24 de septiembre de 2017

Los relatos de Boris Vian

Boris Vian fue un artista fuera de serie, un mito del París de la posguerra cuya leyenda se hace más intensa con el tiempo. Es sorprendente todo lo que hizo, y lo bien que lo hizo todo. Fue ingeniero (eso no importa en su vida), cantante, trompetista de jazz, locutor, productor de discos, locutor, escenógrafo, inventor, traductor y escritor. 

Vivió tan rápido que pareciera que le quedó muy poco por hacer en este mundo, aunque sólo estuvo aquí treinta y nueve años. Si alguien quisiera inventar a un personaje como Boris Vian resultaría una especie de monstruo, insufrible, increíble e inverosímil. Otro atributo del gran Vian: es inimitable.

Noticia para lectores: El lobo-hombre (Tusquets) es una colección de trece relatos. Todos distintos, revelan una faceta de Vian, modelo de creador sin pausa, de artista total, de innovador incesante, siempre en busca de algo nuevo, en busca de hallazgos y a veces de respuestas. 

Este libro es un muestrario de propuestas estéticas, una celebración de la imaginación, un paseo por las tendencias de la literatura francesa de su tiempo. Se gozan mucho más si se leen a deshoras: en la oficina, de madrugada, bajo un paraguas en pleno aguacero, en un coche a alta velocidad...

“El lobo-hombre”, el cuento que da título al libro, es un ejercicio de imaginación. Todos sabemos del hombre lobo, pero qué tal que un día un lobo se convirtiera en hombre. El resultado fue más o menos agridulce, por no decir, amargo, y es que no resulta fácil ser hombre para un lobo (en realidad, no resulta fácil ser hombre), y sobrevivir entre los hombres.

Aquí se cuentan historias de ladrones y niños perversos, de personajes absurdos, de prófugos de la policía o la justicia, que no siempre es lo mismo, de músicos de jazz que van a tocar una noche, de un taxista que encuentran en la noche a una mujer de armas tomar por decir lo menos, de una chica suicida que tal vez busca otra cosa y provoca una desgracia, de fiestas absurdas con personajes desquiciados, de chicas que les gusta gozar entre ellas (otro adelanto de Vian, sin duda) y gozan maltratando a un hombre, y de una máquina que se aprende una enciclopedia, es inteligente, sensible, con iniciativa y violenta: se rebela contra el hombre porque se han enamorado de la chica de su creador: el lado más oscuro de la temible inteligencia artificial, y conste que son escritos de 1950. Son el otro lado de la grave literatura francesa en tiempos de compromisos estalinistas y existencialismos sartreanos. 

Divertidos, ligeros, intensos, audaces, profundos, irreverentes, crueles y desbordantes de sentido del humor, estos relatos son una fiesta. Son transgresores, son de Boris Vian. Y eso es decir mucho. De despedida, una oración perfecta e incorrecta, inolvidable, luminosa como un relámpago: «Aun a riesgo de escandalizar, confieso que una mujer con falda es algo que no me ofende.»

14 de septiembre de 2017

Skyline

No puedo imaginar a la ciudad de San Francisco sin el Golden Gate. El puente es parte de su identidad, y parece tan natural como la bahía y las colinas que la circundan. Uno podría jurar que siempre ha estado ahí. Veo una foto vieja antes de que fuera construido. Algo falta. San Francisco ya no sería el mismo sin el puente, que pareciera que salta de una orilla a la otra, imponente, con la gracia de un gato.

Tampoco puedo imaginar París sin la torre Eiffel, ni a Pisa sin su torre inclinada (que ha ganado unos centímetros de verticalidad), ni a Londres sin la torre del Parlamento y el Big Ben, ni a Florencia sin el Duomo. Lugares comunes, el centro mismo del tópico, visitas obligadas para turistas. Casi cualquier ciudad tiene un edificio o un monumento emblemático, y no sé cuál podría representar a la Ciudad de México, tal vez la vetusta torre Latinoamericana.

Si el Empire State es el modelo de los rascacielos, las torres gemelas tenían un lugar privilegiado (estaban en uno así) en la línea del horizonte y la memoria colectiva de Nueva York. No puedo imaginar San Francisco sin el Golden Gate, y busco como contrapunto dos fotos de la skyline neoyorkina: antes y después del 11 de septiembre de 2001.

El puente se integra al paisaje, se incorpora a la naturaleza y a la neblina; los rascacielos son pura vanidad, monumentos al dinero y alardes de ingeniería. El puente es una celebración de las artes plásticas y la imaginación: un atleta de acero. Los rascacielos son la obscena verticalidad, simplones gigantes hacinados que ensucian el horizonte. El magnífico puente de Brooklyn tiene la solidez de un viejo roble, tan clásico y literario, tan cinematográfico, y ha sido testigo de tantas historias, que merecería ser el protagonista de una buena novela.

Una anécdota o un relato que terminará por ser una leyenda de Nueva York dice que un viejo y un joven miraban desde New Jersey la skyline de Manhattan. El joven echa de menos las torres gemelas. «Sin olvidar la muerte y la destrucción, los ataques terroristas me quitaron el paisaje de mi infancia. Desde que nací las torres estaban ahí», dice. Y el viejo le responde: «Es curioso lo que dices. Sin olvidar la muerte y la destrucción, los ataques terroristas me devolvieron el paisaje de mi infancia. Cuando nací, las torres no estaban ahí.» Todo cambia. Al levantar la vista, alguien mira que las nubes pasan, y también cambia el paisaje del horizonte o la frágil línea del cielo.

11 de septiembre de 2017

Literatura y terremoto

Comenzó como una leve sospecha, una ocurrencia sin importancia. Luego, volví a pensar en ella como una pista a seguir, un tema de conversación, algo que tendría juego para otra cosa, tal vez un apunte como este. La hipótesis, por así llamarla, dice que existe una novela o un cuento sobre cualquier tema o circunstancia. Una obra literaria de gran calado se ha ocupado de lo que la imaginación ofrezca y la realidad imponga.

Existe la novela de un hombre que se siente caballero andante, y otra de un guerrero astuto que pasa años entre aventuras que le impiden volver a su casa. Tenemos novelas de amores contrariados, de amores juveniles y seniles, de incestos y adulterios, de curas con problemas de conciencia, de policías que son ladrones, de un hombre que su suicida por no soportar la genialidad artística de otro, y la novela de un viejo que seduce jovencitas, otro que duerme con niñas sedadas, y la de un hombre que quiere dejar de fumar.

Tenemos la novela de un hombre que no puede dormir, otro cuenta su vida desde antes de su nacimiento, otro se hace viejo ante su retrato, y otra novela se ocupa de la especulación inmobiliaria. Historias de cazadores de ballenas y sobre perros y gatos y caballos. Historias de viajes y aventuras sin fin.

Tenemos novelas de naufragios, de historias callejeras, otra de un hombre que anda por una ciudad como en el Mediterráneo. Tenemos novelas de épicas de héroes, de avaros y mentirosos, de mujeres casadas confundidas, de genios matemáticos y de memorias y recuerdos. Vidas de emperadores sabios y de locos y celosos. Historias de guerras y de imperios y de fundación de ciudades, historias de una familia y de una casa, de un hombre que va a un pueblo donde todos están muertos a buscar a su padre.

Incluso hay series, la colección de novelas sobre dictadores que envejecen lentamente podridos en su miseria moral y la corrupción del poder. Y claro, también sobre lo que no es posible, máquinas fantásticas, seres de otros mundos y viajes intergalácticos. Existe, me parece, una novela o un cuento sobre todo lo posible y lo imposible. Existe una novela sobre cualquier tema. La lista es finita, pero innumerable: son todas las novelas del mundo.

Volvió a temblar con furia en la Ciudad de México. Al otro día, aquella hipótesis dio un giro. Las fuerzas telúricas la ponían a prueba. El terremoto de 1985 dejó crónicas y testimonios muy valiosos, pero no obras mayores. ¿Existe alguna gran novela sobre un terremoto, o al menos un buen cuento? Yo no los conozco. La hipótesis se puso a temblar: se vino abajo.

Le comenté el punto a Carlos Azar, que pareciera que ha leído todos los libros y que lo sabe todo sobre ellos. Sucede que tiene tantos, que no caben en su casa, por lo que lleva en su coche (en el asiento trasero, en el suelo, en la cajuela o maletero), algunos cientos más que lee mientras conduce por toda la ciudad. Otros tuvieron la dicha de visitar la antigua Biblioteca de Alejandría, pero he visto la impresionante biblioteca móvil en el pequeño Peugeot de Carlos Azar.

Carlos, en cuanto escuchó la hipótesis dijo: «Voltaire escribió sobre el terremoto que destruyó Lisboa en 1755.» Es cierto, lo hizo en Cándido, y en Poème sur le désastre de Lisbonne (Poema sobre el desastre de Lisboa), y las réplicas filosóficas llegaron hasta Kant, que también se ocupó de aquel terremoto que devastó y acabó con la capital de Portugal.

Tal vez la filosofía no es literatura, o no siempre lo es, pero ya teníamos dos o tres textos sobre el tema. Luego, Carlos me escribe: «Haruki Murakami tiene un libro de relatos que se llama Después del terremoto.»  La hipótesis, entonces, abollada, pero resurgía de sus cenizas. Tal vez la literatura se ha ocupado de todo, no ha dejado nada fuera de su celebración sin fin, pero me falta la novela sobre un terremoto.

No me extrañaría que un día un lector o alguien que aún no conozco me hablé de ella, de sus virtudes y me dé noticias de su autor. Pero no me sorprendería que fuera Carlos Azar quien confirme la sospecha de que existe una novela sobre un terremoto, y confirme la sospecha de que existe una novela de gran calado sobre cualquier tema que sea posible imaginar y fijarlo con palabras.