4 de enero de 2020

Albert Camus: sesenta años

Albert Camus murió hace sesenta años, y desde la efeméride vuelvo a la certeza de que su obra no sólo tiene la vigencia intacta de su nobleza y honradez intelectual, sino que esa vigencia también afianza su necesaria presencia, la lucidez de su pensamiento y la necesidad de volver a sus libros para recordar algunas certezas.

La obra de Camus es una guía y consuelo. Y a su manera, una ruta. Gracias a Camus sabemos que podemos combatir el absurdo con la rebeldía, que podemos llenar de sentido lo que en sí mismo no lo tiene. Por él sabemos que la búsqueda de uno mismos y la identidad (el problema de la libertad), la relación con los otros (la búsqueda de la justicia) y de conocimiento (búsqueda de la verdad) son tres pasos de un proceso irrenunciable.

Por Camus sabemos que podemos luchar contra el sinsentido, el absurdo y el nihilismo, que la rebeldía es consustancial a la libertad, la justicia y la verdad. Camus nos propone, en sus novelas, su teatro y sus ensayos la trascendencia de su pensamiento con la exposición de un gran artista de la palabra. Su discurso de recepción del premio Nobel es una reflexión sobre el deber del artista como escritor: «la nobleza de nuestro oficio estará siempre en dos arduos compromisos: la negativa a mentir y la resistencia a la opresión... He sobrevivido por el oscuro sentimiento de que escribir era un honor, porque ese acto me obligaba a portar -tal como yo era y según mis fuerzas- con todos los que vivían la misma historia, la desgracia y la esperanza que compartíamos.»

Sus libros guardan una coherencia y correspondencias notables que les otorgan una unidad asombrosa; su obra no un sistema sino una multiplicidad de aproximaciones: desde la ficción novelesca, el hecho dramático y la exposición filosófica, Camus acierta, casi siempre da en el blanco: nos ofrece una moral atea plena de compasión, una visión de la historia, una fe en la búsqueda de la justicia, un camino de reafirmación como individuo y un individuo irreemplazable de una comunidad.

Camus llena de significado,  aun con una esperanza trágica, lo que no lo tiene. Ofrece un camino. Dice Ángel Ramírez Medina (La filosofía trágica de Albert Camus), que la empresa de Camus fue la «creación de significado por parte del hombre de cara a un mundo que permanece indiferente y silencioso. El ser humano se reconoce a sí mismo como un expósito arrojado en un mundo absurdo; su tarea será la de introducir referentes de significado en él a través de una rebeldía que habrá de manifestarse y dar sus frutos en el arte, la filosofía y la práxis política.»

El valor y al belleza de la obra de Camus están intactos, incluso pareciera que ganan fuerza y urgencia con los años. Nos sigue siendo rotundamente necesaria. Camus no sólo dejó una obra escrita, sino un camino de acción artística y política.

Es, dice bien Ramírez Medina, uno de los fundadores de una nueva cultura. Se propuso: «crear una moral laica de fraternidad humana, que dé sentido a la nueva vida anunciada tras esa muerte de Dios y que ha de poner de manifiesto que Iván Karamázov se equivoca cuando, tras certificar certificar la no existencia de la divinidad, exclama amargamente: "Todo está permitido".»

En El primer hombre, la última de sus novelas, inconclusa, el protagonista, acaso una transposición del propio Camus, cuenta que visita la tumba de su padre, al que no conoció, muerto en la primera Guerra Mundial, y se sorprende de lo joven que era ese hombre, que él mismo, el hijo, ya era mayor que el padre, había vivido más años. Es una escena inolvidable.

Hace sesenta años murió Camus. Pero hay algo intacto. Su nombre mismo, su obra, son un consuelo, una fuerza secreta, una invitación a mantenerse en pie, o a levantarse; nos dicen que para romper el absurdo, esa condición de hombre-absurdo, hace falta una dignidad vertical que se sostiene en la libertad, la justicia y la rebeldía.