29 de noviembre de 2021

"La broma" en tiempos de Twitter

Cassandra Vera Paz publicó en Twitter, entre 2013 y 2016, en España, una serie de tuits de mal gusto, humor negro, ácidos sobre el homicidio a Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno español en 1973. Vera Paz nació veintidós años después del atentado, en Murcia (no en el País Vasco): no está muy claro su empeño tantos años después, al parecer comenzó su burla a Carrero o el franquismo cuando incluso era menor de edad.

A partir de una operación para combatir el terrorismo en las redes sociales, sus tuits fueron denunciados por injurias a las víctimas del terrorismo. Se metió en graves problemas. La condena, de 2017,  consistía en un año de prisión y siete de inhabilitación. Entonces dijo Vera Paz: «No sólo me quedo con los antecedentes, me han quitado el derecho a beca y destrozado mi proyecto de ser docente. Me han arruinado la vida.» 

La sentencia fue anulada en el 2018. Para el Tribunal Supremo la publicación de «chistes fáciles y de mal gusto [...] es reprochable social e incluso moralmente en cuanto mofa de una grave tragedia humana, pero no resulta proporcionada una sanción penal». Por una vez se impuso la cordura. La broma de Vera Paz y su lío con la justicia es comentado y discutido en España como el «Caso Cassandra».


Karla Pérez González, de dieciocho años, fue expulsada de la Universidad de Las Villas en Santa Clara, Cuba, donde estudiaba primero de Periodismo, en abril de 2017. Había publicado en un blog comentarios críticos al Partido Comunista por «marginar del debate a millares de cubanos que representan la oposición» y anhelar el «el entierro de la obsoleta suposición de que los once millones [ de cubanos] pensamos igual, cuando ni dos lo hacemos». 

Pérez González fue sometida a una evaluación realizada por sus propios compañeros. Ocho de ellos pudieron su expulsión de la universidad, seis no lo pidieron. Ella dijo que esos compañeros que la apoyaron fueron advertidos de que serían «analizados». Las autoridades se han ahorrado la molestia de asumir el costo político de la expulsión: fueron los propios compañeros. Es obvio que fue acusada de «ser miembro de una organización ilegal y contrarrevolucionaria».

Fue expulsada de la universidad, salió de Cuba y, al parecer, pudo estudiar en Costa Rica gracias a la iniciativa de el diario El Mundo, de ese país. En el 2020 finalizó su carrera en la Universidad Latina, y decidió regresar a Cuba; un funcionario de migración cubano le advirtió a Pérez González, que estaba esperando en Panamá un vuelo a La Habana, que no podría volver a Cuba.

Hay otros casos, como los de los venezolanos Inés González Árraga y Pedro Jaimes Criollo que también hay tenido problemas con la ley, incluso han sido detenido y encarcelados, por ejercer la libertad de expresión o hacer bromas o chistes de mal gusto. La persecución no es nueva, pero ahora se persigue a las opiniones publicadas en las redes sociales.
 
He recordado estos casos al volver a La broma, la novela de Milan Kundera, publicada en 1967, que narra las aterradoras consecuencias de hacer eso, una broma, un chiste político, en regímenes autoritarios o dictatoriales, en un mundo que «ha perdido el sentido del humor». Esta novela, como todas las grandes o verdaderas novelas, más allá de su trama, cuenta una historia y cuenta la vida. Y es, tal vez a su pesar, una de las grandes novelas políticas o con fondo político del siglo XX, cuya sombra se extiende todavía en muchas naciones del mundo hacia el primer cuarto del siglo XXI. Su lectura para los más jóvenes (esa generación que ama las redes sociales) se antoja muy recomendable, incluso obligada, y entrados en letras, podrían completar su aproximación con otra novela esencial de Kundera: La insoportable levedad del ser

Las persecuciones son tan viejas como la crítica al poder. Y los autócratas y los gobiernos más ensimismados en su tóxica contaminación ideológica -los que tienen tres frases y otros tantos dogmas para justificar sus medidas y responder a todas las preguntas; los dueños del pensamiento único- lo saben mejor que nadie. Pareciera increíble, y es inadmisible, que un chiste o una broma, una crítica o una petición de apertura, expresados desde una red social, puedan llevar a alguien a la cárcel, inhabilitarlo, echarlo de su país o arruinarle la vida. Ah, el poder de las palabras.

22 de noviembre de 2021

La librería secreta

Hay en la ciudad una librería secreta, oculta, y su leyenda no deja de crecer. Desde hace años corría el rumor de una gran librería instalada en una casa o departamento (las versiones y rumores, como los mitos, no siempre coinciden) al que sólo sería posible acceder con una contraseña, por invitación y  acompañado por el cicerone correcto.

En una ciudad que cada día tiene menos librerías, como pierde el país especies que se extinguen, hay una librería en la que no es posible entrar como a cualquier otro negocio abierto al público, ni recorrer sus anaqueles, mirar los volúmenes que guarda porque no está accesible para curiosos y aficionados que visitan las librerías inevitablemente, por razones o motivos que no siempre es fácil de explicar, como un paseo urgente y necesario o un ejercicio espiritual.

Hace años me hablaron de ella. Y la simple posibilidad de que existiera un lugar así me parecía en sí mismo literario y el tema para una novela negra o de detectives, en la que el héroe tenía que encontrarla y desentrañar su secreto. Se decía que era un sitio para bibliófilos y coleccionistas, en el que ofrecían al comprador una copa de vino mientras negociaba el precio de un tomo de Ficciones, firmado por Borges, editado en Buenos Aires hace cincuenta años.

Supongo que las condiciones de su operación no son las mismas porque, aunque el misterio de su ubicación no se ha revelado (corre el rumor de que cambió de domicilio), en la Red y en los diarios han aparecido artículos y al menos un reportaje sobre la librería secreta, que se llama el Burroculto (celebremos el nombre) y que tiene una hermana, que se llama La Mula Sabia.

Dice la información disponible y nunca confirmada, que el librero y alma de estas librerías secretas responde al nombre, que podría funcionar muy bien en esa imaginaria novela, de Max Ramos. Al parecer, es cierto que hay una habitación para hacer tertulia, tomar café, una copa de vino o mezcal. 

Alguien me dijo que frecuentaba el Burroculto pero lamentaba mucho no poder decirme su ubicación, y tampoco estaba en sus manos extenderme una invitación, pero me aseguró que la última vez que la visitó estaba a la venta una carta de Marcel Proust.

Cuál es el fondo,qué clase de libros se venden en el Burroculto es otro misterio. Se dice que predominan primeras ediciones y ejemplares raros de literatura mexicana e hispanoamericana, pero también he oído que, según lo que consigue el librero, pueden aparecer joyas de cualquier literatura de enorme valor para aficionados a los libros sin remedio.

He escuchado que las librerías estaban en la colonia de los Doctores, pero ahora se han mudado a la Roma o la Condesa. Si un día pudiera conversar con Max Ramos, con una copa de vino en la mano, insistiría en averiguar el por qué del secreto y casi clandestinidad en la que operan sus librerías. 

No lo sé, tal vez es su modelo de negocio, la manera de dirigirse y conservar una clientela selecta y conocedora, pero temo que la respuesta pueda ser tan lógica y ordinaria, tan común y comprensible que arruinaría todas las especulaciones y juegos literarios que imagino. Sería una pena encontrar una respuesta que no esté a la altura del gran misterio que encierran unas librerías ocultas, invisibles, secretas.

14 de noviembre de 2021

La obra perfecta

«Sólo tenemos la certeza de escribir mal cuando escribimos; la única obra grande y perfecta es aquella que nunca se sueñe realizar», dice Fernando Pessoa a través de su heterónimo Bernardo Soares. Luego de declarar que si hubiera escrito Rey Lear tendría remordimientos durante el resto de su vida porque esa obra es tan grande que sobresalen sus gigantescos defectos. 

Nadie tiene el don de «escribir una obra de arte con el tamaño justo para ser grande y con la perfección precisa para ser sublime»; el mensaje es claro: como «sólo tenemos la certeza de escribir mal cuando escribimos; la única obra grande y perfecta es aquella que nunca se sueñe realizar». La obra perfecta es la obra no escrita, nos dice Pessoa, y pocos más autorizados que él para firmar la sentencia. 

Estas citas provienen de ese prodigioso e imperfecto baúl de belleza y desconsuelo y sabiduría y amargura que es el Libro del desasosiego. El enorme poeta portugués tiene razón. Hay una tenue cisura, una zanja, una brecha, un abismo entre la obra pensada o soñada y la que se ejecuta. «La obra realizada es siempre la sombra grotesca de la obra soñada.»

Pessoa no fue el primero en saberlo, pero tal vez nadie lo ha dicho con tanta vehemencia. Thomas Mann lo sabía también, por eso apreciaba tanto la máxima de Chéjov: «la insatisfacción con uno mismo constituye un elemento básico en todo auténtico talento.» Ese es el punto del relato «Hora difícil», en el que Mann muestra a Schiller en lucha consigo mismo en una noche de frío y resfriado y desvelo empeñado en lograr el poema soñado. El esfuerzo, la dedicación, la constancia no son malos compañeros de los que emprenden obras que a la distancia algo tienen de montañas prodigiosas. 

Para Mann y Schiller, parece, el trabajo duro, el empeño y la búsqueda sin fin son tres nombres del talento. Aspiran a ascender a cualquier precio para lograr (¿encontrar?) la obra maestra, aunque sus esfuerzos, una y otra vez, y por mucho tiempo, se asemejen a la tarea sin fin e inútil de Sísifo. Sin embargo, Mann y Schiller lograron llegar a la cumbre. 

He visto a autores de talento renunciar a la realización de la obra por el temor cerval de no lograr la obra mil veces deseada e imaginada. (Es tal vez, un problema del ego. Pareciera que dicen: como no logro la obra que imaginé, es mejor no hacer nada.) He visto a autores rehuir de su tarea porque tienen que investigar, planear, viajar, entrevistar a vagos testigos o personajes secundarios, entre otras justificaciones y pretextos, antes de emprender la realización de su obra. 

Virgilio murió insatisfecho con la Eneida, y no sabemos con certeza qué hubiera hecho con ese prodigio de poema si hubiera vivido dos o tres años más. Sin duda el gran poema, uno de los más altos de Occidente, no tendría la forma que conservamos (a pesar de los ajustes y revisiones y correcciones que comenzaron desde tiempos de Augusto). 

Si bien escribir es con frecuencia reescribir, volver al texto y pulirlo para que alcance su mejor brillo y claridad y precisión, el riesgo de la sobrecorrección (tal visible como la tercera cirugía plástica en la misma nariz) planea sobre obras cuyos autores no saben que la perfección no es de Shakespeare ni de Pessoa ni de Schiller ni de Mann; que no es de este mundo.

Hay poemas casi perfectos, pero la novela tiende a la imperfección. Entre más grande y pretenciosa, más imperfecta al tiempo que más imponente y asombrosa. Muchas de las grandes obras maestras del siglo XX son imperfectas: En busca del tiempo perdido, El proceso, Ulises, entre otras, son obras maestras prodigiosamente imperfectas. ¡Viva esa imperfección!

El poeta y el novelista y el músico y el pintor imaginan una obra ideal que guardan en la mente y el corazón, pero esa perfección se desvanece cuando la realizan; sin embargo, las obras maestras, las verdaderamente grandes, las que cumplen su función y nos conmueven y mueven a un estremecimiento ante su belleza y muestran y generan una reflexión, revelan en sí mismas, en su grandeza, la humana imperfección de sus creadores.