18 de mayo de 2017

Una muerte feliz

Bruce Hampton se desplomó en el escenario del Fox Theatre de Atlanta durante el «Hampton 70: A Celebration of Col. Bruce Hampton», el concierto-celebración de sus setenta años. Dice Jeff Sipe, baterista de la banda, que cerca del final de su presentación Hampton cayó con el micrófono en la mano mientras tocaban «Turn On Your Love Light».

La banda siguió tocando hasta que alguien se dio cuenta de que la caída de Hamtpon y su quietud no eran otra de sus bromas. Murió poco después en un hospital. Cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, nos advierte Jorge Manrique.

Llamado el Coronel, Bruce Hampton era un cantante, guitarrista, compositor y líder de su grupo, el abuelo (granddaddy) de la jam-band scene. No es aventurado ni frívolo afirmar que, además, fue un hombre que tuvo una muerte feliz. Así se llama una novela temprana de Albert Camus; y Dante y Solón ya sabían que el término de la vida de un hombre puede fijarse en los setenta años.

Heródoto narra en Clío (lo he recordado ya en otro apunte) la respuesta de Solón, sabio y legislador ateniense, a Creso, el vanidoso y engreído rey de los lidios. Creso quería que el sabio lo llamara el más feliz de los hombres porque tenía poder y riquezas. Solón, prudente y con ateniense pesimismo, le dijo que de los poco más de veinticinco mil días que es el término de la vida humana, no hay uno idéntico a otro y que la vida es una serie de calamidades, por lo tanto no puede llamarlo feliz ni dichoso hasta que no concluyan sus días. El infortunio puede estar al acecho, por ello mientras no se sepa cómo muere un hombre, es prudente suspender el juicio y no llamarle feliz o dichoso pues se ha visto desmoronarse la fortuna de los más favorecidos.

Es preciso hacerlo, pero hay maneras de morir. Si alguien se libra de la violencia de los hombres, de la desgracia, de los sucesos lamentables, de la larga enfermedad, del dolor y la agonía, sin duda se trata de alguien inmensamente afortunado.

No sé quién era el Coronel Hampton, nunca he escuchado su música; no sé nada más de él, salvo que era uno de esos bienaventurados. No puedo imaginar para un músico una mejor muerte, más dulce, que caer súbitamente fulminado en el escenario mientras cantaba y tocaba, ejerciendo su oficio, entre los suyos, arropado por su público, en el concierto que festejaba sus setenta años. Fortuna le sonrió y lo libró del dolor, de la lenta y progresiva disminución de facultades, de estar atado a una cama, de la pérdida paulatina de la vida.

Todo sucedió en un instante, cómo se viene la muerte / tan callando. Dichoso él. Jeff Sipe, el baterista, él último en verlo a los ojos, cuenta que el Coronel lo miró y le sonrió justo antes de caer sin sentido: «Creo que sonrió para despedirse», dijo. Yo no tengo ni la menor duda; estoy seguro de ello. Sonrió para despedirse al mirarla de frente y comprender en el último relámpago de lucidez que tendría una muerte feliz.