21 de septiembre de 2018

Juan José Arreola

Hace cien años nació Juan José Arreola. Cada día es más grande, y sus palabras más diáfanas, su literatura más pura y profunda. Su lección de amor por el lenguaje es impecable y fecunda, y su ingenio y brevedad son asombrosos: nadie ha dicho más que él con tan pocas palabras.

Arreola es uno de esos escritores que pueden leerse sin fatiga a lo largo de la vida, y pareciera que sus relatos son mejores con el paso de los años. Es, sin más, uno de los imprescindibles. Tal vez su universo se cifra en esta cita, casi una autobiografía literaria:

«Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor.»


18 de septiembre de 2018

La escritura, el boxeo, la vida

El vínculo entre el boxeo y la literatura es una larga historia de más de quince rounds. No sólo muchos escritores han escrito relatos y cuentos (también novelas, casi todas menos célebres) sobre boxeadores, sino que se han puesto los guantes. Tres escritores amigos o conocidos míos, no tan jóvenes, entrenan y se suben al ring.

J. R. Moehringer sabe por qué: «Este deporte seduce también a escritores, y los arrastra con su corriente de testosterona. Muchos tienen una muerte espantosamente literaria, ahogados en su propia hipérbole.» Y conoce el fondo de esa fascinación: «Si boxear es la metáfora definitiva de la vida, entonces, creo yo, es la metáfora definitiva de la escritura, que no es más que una destilación, una transposición, una explicación de la vida.»

Hoy el boxeo me interesa mucho menos que hace años, pero la escritura sutil y poderosa de J. R. Moehringer en El campeón ha vuelto (Duomo Ediciones) me ha devuelto el entusiasmo perdido. Si El bar de las grandes esperanzas,¹ su libro de memorias, es una obra notable y fuente inagotable de alegrías, con este relato sobre un campeón sin corona, indigente y embustero, las supuestas diferencias y la distancia entre el periodismo y la literatura desaparecen, como deben desaparecer las coordenadas y la claridad de la visión del mundo tras recibir un gancho devastador; también es el negro literario, el escribidor, es decir el verdadero autor de Open, la estupenda autobiografía de Andre Agassi. Vaya si Moehringer sabe contar historias.

Un periodista sale a las calles a buscar a un boxeador viejo, sin techo, miserable, del que los expertos y aficionados y rivales se acuerdan porque tenía una pegada demoledora, una de la más fuertes en la historia del boxeo de peso completo.

Como le sucede con frecuencia a los buscadores, ese periodista encuentra mucho más de lo que busca. Fascinado por la figura del viejo boxeador, obsesionado con la identidad y la figura paterna, animado por la «sólida creencia de que la vida es una pelea sangrienta», Moehringer cuenta una historia que encierra otra historia (como los buenos cuentos) y un desengaño, y no faltara quien encuentre una enseñanza y una moraleja.

Ejercer su oficio para escribir un gran reportaje, descubrir quién es Campeón y llegar a vislumbrar la verdad, son buenas razones para llegar al fondo, para buscar tal como el capitán Ahab persigue a Moby Dick. Moehringer sabe que el camino es arduo y doloroso: «Mis boxeadores favoritos, como mis escritores favoritos, son los que están dispuestos a llegar hasta lo más hondo de sí mismos, a sangrar más.»

Los intrincados y densos vínculos entre el boxeo, la vida y la literatura tienen aquí otro vaso comunicante, otra herida por la que sangrar. ¿Es el boxeo una metáfora de la vida? Sí, y a veces la vida misma. Aunque también, para los que nunca subimos al ring, una opción, una visión inocua como un placebo, aunque también puede ser muy inquietante: «el boxeo reduce la vida a un retablo descarnado y conmovedor que podemos contemplar a salvo desde la distancia, y experimentar como catarsis purificadora.»

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¹Véase en este blog el apunte El bar de las grandes esperanzas del 27 de diciembre de 2016.