los adolescentes y las amigas y los enamorados y los jefes de oficina y los sargentos se comunican con el mismo número de palabras que cabían en un telegrama pero ahora aparecen en la sempiterna pantallita.

Sentados a la mesa, entre la sopa y la ensalada, alguien le presta más atención al teléfono que a la persona que tiene enfrente. Para comprobarlo, en los restaurantes, bastaría con mirar un poco más allá de la pantalla.

Y las parejas de novios desencantadas, cuando se acaba el amor, no terminan su relación de frente, mirándose a los ojos en una última cita, basta un escueto mensaje de texto para romper, y luego bloquean a su ya expareja quizá para no enterarse de la respuesta.

Que la humanidad se escriba me parece muy bien, pero que no se hable me parece sospechoso y estoy a punto de decir lamentable. Las llamadas telefónicas son tan escasas y formales y raras como las llamadas "conferencias" de larga distancia de mi infancia. Las señoras se ponían el sombrero, los señores se ajustaban la corbata y se abotonaban el saco y todos se ponían de pie para hablar en una conferencia telefónica con la ayuda de la operadora.

Asistimos a la muerte del teléfono. Pero yo creo que resucitará. Como decía un tuit: Algún día la humanidad redescubrirá el teléfono. Se asombrará de la viveza, de la riqueza de tonos, matices y estados de ánimo que revela eso que Jean Cocteau y luego Francis Poulenc llamaron «La voz humana». Qué suerte tuvo Cortázar al asistir al nacimiento de la radio. En ausencia, en la distancia, nada tan cálido y humano como una voz.

21 de diciembre de 2017

La increíble Biblioteca Brautigan

En su novela The Abortion: An Historical Romance 1966, Richard Brautigan (1935-1984) imaginó una biblioteca conformada con los escritos que no le interesan a la mercantil industria editorial. Ahí encontrarían su sitio y se conservarían «the unwanted, the lyrical and haunted volumes of the American writing» (los volúmenes despreciados, líricos y embrujados de la escritura estadounidense) que nadie aprecia, es decir, los manuscritos que nunca han sido publicados. Esa sería la biblioteca de los libros siempre inéditos y jamás leídos.*

La novela explica que si bien nadie puede visitar la biblioteca, y menos aún leer los manuscritos ahí depositados, los autores de esas obras están felices de que sus «visiones y voces» hayan sido recogidas y preservadas. Como todo el mundo sabe, la realidad se empeña en imitar al arte, y prueba irrefutable es que, inspirada en la imaginación del novelista, en 1990 abrió sus puertas en Burlington, Vermont, la increíble Biblioteca Brautigan.

La Biblioteca Brautigan conserva cientos de originales en papel y un número creciente de archivos digitales, pero, a diferencia de la biblioteca de la novela, los curiosos lectores interesados pueden leer los textos mecanografiados y los manuscritos aunque, claro, no pueden llevarlos a casa (algunos de los originales que preserva la Biblioteca son piezas únicas, de las que no existen copias).

Como todo proyecto cultural independiente, que no vive del erario y marcha culturalmente contracorriente, la Biblioteca Brautigan ha tenido que cambiar de domicilio y sortear toda clase de dificultades. Sin embargo, ha sido acogida en The Clark County Historial Museum, en el 1511 de Main Street, Vancouver, Washington, Estados Unidos.

La Biblioteca admite nuevos originales (también donativos y contribuciones), y para conservar su singular naturaleza, cuando un texto es publicado, al salir al mundo, al perder su condición de inédito, debe ser retirado para siempre de sus estantes.

La Biblioteca Brautigan tiene su propio (borgesiano) sistema de clasificación de los libros, the Mayonnaise System (el sistema mayonesa), el sucesor, al parecer, del vetusto sistema creado por Melvil Dewey en 1876. El Sistema Mayonesa ha tomado prestado su nombre del último capítulo de la novela más conocida de Richard Brautigan, Trout Fishing in America (La pesca de la trucha en Estados Unidos).

 Los manuscritos son catalogados según trece categorías generales: 1) Aventuras. 2) Todo lo demás. 3) Familia. 4) Futuro. 5) Humor. 6) Amor. 7) El sentido de la vida. 8) Mundo natural. 9) Poesía. 10) Social/Política/Cultural. 11)Espiritualidad. 12) Vida callejera. 13) Guerra y paz.

Cada manuscrito de la colección es tratado como una joya que expresa la visión y la voz, únicas, del autor. Suelen ser manuscritos excéntricos, de pensamiento crítico o que no expresan las ideas comunes o dominantes; lejos de las corrientes principales, están fuera del alcance del llamado éxito editorial y comercial. La misión de la Biblioteca Brautigan es poner esas obras, marginadas, al alcance del público lector.

La Biblioteca, entre otras actividades, es la promotora del National Unpublished Writers' Day (NUWD; Día Nacional de los Escritores Inéditos), el último domingo de enero. Ese día se celebra a los autores inéditos, a la propia Biblioteca como repositorio de manuscritos inéditos y también el aniversario de Richard Brautigan, padre intelectual e inspirador de la Biblioteca, recordado además como autor de poemas, cuentos y novelas que expresan el más profundo espíritu del movimiento contracultural de la ciudad de San Francisco en los años sesenta y setenta.

Siempre serán bienvenidas las bibliotecas y los proyectos culturales, pero éste en particular me hace pensar en algunos libros que conozco, candidatos perfectos a sus estantes, manuscritos que nunca debieron haber sido publicados. No es censura, simplemente es admitir que andan por el mundo libros que deberían estar en la increíble Biblioteca Brautigan.

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*Véase en este blog el apunte "El Ministerio Mundial de la Literatura y la Biblioteca del Rotundo Fracaso", del 23 de abril de 2010.

13 de diciembre de 2017

Un recado a la cocinera

Ocupé la mayor parte de la mañana en redactar una carta en la oficina. Había que buscar un equilibrio entre algo así como valoramos y consideramos sus apreciables servicios, pero por las razones presupuestarias que usted conoce no le renovaremos su contrato. Por supuesto, la redacción y los términos que sugería el borrador hecho en una oscura oficina de Administración eran un atentado a una prosa con un mínimo de decencia y corrección.

«La sencillez y la sobriedad son el alfa y omega del estilo», me decía y citaba una vez más el viejo adagio. En la tercera o cuarta versión de la carta me acordé de lo que decía el profesor Gonzalo Celorio: «Para un escritor no hay nada más difícil que escribir, y esto es válido para cualquier texto, un poema o una novela», seguramente a partir de una cita de Thomas Mann: «Un escritor es un hombre que, más que cualquier otro, es de la opinión que resulta difícil escribir.»

Para nadie es más difícil escribir. Lo cual no equivale a que nadie sufre más que un matemático para calcular, y el diseño de un puente no necesariamente debe ser casi una misión imposible para un ingeniero, aunque nadie sabe más de las cuitas de hornear pan que un panadero... Sucede que todos hablamos y todos escribimos: las palabras son comunes a todos, pero escribir una carta con corrección ya es otra cosa.

Por supuesto, en esta aparente contradicción o situación absurda, el profesor Celorio tiene razón. ¿Quién va a sufrir más con un párrafo que un escritor, que sabe y conoce de qué adolece esa carta, el poema o cierta escritura? ¿Alguien más puede reparar en las imprecisiones y torpezas, en los errores gramaticales, en las ambigüedades, en los lugares comunes, en las rimas involuntarias y las cacofonías?

Celorio daba el caso de un recado doméstico a su cocinera. Una mañana podía dejar sobre la mesa de la cocina un hoja con estas palabras: «Juana, porque tengo una junta muy importante en la oficina, hoy no vendré a comer.» Listo. Entonces se preguntaba: ¿Por qué tengo que darle explicaciones a Juana? Entonces hay que tirar la hoja y tomar otra: «Juana, no vendré a comer.» Listo.

Esta le parecía una nota muy seca y dura. Juana podría pensar que no me gusta su comida, pensaba el profesor. Entonces consideraba escribir: «Juana, aunque me gusta mucho la comidas que preparas, hoy lamentablemente tengo cosas que hacer y no podré gozar de tus guisos». No, otra vez demasiada información, y un tanto melosa; un exceso. Etcétera. Podría redactar otras cinco o seis versiones. Pareciera una misión imposible escribir el recado justo y exacto, por no mencionar aquí los problemas de una novela.

¿Las dificultades de la carta que me costó media mañana escribirla eran de fondo o de forma? ¿De lenguaje? ¿De cortesía? ¿Políticas o gramáticas?  Por supuesto quedó muy bien, pero tuve que batallar mucho. Acabé exhausto. Al terminar, me sentí como si hubiera escrito un párrafo proustiano, y quedé tan satisfecho que me convencí de que podría redactar el recado perfecto para Juana, la cocinera.

12 de diciembre de 2017

Decálogo del conductor cafre

La Universidad de Ciencias Politécnicas de Nueva Australia del Norte y el Instituto Nórdico del Caribe de Altas Tecnologías conformaron un admirable grupo multidisciplinario con sus más calificados científicos para desarrollar una investigación sin precedentes en el mundo.

El objetivo era descifrar el "genoma", el "código" de la psicología profunda, las motivaciones del conductor incivil de vehículos de motor. Por el gran número de cafres al volante que van como un peligro público por nuestras calles, la Gran Ciudad tuvo el dudoso honor de ser la sede de la investigación. En efecto, la prevalencia del conductor incivil es endémica de nuestra sufrida ciudad.

Después de siete años de trabajo, han sido presentadas las conclusiones, con un impresionante aparato crítico, fotos, videos, entrevistas, casos y estadísticas. El Informe completo ya se encuentra en la Red. Los responsables de cada casa de estudios, los doctores Knut Gómez y Juan Stolenberg, respectivamente, han presentado en una conferencia de prensa la joya más preciada de su investigación: el Decálogo del conductor incivil.

Los científicos señalaron que si bien la conducta incivil la adolecen toda clase de conductores, sin olvidar a los de las motocicletas (en particular los repartidores de pizzas) presenta "un poblamiento" muy concentrado en conductores de coches de particulares, escoltas, taxis, camionetas, microbuses, autobuses urbanos, camionetas de reparto, camiones de carga.

La primera conclusión del estudio es clara y contundente, se refiere a la premisa, la razón de ser del conductor incivil. El cafre tiene como lema: «Si puedo avanzar, acelero y avanzo.» La segunda: El reglamento de tránsito es casi letra muerta. La tercera señala que si bien se presenta en otras ciudades, la conducta incivil al volante es endémica de la Gran Ciudad, un rasgo de su identidad.

Este es el decálogo del conductor cafre:

1. Si el semáforo está en rojo y puede avanzar: acelero y avanzo.
2. Si la vuelta a la izquierda está prohibida pero puede darla y avanzar: la doy, acelero y avanzo.
3. Si puede avanzar en sentido contrario: sigo en sentido contrario, acelero y avanzo.
4. Si en el paso de cebra cruzan peatones (en particular señoras con carriola, niños y ancianos), acelero y avanzo.
5. Si hay un embotellamiento o atasco, pero puede seguir en reversa, por la banqueta o camellón, doy en reversa o me trepo a la banqueta o al camellón, acelero y avanzo.
6. Si choco, arrollo o atropello a alguien y puede huir, acelero, avanzo y huyo.
7. Si alguien me pide el paso pero puede seguir, le niego el paso, acelero y avanzo.
8 Si al avanzar obstruyo un cruce y bloqueo las calles o entradas: acelero y avanzo.
9. Si puedo rebasar por la derecha, doy a la derecha, acelero y avanzo.
10. Si puedo exceder el límite de velocidad, lo excedo, acelero y avanzo.
11. Si encuentro un lugar prohibido para estacionarse, ahí me estaciono.
12. Si la policía me da el alto pero puedo huir, acelero, avanzo y huyo.

Las autoridades se han declarado «sorprendidas por las conclusiones», y el Decálogo les parece «parcial», «tendencioso», «unilateral», «desinformado» y que responde a evidentes fines políticos en tiempos de campañas electorales. A pesar de ello, convocarán a la formación de una comisión mixta, múltiple y transversal para analizar a fondo la situación, aunque no están convencidas de la presunta presencia de conductores cafres en la ciudad.

5 de diciembre de 2017

El café San Marcos según Magris

«Si trazamos el mapa de los cafés, tendremos uno de los indicadores esenciales de un hallazgo asombroso: Europa se halla a sí misma en sus cafés, en la esencia que los anima.», dice George Steiner en uno de sus ensayos. «Europa está en sus cafés»* es un elogio pleno de nostalgia a los café europeos y también al juicio lúcido del gran crítico de la cultura.

El café es una institución europea, y no es muy aventurado imaginar que el arte y la historia de Occidente hubieran sido distintos sin esos establecimientos. «El café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el flâneur y para el poeta o el metafísico con su cuaderno.»


Me refiero al café europeo (que floreció incluso fuera de Europa), propensos a fomentar el fluir de las palabras, las conversaciones, el pensamiento, las ideas. Leer o pensar o escribir o juegar ajedrez o leer el periódico en un café son tan propios de su naturaleza como beber y comer en la misma mesa. El café europeo tiende a desaparecer y es sustituida  por otro, digámosle americano, o con necesaria precisión estadounidense. 


En mi ciudad, mientras uno a uno desaparecen los cafés europeos, surge uno tras otro en cada esquina un local de los suplantadores. No tengo nada en contra de éstos, y los visito con frecuencia, y todo está muy bien salvo que algo les falta, eso que Steiner conoce muy bien, y también Claudio Magris, que ha hecho en «Café San Marcos», un texto ejemplar de Microscosmos (Anagrama) el gran elogio de ese café triestino.


Al adentrarse en esas páginas el lector y parroquiano se siente arrebatado de la más extraña y alta forma de la nostalgia: una tristeza urgente por no estar sentado en una mesa de ese café, de esa ciudad que tampoco conoce. En el San Marcos transcurre todo porque es «un arca de Noé, donde hay sitio, sin prioridades ni exclusiones, para todos».

Luego del café en sí, su estructura, lo distingue «la fidelidad conservadora y el pluralismo liberal de sus parroquianos... En el San Marcos triunfa, vital y sanguínea, la variedad». «El café es una academia platónica, decía a principios de siglo Hermann Bahr ... En esta academia no se enseña nada, pero se aprenden la sociabilidad y el desencanto.»

El café es un refugio, una especie de asilo, un templo, un museo, una galería, un punto de encuentro, un gabinete de estudio, un microcosmos. También un espacio privilegiado para la escritura.

«Escribir significa saber que no estamos en la Tierra Prometida y que no podremos llegar nunca allí, pero continuar con tenacidad el camino en esa dirección, a través del desierto. Sentados en el café, se está de viaje; como en el tren, en el hotel o por la calle, uno tiene consigo poquísimas cosas...» «El café es un lugar de la escritura. Se está a solas, con papel y pluma y todo lo más dos o tres libros, aferrado a la mesa como un náufrago batido por las olas.»

Un verdadero café, y no sólo el San Marcos de Trieste, es un paraíso breve y secreto, un punto de recogimiento entre los otros, un sitio frágil para la confesión y vislumbrar el ser de alguien. Un café es una isla a la que ansían llegar los náufragos sobrevivientes, heridos de nostalgia, de las calles hostiles de la ciudad, cualquier ciudad. Lo sabe George Steiner y Claudio Magris. Y con ellos, también nosotros.
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* Apunte de este Cuaderno de bitácora de lo casi inadvertido del 14 de enero de 2016.