Conversé con él algunas veces y siempre hablamos de literatura. Su pasión por las letras y su oficio era impecable, pero no apostaría como la mayor o más extraña que he visto en un escritor. Sin embargo, era el único miembro de una tradición que fundó y terminó con él. Era un escritor que sólo se parecía a sí mismo. En especial me asombraba su relación con las palabras, creo que en eso consistía el encanto de su literatura.
Por mucho, Daniel Sada era entre nosotros el novelista que más amplio registro ha empleado, con conocimiento de causa y con fortuna. Daniel podía escribir prosa en endecasílabos que no hubieran sonado ajenos al Siglo de Oro, con palabras sepultadas en la undécima acepción de una entrada del Diccionario, con palabras que se hablaban en el norte de México hace cien años, con palabras de poetas, con palabras del hampa, con palabras de la gente del campo, con palabras populares, con palabras cultas, con palabras imposibles, con expresiones y giros de aquí y de allá que empleaba sin discriminación y con acierto. Seguirlo, leerlo no es fácil: hace falta conocer muchas palabras. Daniel se ha ido, desde anteayer sólo nos queda la memoria, su recuerdo, sus libros, sus intensa relación con las palabras.
21 de noviembre de 2011
Daniel y las palabras
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