Boris Vian fue un artista fuera de serie,
un mito del París de la posguerra cuya leyenda se hace más intensa con el
tiempo. Es sorprendente todo lo que hizo, y lo bien que lo hizo todo. Fue
ingeniero (eso no importa en su vida), cantante, trompetista de jazz, locutor,
productor de discos, locutor, escenógrafo, inventor, traductor y escritor.
Vivió tan rápido que pareciera que le quedó muy poco por hacer en este mundo,
aunque sólo estuvo aquí treinta y nueve años. Si alguien quisiera inventar a un personaje como Boris Vian resultaría una especie de monstruo, insufrible, increíble e inverosímil. Otro atributo del gran Vian: es inimitable.
Noticia para lectores: El
lobo-hombre (Tusquets) es una colección de trece relatos.
Todos distintos, revelan una faceta de Vian, modelo de creador sin pausa, de artista total, de innovador incesante, siempre en busca de algo nuevo, en busca de hallazgos y a veces de respuestas.
Este
libro es un muestrario de propuestas estéticas, una celebración de la imaginación, un paseo por las tendencias de la literatura francesa de su
tiempo. Se gozan mucho más si se leen a deshoras: en la oficina, de madrugada, bajo un paraguas en pleno aguacero, en un coche a alta velocidad...
“El lobo-hombre”, el cuento que da título
al libro, es un ejercicio de imaginación. Todos sabemos del hombre lobo, pero
qué tal que un día un lobo se convirtiera en hombre. El resultado fue más o
menos agridulce, por no decir, amargo, y es que no resulta fácil ser hombre para un lobo (en realidad, no resulta fácil ser hombre), y sobrevivir entre los
hombres.
Aquí se cuentan historias de ladrones y niños perversos, de personajes
absurdos, de prófugos de la policía o la justicia, que no siempre es lo mismo, de músicos de jazz que van a tocar una noche, de un taxista que encuentran en la noche a una mujer de armas tomar por decir lo menos, de una chica
suicida que tal vez busca otra cosa y provoca una desgracia, de fiestas
absurdas con personajes desquiciados, de chicas que les gusta gozar entre ellas
(otro adelanto de Vian, sin duda) y gozan maltratando a un hombre, y de una máquina que se aprende una
enciclopedia, es inteligente, sensible, con iniciativa y violenta: se rebela
contra el hombre porque se han enamorado de la chica de su creador: el lado más oscuro de la temible inteligencia artificial, y conste que son escritos de 1950. Son el otro lado de la grave literatura francesa en tiempos de compromisos estalinistas y existencialismos sartreanos.
Divertidos, ligeros, intensos, audaces,
profundos, irreverentes, crueles y desbordantes de sentido del humor, estos relatos son una fiesta. Son transgresores, son de Boris Vian. Y eso es decir mucho. De despedida, una oración perfecta e incorrecta, inolvidable, luminosa como un relámpago: «Aun a riesgo de escandalizar, confieso que una mujer con falda es algo que no me ofende.»