(Apuntes de primera impresión en doce aproximaciones sobre una investigación del amor moderno)
1. Lawrence Durrell advierte que «el tema básico del libro es una
investigación del amor moderno», y seguramente lo es.
En
realidad, difícilmente podría ser de manera consistente algo más. Los sucesos
de la trama, por intensos que se nos presenten, y muchos de ellos lo son en
extremo, pierden consistencia y se desvanecen, se relegan a sí mismos, unos y
otros, en su devenir, en su discontinuidad, en su falta de desarrollo y
conclusión novelesca convencional.
Son
demasiados personajes y nadie es lo que parece; suceden demasiadas cosas, y
pocas significan lo que sugieren.
Más de mil
páginas son muchas para un ciclo de novelas que avanzan (o retroceden) hacia
ninguna parte. Nada concluye; sólo pasa el tiempo, se modifican las relaciones,
suceden hechos, los personajes cambian, los arrastra la vida.
Imposible
contar el argumento: se desmorona. Se deshace entre las manos.
2. La novela, entonces, o las cuatro novelas, es
lo que dice Durrell, y sólo eso: la «investigación del amor moderno».
3. La
investigación se sostiene, como dice George Steiner («Lawrence Durrell y la
novela barroca» en Lenguaje y silencio),
sobre el notable estilo, singular, al que no duda en llamar, en su riqueza y
desuso «barroco». Durrell, «a diferencia de los novelistas corrientes, usa las
palabras como si éstas estuvieran enterradas en alguna cueva del tesoro».
La riqueza del léxico, la
sintaxis, la audacia de las figuras y metáforas, las imágenes, luminosas, la
unión inusitada de sustantivos y adjetivos son en verdad sorprendentes.
La prosa de Durrell es en verdad única, y sobresaliente
entre los novelistas contemporáneos, es decir, del último medio siglo. Durrell (y
decir esto puede ser temerario e injusto, como una acusación en falso) es un
maestro de la prosa, antes que de la novela.
4. Por lances y
momentos, el cuarteto como una sola novela es deslumbrante; en conjunto, un
alarde de escritura: la obra de un notable prestidigitador de las palabras.
5. La investigación del amor contemporáneo puede
considerarse, otra vez según Steiner y como punto de partida «una elaborada
enredadera de encuentros sexuales, pues sólo así puede la espectralidad [sic]
del espíritu humano encontrar la sustancia de la vida».
Los personajes de Durrell que habitan en el Cuarteto buscan y se buscan a través de
la sexualidad. Nadie los culparía por ello, pero valdría subrayar que estarían
en perfecta sintonía con las enseñanzas de Freud, y de la búsqueda paralela,
aunque un poco anterior en el tiempo, de D. H. Lawrence y Henry Miller,
mentores y modelos de Lawrence; el primero, incluso personaje o autor
mencionado (celebrado) en el Cuarteto,
y el segundo le ofreció una amistad decisiva y muy estimulante al novelista
inglés.
La sexualidad es el camino para buscarse, alcanzarse, y,
acaso, encontrarse y ser. Escribe Steiner: «Justine,
Balthazar, Mountolive y Clea están
fundados en el axioma de que las últimas verdades de la conducta y el mundo no
pueden ser penetradas por la fuerza de la razón. […] Durrell nos enseña que el alma penetra en
la verdad como el hombre penetra en la mujer, en una posesión a la vez sexual y
espiritual.»
Consumar el amor, y con esa consumación alcanzar la
liberación y realización del Hombre es el camino, el único posible. (Clea creía
que su virginidad era un obstáculo para su arte, su condición de pintora y
artista en busca de su plena realización, su maestría.)
6. Situada como
tiempo de la novela a fines de los treinta y los primeros años cuarenta del
siglo XX, los personajes acusan una
modernidad impecable, aun si los consideramos como seres de fines de los
cincuenta. En cualquier caso son anteriores a la revolución sexual, cultural y
social de los años sesenta.
En su conducta y pensamiento son un grupo, en conjunto,
de adelantados, de pioneros de esa modernidad en el amor, que rompió con los
estrechos caminos del amor burgués, convencional, modelo dominante de aquellos
años.
7. Una telaraña de relaciones más o menos efímeras,
motivadas con frecuencia por razones no amorosas sino interesadas, con fines
incluso políticos mueven a los personajes a formar parejas que apenas duran o
permanecen.
Quizá la modernidad del amor, la investigación del amor
moderno, sugiere que la fragilidad es su primera característica. Tal vez
Durrell fue un visionario al advertir que el amor moderno es efímero, fugaz:
líquido, para decirlo con Zygmunt Bauman.
8. El amor (la conformación de una pareja) como antídoto,
el único posible, contra la soledad, y el vacío sin sentido, en el centro del
ser, que suele acompañarla.
9. La sexualidad
como el vínculo de placer que mantiene unida, aun fugazmente a una pareja. La
sexualidad, antídoto contra la muerte y dadora, fugaz y trascendente, del
sentido de la vida.
10. El enamoramiento, aunque no siempre es una condición
o la fuerza cósmica que une a dos, cuando aparece ordena el mundo y llena de
sentido la vida del amante (el que ama), y quizá, aunque puede no saberlo ni
sentirlo, del amado.
11. Por ello, el suicidio de Pursewarden —personaje
de personajes del Cuarteto, el más
complejo, atormentado y oscuro; el más intenso y el que más sufre— es
un hecho relevante y tal vez el más significativo del ciclo: «desaparece», «se
aparta», «se marcha» por amor a Liza.
La relación con su hermana, con el doble escándalo del
incesto y la ceguera de ella, es el amor más profundo, constante, intenso e
inviable de la novela. El amor prohibido, el que no puede ser, se levanta como
el único que exige, por uno de los amantes, la desaparición del otro.
Pursewarden se
marcha para que sea posible el matrimonio de Liza con otro hombre. El más
grande amor tiene que inmolarse en nombre de un orden: matrimonio, hijos,
patrimonio, protección, compañía.
El amor se aniquila a sí mismo por amor.
12. El ciclo del Cuarteto
concluye con una promesa de amor. Un reencuentro entre Darly, el «hermano asno»
y Clea, en el futuro, algún día, en Francia, lejos de sus amigos y examantes,
lejos de Alejandría.