27 de junio de 2018

Una escritura como el relámpago

Anhelar una escritura como el relámpago: súbita, breve, intensa y luminosa. Una cuya fuerza encienda las palabras y éstas prendan con su fuego la luz del pensamiento. Una escritura con ritmo que se erija mágica y cotidiana, precisa y clara, trascendente en su fulgor. Una escritura inédita que rompa el día y cruce la noche.

Cuando un hombre o una mujer escribe, acaso sin saberlo, al crear belleza, es un dios. Y luego de escribir lo que no se había dicho, de alcanzar lo que no se había imaginado, de cruzar el puente de lo más temido o la pesadilla, cederle el paso al asombro. Será entonces la hora del reconocimiento. Y después de dejar en el papel fijas en tinta las palabras, una vez que al guardar la pluma termine el juego, pasar a otra cosa, como si nada, como si sólo se tratara de trazar palabras y se pasara de página y se cerrara el cuaderno.

Europa

Una amiga viaja a Europa por primera vez. Me pregunta, insensata, qué debe ver. Le dije que las ruinas, griegas, romanas y las que encuentre. Los sitios en que yacen humilladas en el suelo por el tiempo y los elementos y los hombres esas piedras que conservan intacta la dignidad de los dioses y los héroes, su grandeza impecable después de tantos siglos.

Ve a las catedrales. Mira su majestuosidad, te lo dice un agnóstico. Busca en su imponente arquitectura la espiritualidad perdida, y no me refiero a ningún dogma ni religión. Mira los altares, las impresionantes columnas, las cúpulas prodigiosas en alturas de vértigo y cámbiate de pasillo si anda por ahí algún cura.

Visita los museos, llénate los ojos de luz y cultura y color y belleza. Mira los cuadros sin prisa, y no trates de agotarlos todos. Piensa que hay uno destinado a cambiarte la vida, por el que imaginarás lo que no habías sospechado, por el que comprenderás algo esencial, el que te hará mirar el mundo desde otro escorzo. Observa las esculturas, alguna te parecerá que late y vibra, que algo vive cautivo en su mármol para ti.

Escucha música en vivo. Asiste a las salas de conciertos, a los templos, donde encuentres que el arte de los sonidos y silencios hace girar el mundo. Si buscas un poco podrás oír orquestas extraordinarias y obras que bien podrías considerar una revelación.

Siente los rincones de ciertos barrios, las plazas y sitios emblemáticos de ciertas ciudades. Hay calles en las que reconocerás tus pasos, y descubrirás algo que sólo tú puedes valorar. Por último, le dije, entra a los cafés. George Steiner y Claudio Magris tienen razón, Europa está en sus cafés.

Sergio Pitol, infatigable viajero, dice en una de sus novelas, Juegos florales, que Europa «podía impartir todavía muchas lecciones a quien llevara algo en su interior, era capaz de transformar a un individuo pero no de inventarlo. Imposible enseñar a ver pintura a un ciego».

Aunque las capitales culturales se han multiplicado en todas partes, y el mundo en los tiempos de la globalización es cada vez más homogéneo, ese cita merece toda tu atención. No lo olvides, le dije a mi amiga, el viaje es una transformación, lo demás es irrelevante. Y le anoté, como su itinerario, la sentencia de Pitol en un papel.

11 de junio de 2018

El ideal de una orquesta

Un joven director de orquesta francés hablaba en un español mucho más que correcto sobre su trabajo a ingenieros en sistemas, tecnólogos y expertos en software. Los organizadores de la conferencia pretendían mostrar cómo se alcanza la coordinación y la formación de grupos de trabajo en otras áreas de la actividad humana.

El director hablaba de la relación vertical con la orquesta, que él decide por todos y que no hay lugar para las dudas y muy poco para la improvisación. La orquesta no podía ser la suma de sus músicos sino un único instrumento, y la mano derecha señala con autoridad los tiempos y la izquierda la interpretación.


Una orquesta es el más formidable ejemplo de cooperación y trabajo en equipo. Todos los integrantes de la orquesta tienen que sumarse con precisión absoluta al único fin: hacer música con la misma intención, la misma calidad y al mismo tiempo. Tal vez ningún otro trabajo en equipo aspira así a la perfección.

Hace años, en el Palacio de Bellas Artes, durante en un ensayo de la Deutsche Kammerakademie Neuss, una orquesta de cámara que vino a grabar una ópera con tema prehispánico con seis cantantes mexicanas, Gerardo Kleinburg, director de la Ópera, me hizo notar el juego erótico, la seducción entre un violinista y una chelista. Muy cerca uno de la otra, se miraban, se sonreían, se acercaban, se hablaban con sus instrumentos. Había un diálogo, un lenguaje corporal como si estuvieran solos y no en el escenario rodeados de una pequeña orquesta.

Es probable que no exista mayor coordinación entre todas las actividades humanas que a la que aspiran dos músicos que tocan la misma sonata, o los que vibran con el piano y la voz en las notas de una misma canción. Los músicos de una orquesta tienen que respirar al mismo tiempo, y atacar con la misma intensidad y duración cada nota. Sus entradas y salidas deben ser exactas, matemáticas, impecables. Y es justamente eso, el sonido vivo lo que motiva a escuchar a una orquesta en vivo en tiempos de alta tecnología y reproducción de alta fidelidad.

Sin embargo, una orquesta puede ser un microcosmos caótico y político, como lo mostró con genio Federicio Fellini en su película Ensayo de orquesta. La combinación de relaciones y conflictos laborales con un proyecto artístico y la figura con frecuencia autoritaria del director es altamente inflamable.

La calidad del ejecutante o instrumentista como un artesano según el joven director francés entra en pugna con su condición de miembro de un sindicato, y las envidias y resentimientos también son constantes. Todo, todo puede ser motivo de desacuerdos: salarios, horas extras, horarios, trajes, instrumentos, solistas y con frecuencia... el director. Una orquesta puede ser un surtidor de música o una fuente inagotable de desacuerdos, discordias y querellas.

He recordado todo esto, de pronto, al desembocar en un párrafo del musicólogo Luca Chiantore en su Beethoven al piano, un libro asombroso. Se refería a la conformación de la orquesta moderna, en el siglo XIX: «Una orquesta interpretando una sinfonía era realmente una sociedad en miniatura: una sociedad ideal, capaz de recordar las ciudades ideales del Renacimiento, con un soberano que las dirige y una aspiración a la perfección que no dejaba margen a lo irracional, a lo imprevisto, a la iniciativa individual improvisada. Una Utopía, precisamente.» Me parece que esto no ha cambiado.