29 de septiembre de 2010

La gramática atómica

Especialistas de las más prestigiadas universidades han concluido en un reciente Congreso que el modelo científico de la gramática atómica es correcto. Esta teoría afirma que una letra es indivisible, como el átomo de los antiguos griegos. Una a o una z no tienen partículas subatómicas, no tienen protones, electrones ni bosón de Higgs. El verdadero átomo es una letra.

Esto es una revolución científica absoluta que contrasta con la relatividad de otras teorías. Si bien se ha buscado un modelo cuántico, la gramática atómica es la que responde a la totalidad de las grandes interrogantes del sistema.

Los científicos ya no dudan al afirmar que una palabra es un conjunto de átomos (letras), y no dudan de que este descubrimiento dará gran impulso a la biología lingüística atómica, que podrá considerar a las palabras como células o núcleos. Por su parte, algunos investigadores especialistas en química atómica buscan ya el peso y la masa atómicos de cada letra, como si éstas fueran elementos.

El modelo de la gramática atómica (algunos han preferido llamarla alfabética atómica o abecedaria atómica) dice que cada letra es indivisible, no se crea ni se destruye, sólo se transforma, y esta ley física de las letras es válida para las vocales y para las consonantes, y presenta características muy interesantes.

Las letras, verdaderos átomos y elementos, ya sean mayúsculas o minúsculas, manuscritas o de molde, pueden mutar en otros nombres en otros universos gramaticales atómicos (lenguas o idiomas), y son excelentes conductoras del sonido, por eso pueden expresarse con un número muy variable de acentos y ser bien o mal pronunciadas. Pueden ser dichas rápido o despacio, con vehemencia o con un susurro, incluso pueden no ser escuchadas, como cuando alguien lee en silencio.

Las letras átomos también son grandes transmisoras de energía, por eso pueden ser dichas con pasión o rabia, con naturalidad o con la impostura de un actor, con euforia o la más lamentable de las tristezas.

Una palabra, entonces, debe ser vista por la biología como una célula, y por la química como un elemento, por la física como fuente inagotable de energía y aún la energía misma. Una variante del modelo de la gramática atómica sostiene que las palabras tienen género, de manera que habrá palabras y palabros, aunque aún no se conoce cómo se reproducen, nacen y mueren (pero no mueren, mutan, cambian, se transforman, se enriquecen del uranio de nuevos significados y significan otras cosas).

Lo que está más que comprobado es que con una combinación afortunada de átomos gramáticos (es decir, letras), se pueden formar en un número finito pero desconocido, como el de los números primos, las palabras o palabros, con los que se pueden hacer la lista de la ropa en la tintorería o la de los invitados a una fiesta; las recetas de cocina, los recados, los directorios telefónicos, los inventarios, las minutas, los memorandos, las crónicas, los informes, los discursos, las composiciones escolares, los relatos, los ensayos, las novelas, los poemas y las cartas de amor.

La belleza y verdad de todos estos casos de uso dependerá de los atributos físico químico biológicos de los átomos y las combinaciones de las células que los conforman. Más claro ni la o por lo redondo.

Por fin se entiende porque un vidente llamó (¡Eureka!) pluma atómica al bolígrafo, boli, borime, que bajo esos nombres también se le conoce. Después de todo, los poetas tienen la razón. Antonio Machado ya sabía que sólo se puede escribir golpe a golpe, átomo a letra, palabra a célula, verso a verso.

23 de septiembre de 2010

Francesca Woodman

Veo un libro sobre ella. Empieza a ganar fama y admiradores. Sobre Francesca Woodman y sus fotos se publican libros, se escriben ensayos. Yo tengo emociones e impresiones contradictorias. Más que la razón, una intuición que algunas veces ha guiado mi escritura me acerca a ella. Me hubiera gustado incorporarla a una novela que se va quedando atrás pero que no he olvidado del todo. Me hubiera gustado haber sabido de ella cuando escribí La rosa del calidoscopio, hablar de su vida y sus fotografías. Me hubiera sido muy útil para dibujar el ámbito de cierto personaje. Esta fotógrafa malograda tiene afinidades profundas con algo que imaginé. Así lo creo. Tanto, que a veces pienso que uno no imagina, simplemente encuentra. En este caso, a destiempo.

12 de septiembre de 2010

Simenon o la escritura sin fin

No son pocos los lectores que admiran sin reservas los libros de Georges Simenon, seducidos por el encanto, la variedad y la extensión de su obra, pero también por lo que conocemos de su vida, por esa biografía tan difundida sin pudor, tan literaria como embustera que alienta la leyenda de este fecundísimo escritor.

Sus novelas y relatos, de estupenda factura, se cuentan por cientos, y, por si fuera poco, un personaje, el comisario Maigret, protagonista nada menos que de setenta y seis novelas, es tal vez el inspector de policía más célebre del mundo, de rasgos tan definidos y personalidad tan dibujada, de hábitos tan arraigados y tan familiar a sus lectores, que algunos no sólo afirman que lo reconocerían si lo encontraran caminando por las calles de Montmartre o en la terraza de un café, aunque no llevara su pipa y su sombrero.

Algunos estarían dispuestos a afirmar que lo visitaron en su despacho (en el que confirmaron que aún estaba allí la vieja estufa de hierro colado), o que no hay ni la menor duda de su cabal existencia porque un personaje tan veraz y entrañable no lo podría haber inventado ni el mismísimo Simenon.

El inspector es el rostro visible, la imagen de la suma de virtudes cívicas que la polis espera de un hombre, serio y honesto, que dedica su vida entera a luchar contra el crimen y cuya mujer, excelente cocinera, lo espera, comprensiva y discreta, cada noche, cuando vuelve cansado a casa con preocupación infinita o satisfecho por haber cumplido su misión.

 Con este superhéroe de novela, Simenon logró una popularidad y unas cifras de ventas que aún hoy, casi ochenta años después de la publicación de Pietr el letón, la primera de Maigret, marean. Simenon y Maigret llegaron a fundirse en uno, y en algunas ediciones esas dos palabras aparecen unidas como si fueran el nombre y el apellido, la fusión y confusión del autor con su personaje.

Simenon tenía una fabulosa capacidad de creación, una imaginación y un conocimiento de su oficio que le permitía, en quince jornadas de trabajo intenso, terminar una novela, cualquiera que se propusiera, pues las componía por encargo, ligeras y licenciosas, sentimentales y cursis, de aventuras, policíacas y duras, digamos literarias.

A mí, lo que más me gusta de Simenon, es su pasión por la escritura, su gusto sin fin por escribir a máquina, por encontrar en las teclas que aporreaba con energía, los peldaños que le darían fama y dinero, celebridad y la enorme satisfacción de hacer todos los días a todas lo que más le gustaba hacer en la vida.

Para Simenon, la pasión por las palabras, que conservó intacta hasta el fin, pues cuando viejo y enfermo ya no pudo escribir, dictaba, tenía el goce que los niños encuentran en el prodigio de unir letras que de pronto forman palabras y luego frases que dicen cosas que uno había pensado y que ahora estaban ahí, en el papel, fijas, y que cualquier puede leer.

Esa pasión por las palabras, por fabular, por dar cauce en ellas a una imaginación y un talento desbordante, a un río incesante de pensamientos e ideas, de situaciones y personajes, no es común ni tan frecuente, como podría pensarse, aún entre escritores. Para encontrar una pasión así, hay que remontarse a Balzac, al Marqués de Sade, a Proust.

Esa sed de palabras, que no se apaga al escribir, sino se enciende en la medida en que se van dejando esas salamandras de tinta en el papel y que no se tiene más remedio que dibujar para que renazcan a los ojos de otros, es la gran lección de Simenon.

Pero si Enrique Vila-Matas disertaba en una novela sobre los escritores que dejan de escribir, pues las razones y la fuente de la creación literaria son misteriosas, Simenon podría ser un buen ejemplo de los que no paran de escribir y terminan por escribir demasiado.

La leyenda cuenta que Simenon estaba dispuesto a encerrarse en una caja de cristal y escribir una novela más, a la vista del público, en un alarde del dominio de su oficio, y también se dice que tuvo más mujeres que novelas.

Frente a esa producción en serie, industrial, no muy lejana a la de las plantas de montaje, no vale la pena destacar que hay libros desiguales y prescindibles, sino que muchos de ellos son excelentes y que Gide y Henry Miller, Céline y T. S. Eliot, Faulkner y Pla, gozaron de ellos.

Frente a Simenon no están los que dejaron de escribir, sino esos solitarios que escribieron una y sólo una novela. La lista no es breve, pero sí asombrosa. Basta un nombre para cifrarla: Juan Rulfo.

7 de septiembre de 2010

El amor sitiado

Entre su amor callado y su amada: la música. El silencio de Mr. Kinsky encuentra en su piano y en sus composiciones la hondura que no supieron hallar sus palabras, su torpe declaración de un amor que parecía imposible. Decía Henry Miller en una de sus novelas que ninguna mujer es capaz de resistir la llamada de un absoluto amor. Tal vez eso sea cierto en la literatura, en el cine, en esta película de Bernardo Bertolucci, Besieged, en la que casi todo se dice en silencio, todo lo que importa, el deseo y el amor, la nobleza, la soledad y la gratitud, casi un poco al margen de las condiciones de la trama, del choque brutal de las culturas, de la música africana, de la música europea, de Roma, que asoma eterna por breves instantes en las escalinatas y la Piazza di Spagna. Como aquellos otros célebres amantes, Shandurai y Mr. Kinsky tienen que separarse al amanecer, pero no cuando los despierta el canto de una alondra, sino cuando Winston, el marido de ella recién liberado, toca a su puerta.

6 de septiembre de 2010

Ah las palabras

Hay palabras expósitas, hay palabras bastardas, hay palabras de alcurnia, hay palabras reales. Hay palabras desconocidas, hay palabras impuras, hay palabras inútiles, hay palabras parásitas. Hay palabras admirables, hay palabras impresentables, hay palabras impronunciables, hay palabras extrañas y extranjeras. Hay palabras amigas, hay palabras ajenas, hay palabras vecinas, hay palabras nuevas.

Hay palabras viejas, hay palabras en desuso, hay palabras confusas, hay palabras oscuras, hay palabras luminosas, hay palabras retóricas, hay palabras francas, hay palabras mentirosas, hay palabras profundas. Hay palabras seductoras, hay palabras obscenas, hay palabras coquetas, hay palabras duras, hay palabras durísimas, hay palabras suaves, hay palabras melosas, hay palabras aladas.

Hay palabras graves y jurídicas, hay palabras simpáticas, hay palabras incomprensibles, hay palabras innecesarias, hay palabras hermanas, hay palabras gemelas, hay palabras lejanas. Hay palabras insospechadas, hay palabras espías, hay palabras dobles, hay palabras comprometidas, hay palabras comprometedoras, hay palabras delatoras, hay palabras testimoniales, hay palabras desaliñadas, hay palabras marciales.

Hay palabras solemnes, hay palabras ceremoniales, hay palabras vitaminadas, hay palabras descafeinadas, hay palabras vigorosas, hay palabras anoréxicas, hay palabras espinosas, hay palabras plumíferas, hay palabras arrabaleras, hay palabras palaciegas, hay palabras falsas, hay palabras doradas, hay palabras bailadoras, hay palabras cascabeleras, hay palabras ligeras, hay palabras honorables, hay palabras promiscuas y degeneradas.

Hay palabras infernales, hay palabras paradisíacas. Hay palabras sucias, hay palabras inmaculadas, hay palabras vulgares. Hay palabras leales, hay palabras traidoras, hay palabras delatoras, hay palabras liberadoras. Hay palabras perfumadas, hay palabras deportistas, hay palabras infantiles, hay palabras de mujer, hay palabras femeninas, hay palabras científicas, hay palabras chismosas, hay palabras amistosas, hay palabras insensibles, hay palabras sentimentales.

Hay palabras poéticas, hay palabras literales, hay palabras guerreras, hay palabras desquiciadas, hay palabras neuróticas y esquizofrénicas, hay palabras corruptas, hay palabras envenenadas. Hay palabras benditas, hay palabras transparentes, hay palabras inaceptables, hay palabras inefables, hay palabras embusteras, hay palabras verdaderas.

Hay palabras sabias, hay palabras exactas. Las hay negras y blancas, dulces y amargas, obesas y hambrientas. Las hay sabor ajo, cebolla, menta, chocolate, miel y hierbabuena. Las hay democráticas y autoritarias, otras son mestizas, otras son puras, otras son poderosas.

También es sabido que las hay exuberantes y desérticas, heladas y silvestres. Algunas son boscosas y frutales, otras volcánicas, otras oceánicas, algunas más son endémicas y transgénicas. Sí, y también se sabe que algunas son ignorantes y otras enciclopédicas, y las hay nacionalistas, microscópicas, universales y hasta cómicas y cósmicas…

Me han dicho que es imposible definir y clasificar a todas las palabras. Supongo que así es. Yo sólo las encuentro misteriosas y fascinantes, me rindo ante su misterio y su encantamiento para nombrar y llamar, significar y decir.

Me gusta cómo se ven y cómo se pronuncian, su ortografía y su gramática, y eso que llaman sintaxis, que sirve para ver cómo se mezclan y combinan y forman entre ellas. Qué cosa más rara. Qué bichos de letras más lindos. Yo sólo sé que me gustan mucho las palabras.