21 de noviembre de 2011

Daniel y las palabras

Conversé con él algunas veces y siempre hablamos de literatura. Su pasión por las letras y su oficio era impecable, pero no apostaría como la mayor o más extraña que he visto en un escritor. Sin embargo, era el único miembro de una tradición que fundó y terminó con él. Era un escritor que sólo se parecía a sí mismo. En especial me asombraba su relación con las palabras, creo que en eso consistía el encanto de su literatura.

Por mucho, Daniel Sada era entre nosotros el novelista que más amplio registro ha empleado, con conocimiento de causa y con fortuna. Daniel podía escribir prosa en endecasílabos que no hubieran sonado ajenos al Siglo de Oro, con palabras sepultadas en la undécima acepción de una entrada del Diccionario, con palabras que se hablaban en el norte de México hace cien años, con palabras de poetas, con palabras del hampa, con palabras de la gente del campo, con palabras populares, con palabras cultas, con palabras imposibles, con expresiones y giros de aquí y de allá que empleaba sin discriminación y con acierto. Seguirlo, leerlo no es fácil: hace falta conocer muchas palabras. Daniel se ha ido, desde anteayer sólo nos queda la memoria, su recuerdo, sus libros, sus intensa relación con las palabras.

El feliz reino de Bután

Es un país tan lejano y misterioso que pareciera salido de uno de esos cuentos que solemos leerles a los niños. Pequeño, pobre y montañoso, cubierto de bosques, bruma y nieve, pareciera que, enclavado en la cordillera de las montañas más altas del mundo, se oculta de sus vecinos, dos gigantes cada día más poderosos y consumistas. Desde hace no mucho el soberano es el quinto Rey Dragón de Bután, Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, joven y apuesto, graduado en la Universidad de Oxford, que acaba de casarse con Jetsun Pema, una chica también universitaria, tan joven y bella que pareciera salida de un cuento.

A los sectores más conservadores del reino les ha parecido una osadía inaudita que el monarca se casara con una muchacha plebeya, pero el encanto de Jetsun Pema y los aires democráticos que soplan en Bután han contribuido para que la reina se haga querer por sus súbditos, que ven en la real pareja una fuente de optimismo, bienestar y felicidad; sí, felicidad.

El cuarto Rey Dragón, Jigme Singye Wangchuck, padre del quinto Rey, en busca de una modernización de su país, cedió el trono en favor de su primogénito, promovió una Constitución democrática que le da al reino un parlamento y un primer ministro. Con él terminó la monarquía absoluta.

No todos los reyes dejan el poder voluntariamente, y no todos educan a sus herederos para compartir el poder, pero si esto no es poco, tal vez, se me ocurre, que el cuarto Rey Dragón pasará a la historia por haber creado el termino de la Felicidad Nacional Bruta o Felicidad Interior Bruta, indicador que, como su nombre lo indica, mide la calidad de la vida en términos subjetivos, psicológicos, integrales, emocionales y espirituales. De nada vale el bienestar material si no se es feliz. (Su aportación todavía no es valorada enWall Street ni por los economistas de la Escuela de Chicago.)

Por supuesto, que no se puede ser feliz si no se satisfacen las necesidades materiales elementales, si se sobrevive en la miseria, el hambre, el frío, la ignorancia. Bután sufre de los males típicos de una economía de subsistencia, falta el agua potable, la mortalidad infantil es alta y la esperanza de vida es baja, pero en ese reino el crecimiento económico o material (que mide el Producto Interno Bruto) no tiene sentido por sí mismo si no contribuye al desarrollo emocional y espiritual de los habitantes.

Bután es un país budista y como tal cree que el bienestar brota del goce del equilibrio físico y espiritual. La política que promueve el gobierno consiste en una modernización que no desdeñe las tradiciones ni la identidad de los butaneses con un respeto esencial al medio ambiente. Por lo tanto, la actividad económica se orienta a incrementar el bienestar humano, no sólo el consumo. El modelo de desarrollo de Bután sólo será posible a partir de las políticas de Estado que fomenten el desarrollo económico social que sea necesario, los valores culturales del país, la felicidad como fin, la igualdad de género y el cuidado de la naturaleza.

A pesar de sus condiciones de vida, según la medición de 2008, más del noventa y cinco por ciento de los butaneses se declararon felices o muy felices. ¿La Felicidad Nacional Bruta será un verdadero indicador, quiero decir, medirá algo o sólo es un espejismo, un engaño ingenioso? ¿Tendrá éxito la política del reino que busca la felicidad de sus ciudadanos? ¿Estamos en el umbral de una era feliz? Un mal gobierno puede contribuir a la infelicidad de sus habitantes, ¿pero puede incidir en su felicidad? ¿Es asunto del Estado la felicidad de los hombres? ¿No es la felicidad un asunto o goce íntimo y privado? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo medirla? ¿Cómo alcanzarla y conservarla?

Tal vez sería deseable pedir unos días libres a las cuitas y miserias, a los fantasmas y a las pesadillas recurrentes, a los desamores y los miedos y los rencores y las frustraciones y las envidias y las tristezas mezquinas personales e irse unos días a Bután, el reino que entre bruma pareciera salido de un cuento, en el que no sólo se cree en ella, sino que también se mide y procura la felicidad. Estoy seguro de que esas renuncias y el viaje acaso imaginario al reino que mide y cultiva la felicidad, empresas formidables, serían de provecho.