14 de septiembre de 2017

Skyline

No puedo imaginar a la ciudad de San Francisco sin el Golden Gate. El puente es parte de su identidad, y parece tan natural como la bahía y las colinas que la circundan. Uno podría jurar que siempre ha estado ahí. Veo una foto vieja antes de que fuera construido. Algo falta. San Francisco ya no sería el mismo sin el puente, que pareciera que salta de una orilla a la otra, imponente, con la gracia de un gato.

Tampoco puedo imaginar París sin la torre Eiffel, ni a Pisa sin su torre inclinada (que ha ganado unos centímetros de verticalidad), ni a Londres sin la torre del Parlamento y el Big Ben, ni a Florencia sin el Duomo. Lugares comunes, el centro mismo del tópico, visitas obligadas para turistas. Casi cualquier ciudad tiene un edificio o un monumento emblemático, y no sé cuál podría representar a la Ciudad de México, tal vez la vetusta torre Latinoamericana.

Si el Empire State es el modelo de los rascacielos, las torres gemelas tenían un lugar privilegiado (estaban en uno así) en la línea del horizonte y la memoria colectiva de Nueva York. No puedo imaginar San Francisco sin el Golden Gate, y busco como contrapunto dos fotos de la skyline neoyorkina: antes y después del 11 de septiembre de 2001.

El puente se integra al paisaje, se incorpora a la naturaleza y a la neblina; los rascacielos son pura vanidad, monumentos al dinero y alardes de ingeniería. El puente es una celebración de las artes plásticas y la imaginación: un atleta de acero. Los rascacielos son la obscena verticalidad, simplones gigantes hacinados que ensucian el horizonte. El magnífico puente de Brooklyn tiene la solidez de un viejo roble, tan clásico y literario, tan cinematográfico, y ha sido testigo de tantas historias, que merecería ser el protagonista de una buena novela.

Una anécdota o un relato que terminará por ser una leyenda de Nueva York dice que un viejo y un joven miraban desde New Jersey la skyline de Manhattan. El joven echa de menos las torres gemelas. «Sin olvidar la muerte y la destrucción, los ataques terroristas me quitaron el paisaje de mi infancia. Desde que nací las torres estaban ahí», dice. Y el viejo le responde: «Es curioso lo que dices. Sin olvidar la muerte y la destrucción, los ataques terroristas me devolvieron el paisaje de mi infancia. Cuando nací, las torres no estaban ahí.» Todo cambia. Al levantar la vista, alguien mira que las nubes pasan, y también cambia el paisaje del horizonte o la frágil línea del cielo.