25 de abril de 2022

"Chorizo" que roba a ladrón...

En esa gran fiesta anual de los libros que es la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), hace diez años, en 2012, Alfredo Bryce Echenique debió recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. El premio ya lo tenía, desde unos meses antes, y el revuelo y la polémica que levantó esa decisión fue tal que la ceremonia no se celebró, y para mayor infamia del jurado y las autoridades de la Feria, el premio le fue entregado al autor peruano en su casa de Lima. Le entregaron a un plagiario (un ladrón) un cheque a domicilio por ciento cincuenta mil dólares estadounidenses. 

Los robos y los escándalos venían de lejos. Bryce Echenique tomaba artículos, de al menos quince autores, publicados en diversos diarios y revistas del mundo, y los publicaba idénticos, textuales, en algún otro medio como propios. Probados los plagios, y luego de la pesadilla de las demandas e instancias legales, juicios y recursos, en enero de 2009 un tribunal peruano condenó a Bryce Echenique a pagar una multa equivalente a cincuenta y tres mil dólares estadounidenses.

Las excusas y pretextos de Bryce Echenique eran tan insulsas e infantiles, tan impresentables, que el jurado de la FIL pudo premiarlo por ser el plagiario más cándido e ingenuo de la lengua española. En Guadalajara, recuerdo, no se hablaba de otra cosa. Y había muchos autores, editores y lectores que estaban muy molestos. Fernando del Paso hizo declaraciones diplomáticas, justas y sensatas. Juan Villoro, incluso, le respondió a Bryce Echenique con un artículo memorable.

El argumento era implacable: si un escritor le roba sus palabras a otro autor, lo está despojando de lo único que posee, de lo que es en sí mismo. ¿Qué más puede ser un autor que sus propios escritos? ¿Qué más puede poseer un escritor como tal que sus palabras? No se trataba de una reescritura, ni de una aproximación, ni de una glosa, ni de recuperar los textos de otros. Eran plagios, robos, palabra por palabra, argumento por argumento, idea por idea, figura por figura, oración por oración. 

La respuesta del representante mexicano del jurado fue vergonzosa: «Bryce fue reconocido por sus novelas y cuentos: el periodismo no se enumera.» Supongo que Jorge Volpi ha tenido tiempo de arrepentirse, las obras que navegan entre el periodismo y la literatura son muchas y notables. Confeccionar una lista no sería difícil. Un autor está presente en sus reseñas, en sus crónicas, en sus artículos tanto como en sus novelas y cuentos. Un autor está presente en todos sus escritos.

El plagio de tesis doctorales les ha costado el cargo a ministros, primeros ministros, y el plagio de una tesis de licenciatura fue un escándalo vergonzoso para un ex presidente, y a un fiscal general de la República también le han mostrado su plagio. En ámbitos académicos, en universidades, centros e institutos de muchos países el plagio puede implicar algo así como la deshonra y la expulsión de la institución, incluso la pérdida del grado. El asunto es tan grave que han sido desarrollados programas (software) para identificar el plagio desde unas cuantas palabras idénticas en una frase.

Para mí, todo el gran escándalo de Guadalajara fue la despedida de mi activismo político/literario o como deba llamársele a mi entusiasmo que proponía, como protesta, enviar a las bodegas los libros de Bryce Echenique por un tiempo, que al menos durante las dos semanas de la Feria del Libro no se vendieran ni circularan esos libros. Me sigue pareciendo una idea sensata. Pero mi propuesta no tuvo eco, no entusiasmó a nadie, y un amigo mío, escritor, me dijo: «Yo no estoy con Bryce, pero tampoco contra su literatura, a mí me gustan sus libros.» Fin de mi movimiento.

He recordado esto porque leo en la prensa noticias recientes sobre Bryce Echenique. El Banque Populaire Rives de París le ha devuelto al plagiario cerca de veinte mil euros que tenía en una cuenta, de la que un empleado del banco sustraía cantidades más o menos pequeñas de vez en cuando. Había descubierto que el titular era extranjero, una persona mayor y no vivía en Francia.

Bryce Echenique tardó mucho en darse cuenta, cuando ya no estaba la amiga que le hacía los trámites en el banco, así que tuvo que volver a Francia, donde fue profesor muchos años y tiene su pensión. Tuvo que ir bien acompañado, asesorado, y contó con la valiosa ayuda de un ex alumno... Cinco años tardó en recuperar sus euros. 

Leo en Infobae, un diario digital argentino, que Bryce Echenique declaró a El País, el diario madrileño: «No pueden robarme estos chorizos. No sé si lograremos sacarle hasta el último centavo. Cada día ponen una excusa más y exigen mucho papeleo.» La pasó mal un tiempo por su dinero. Ay, dice un dicho: «Ladrón que roba a ladrón...»

9 de abril de 2022

Zarampahuila

Alguien tocó el timbre de la casa. A través del interfón (palabra que no conoce el Diccionario de la Lengua Española, y que también se le llama telefonillo, portero electrónico, citófono, interfono) un hombre ofrecía algo. Lamento no haber atendido el llamado, no haber acudido a la puerta y hablar con él y ver su mercancía. Su acento revelaba que no era de la ciudad, tal vez del sur del país y seguramente de origen campesino. 

Como en Pigmalión, la obra de Bernard Shaw, basta escuchar a alguien hablar medio minuto para hacernos un juicio, con frecuencia bien orientado, de su origen, educación y condición. El hombre que va de puerta en puerta por la ciudad, vendía productos textiles, que probablemente él mismo confeccionó. Pregonaba, entre otros, manteles, colchas y zarampahuilas. ¿Qué es una zarampahuila?

Sabía que la palabra no estaría en el Diccionario de la Lengua Española, pero aun así lo consulté. Con más esperanza consulté el Diccionario del Español de México del Colegio de México, y no la encontré. Acudí al Diccionario breve de mexicanismos de Guido Gómez de Silva, y tampoco la recoge. Busqué en la Enciclopedia de México, edición de 1973, y tampoco estaba ahí. Tampoco la encontré en el Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México, sexta edición, 1995. Por último, una querida amiga revisó el Diccionario de mejicanismos, de Francisco J. Santamaría sin encontrar un resultado ni una pista. Pregunté a dos amigos traductores y editores. Nadie conocía la palabra, nadie la había escuchado.

Busqué en la Red, y en páginas no bien acreditadas aparece como una persona molesta, enfadosa o fea. Aquel hombre no vendía personas, sino textiles u otros productos artesanales. En todas las búsquedas, escribí el nombre con variantes: zaranpahuila, zarampagüila, sarampahuila, saranpahuila, y otras más. En una página de internet, un usuario dejó un comentario que tal vez es la respuesta que busco: un tipo de cubrecama tejido a mano hecho en Oaxaca en un telar. Y la palabra tal vez significa (¿en qué lengua?) hilada a mano.

Soy mexicano y he vivido casi toda mi vida en México, y un mexicano toca a mi puerta y mi ofrece algo que no sé qué es, que nunca había escuchado. Más allá de la anécdota y la curiosidad estimulada por el gusto por las palabras, el hecho revela algo muy triste y digno de atención. Entre los estratos culturales de México, entre el campo y las ciudades, existen abismos culturales, lingüísticos y socioeconómicos muy profundos. La diversidad cultural de México es tan vasta que permite la existencia paralela de realidades y mundos que coexisten y, a veces, apenas se rozan y con frecuencia se ignoran.

Un artesano, tal vez oaxaqueño, ha venido a mi puerta a ofrecerme zarampahuilas, y todavía no sé exactamente qué me ofrecía. Lamento no haber acudido a la puerta, no haber mirado su mercancía, no haberle comprado una pieza.