6 de agosto de 2022

Esquites

En julio de 2022 murió en Michoacán, donde tenía su casa, Diana Kennedy, estudiosa y cocinera y mujer de negocios que supo como nadie dar lustre y lucrar con esa abstracción que llamaremos cocina mexicana. A una manera de comer, de estar en el mundo, que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha reconocido como patrimonio inmaterial de la humanidad.

La señora Kennedy, inglesa de cultura y nacimiento, recorrió México, se hizo mexicana, miró, probó, preguntó, investigó, guisó, y luego escribió sobre las artes culinarias del país, tal vez, como nadie más lo ha hecho.

Reconocida y celebrada, condecorada, también criticada y denostada, es innegable que su enamoramiento de toda la vida (hasta que la muerte nos separe) por los productos y técnicas y platillos de la gastronomía de México, a través de sus muchos libros, cambiaron la percepción que en el mundo (léase en Estados Unidos e Inglaterra) se tenía de la cocina mexicana. 

Fue maestra de cocineros, de difusores y divulgadores, y fuente de debates y polémicas. Para bien o para mal, nadie ha hecho tanto por dar a conocer y celebrar los guisos mexicanos; nadie ha dedicado tantos años y tanto esfuerzo al arte del buen comer en México. 

Me dice mi joven corresponsal en las redes sociales que la polémica sobre esos libros de la señora Kennedy sigue abierta, y que tiene tantos entusiastas seguidores como detractores. No falta quien considera sus libros algo así como un expolio, un despojo, un robo, una divulgación vulgar de algunos de los mejores secretos centenarios de la cocina mexicana. 

Esta idea, todo un concepto y casi un delito, tan polémica y fértil a polémicas y litigios, de la apropiación cultural indebida, encuentra tierra fértil para la discusión en los libros de la señora Kennedy como en la imitación, copia y plagio evidente e incuestionable que empresas transnacionales, estadounidenses, inglesas y chinas y de otros países hacen de los diseños textiles de los indios mexicanos. 

Todo se reduce al reconocimiento de los derechos de autor, y al reparto de las utilidades que genere ese diseño, eso es todo. Aunque, tal vez, en eso de la apropiación cultural indebida, ya que estamos en ella, haya alcanzado los niveles que alguien podría calificar de obscenos con la película Coco de Walt Disney (esa entrada al inframundo de la cosmovisión mexicana como si se entrara a Disneyland merecería un boicot, una campaña comercial en contra, por lo menos).

Me dice mi joven corresponsal, en la que confío plenamente, que ahora en TikTok, una mujer estadounidense ha descubierto algo que quizá ya sabía la señora Kennedy. En realidad, es tan elemental que incluso podría escapar a los libros dedicados a la alta gastronomía, donde reinan el chile en nogada, los moles, la cochinita pibil y el queso relleno. 

A esta buena mujer se la he ocurrido «recrear» los esquites, y los llama: mexican corn street salad (ensalada mexicana callejera de maíz). La generación Z le ha brincado al cuello y se la ha acabado (en sentido figurado), con sus memes y críticas. Así que doña fulana viene a descubrir y mostrarle al mundo los esquites... ¡Vaya!

Pero esa mala alumna de la señora Kennedy no es la peor opción, sin duda es insuperable la estulticia, simpleza y desidia con que el Diccionario de la Lengua Española, orgullo de la Real Academia Española y su corifeo llamado Asociación de Academias de la Lengua Española, de la que, para mayor vergüenza y escándalo, tengo noticias que cada academia recibe recursos del erario del cada país. ¡Uf!

No es ningún secreto que tenemos el peor diccionario de las lenguas europeas (hace años Javier Cercas, entre otros, se han ocupado de poner en su lugar a la muy vetusta y lamentable casa). Para la Real Academia Española esquite es: 

esquite (segunda acepción): Del náhuatl izquitl. 1. m. Méx. roseta (‖ grano de maíz).

Es una vergüenza esa definición, y advierto que estoy vacunado contra cualquier forma de nacionalismo. Me limito a la palabras y su significado y la preparación culinaria que nombra. Es una vergüenza para la Academia Mexicana de la Lengua y la Española, por supuesto. Ya podrían haberse enterado en Madrid, por lo menos hace cien años, de lo que son los esquites. 

Hay varios vuelos diarios, directos, de ida y vuelta, entre varias ciudades de México y España (los otros muchos casos, emisiones y errores podrían documentarse en un libro que no sería muy pequeño).

¿A qué se dedica la Academia Española? ¿A qué se dedica la Academia Mexicana que no puede incorporar y limpiar las definiciones de palabras mexicanas? 

No voy a ocuparme en dar una descripción o definición, ni en un trato culinario o elogio de los esquites, una preparación que no llega a ser un guiso ni un platillo (más cerca del antojo que la verdadera cocina: una ensalada callejera, ¡ay!), sino que me contento con decir que somos mucho más de ciento veinte millones de hispanohablantes, mexicanos y de otras nacionalidades, que sabemos muy bien de lo que hablamos y disfrutamos. 

¿Qué diría la finada señora Kennedy? Tal vez la llamada generación Z tendría que reorientar el objetivo de sus críticas. Si para la Real Academia Española los esquites son simples rosetas, la mexican corn street salad se antoja una descripción científica, precisa, no exenta de elogio y poesía.