28 de febrero de 2014

La suplantación de Philip Marlowe


John Banville, novelista inglés de estimable talento, suele firmar con seudónimo algunos de sus libros, al parecer aquellos con los que no aspira a los grandes premios que suele ganar. Reserva el prestigio de John Banville para lo que considera literatura pura y dura, y se permite escribir libros de género, novelas negras, de “ficción criminal”, tal vez en busca de otro público (otro mercado) o tal vez para su alegría y satisfacción personal, con el falso nombre de Benjamin Black. Dos nombres públicos y conocidos para dos escrituras; todo el mundo lo sabe y que nadie se llame a engaño.

Pero ahora las incursiones de Black han ido muy lejos. Al parecer, los herederos del gran Raymond Chandler, sedientos de dólares, le han encargado a Banville-Black que escriba una novela, La rubia de los ojos negros, protagonizada ni más ni menos que por el mismísimo Philip Marlowe, el más entrañable detective privado de la historia de la Literatura, protagonista de siete novelas y las mejores páginas de Chandler.

Sí, estamos ante una suplantación, una provocación, una afrenta, una vergüenza. La personalidad, los atributos, los defectos y virtudes de Philip Marlowe (su soledad, su integridad moral, sus hábitos, su honestidad, su desprecio por la policía, su fracaso con las mujeres, su pobreza) son tan nítidos y definidos que no se antoja tan difícil trasplantarlos a una novela apócrifa no en su autor, la bellaquería está anunciada, sino en su protagonista.

Pero una falsificación o un robo anunciado no deja de ser una falsificación o un robo. Por lo demás, nada nuevo bajo el sol. Cervantes ya tuvo que padecer el falso Quijote de un tal Avellaneda (en esos tiempos los derechos de autor no eran los de hoy ni había copyright), aunque debemos agradecerle al impostor que diera pie a algunas de la mayores pruebas de la genialidad de Cervantes en su segunda parte del QuijotePero a veces en el pecado llevan la penitencia, dice el dicho. El Quijote de Avellaneda es un remedo, un monigote del verdadero Quijote; y el falso Sancho es una mala caricatura del verdadero Sancho.

(Sin embargo, nadie como Juan Montalvo, quien, más necio que tardío, no entendió que Cervantes deja muy claro al final de la segunda parte de su novela que Don Quijote está definitivamente muerto y enterrado justo para evitar lo que Montalvo hizo: escribir un libraco a fines del siglo XIX con el majadero nombre de Capítulos que se olvidaron a Cervantes. Ensayo de imitación de un libro inimitable, en el que cuenta falsas e inadmisibles aventuras de Don Quijote en América.)

No he leído La rubia de ojos negros (Alfaguara), y tal vez no lo haga nunca. Aunque puede ser que un sábado en la tarde me tiré indolente en el sofá y le conceda una oportunidad a Black. Por supuesto, desde ahora sé que habrá una rubia que pondrá a girar a Marlowe, éste beberá en un bar, jugará ajedrez solo, tendrá un caso que resolver, se meterá en problemas…

Pero más le vale a Black que su Marlowe sea de carne y hueso, que evoque al legítimo y original; que, como en el cine o el teatro, me haga sentir que estoy viendo y leyendo a un personaje-actor que interpreta al verdadero y que su actuación es muy buena, que se parece mucho al héroe que representa, porque si no es así, no sabe en la que se ha metido. Que se entere de una vez que no saldrá ileso si ha atentado contra el nombre, la vida y el honor de Philip Marlowe. Aun en el mundo del hampa hay actos que no se toleran. Que sepa que no gozará de impunidad. La torpeza en la ejecución, la difamación y la traición suelen pagarse muy caras.

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Adenda: Sin contar las adaptaciones cinematográficas, que son otro lenguaje y otro mundo, pero siguen más o menos a Chandler, Philip Marlowe aparece en novelas negras de otros autores. Osvaldo Soriano se permitió un homenaje muy personal. En una novela llamada Triste, solitario y final (es una frase e Chandler), al lado de un personaje gordinflón y algo torpe, argentino, y para más señas llamado Osvaldo Soriano de visita en Los Ángeles, aparece un tal Philip Marlowe y juntos, una vez que se han hecho amigos del alma, arman líos y se dan de bofetadas con medio Hollywood. En una relectura reciente, este Philip Marlowe me pareció, a pesar de los chispazos, palabras y momentos en los que es puro Marlowe, más un homónimo que el detective que conozco en una aventura al margen de las escritas por Chandler. 

Héctor Fernando Vizcarra también le ha dado otra media vuelta a la tuerca: en su novela El filo diestro del durmiente (Terracota; 2014), su guiño u homenaje consiste en que a un tal Osvaldo Soriano, que se ha metido ya viejo de detective privado, las cosas no le salen del todo bien, se complican, y sueña con un tal Philip Marlowe, que le dice cómo podría resolver el caso.