11 de agosto de 2013

Los nombres de las cosas

Todas las cosas tienen su nombre. Todo lo visible y lo invisible, lo que existe y lo que puede ser imaginado tiene una palabra que lo distingue y lo nombra, que estimula la lengua y el paladar, el oído, y evoca una idea tan precisa y amplia como la que se representa con absoluta nitidez cuando decimos agua o guitarra.

Todo tiene nombre en este mundo. Los mares y los vientos, las estrellas y los cuerpos celestes, cada montaña y cada mar y cada río, las islas, los animales, las flores y los frutos, las plantas, los árboles, los minerales, las rocas, las tierras y las arenas. Los actos de las bestias y los de los hombres (que se conjugan en verbos), las emociones y los sentimientos, las construcciones verbales del pensamiento y la razón, los colores y su gama casi infinita de matices, las enfermedades casi inocuas y las letales, y los fenómenos y cambios físicos y químicos, los sucesos fantásticos y los de las pesadillas.

Todo tiene un nombre. Cada país, cada valle, cada región, cada lugar, cada calle, cada sendero, cada ciudad, cada urbe, cada caserío, cada edificio erigido para un fin, y cada prenda de vestir y cada instrumento y cada letra. También cada moneda y cada parte del cuerpo, de todos los cuerpos. También tienen su nombre todas las máquinas y todas las piezas que conforman un gran barco, un motor, todos los procedimientos y técnicas de todos los trabajos, de todas las profesiones y especialidades y de todos los oficios.

Todos los ángeles y seres invisibles y monstruos de los mares y del espacio; todos los conceptos y términos de la Filosofía, la Teología, las Matemáticas y el Derecho. Todas las ceremonias y todos los juegos, las operaciones mentales y las figuras retóricas y todas las partes de la oración y de la lengua según la Gramática, y todas las cifras y sus combinaciones y operaciones y todos los números.

Todo tiene su nombre y su definición y todo cabe en todos los diccionarios del mundo. Y no es lo mismo papel, que papel carta o papel de estraza o papel biblia o papel cebolla o papel blanco o papel cuché o papel de arroz o papel higiénico o papel carbón, y así todas las cosas, pues no es lo mismo una piragua que una balsa que una almadía que un kayak que un bote o una lancha, y tampoco es lo mismo los alisios que los contralisios o el siroco, el noto, el mistral, el cierzo.

Todos los días veo cosas y sucesos y fenómenos cuyos nombre desconozco, abro un diccionario y encuentro palabras que no uso, que nunca he escuchado, inauditas, cuyo significado me sorprende y a la vez me ofrecen una definición insospechada que también me habla de los estrechos límites de mi conocimiento del mundo, de otros oficios y otras culturas y otros tiempos.

Que tarea formidable darle nombre a todas las cosas, en todas y cada una de las lenguas que se hablan en el mundo. Que prodigio darle nombre a una hormiga que apenas se distingue de otra por su color o su tamaño. Y cada uno de nosotros tiene un nombre, una combinación de letras y palabras que nos forman y conforman.

Y cuando algo en el universo no tiene nombre, si eso aún es posible (el Bosón de Higgs tenía nombre y atributos, antes de que se tuviera la certeza de su existencia), un ejército de científicos, un astrónomo o un ingeniero naval, un zoólogo o un químico, un jurista o un poeta nos dirá el nuevo nombre de lo que no había sido nombrado.

Es pasmoso. Todas las cosas de este mundo tienen un sustantivo que las nombra; todas las acciones un verbo que las dice y se conjuga; un adjetivo que les da vida y las explica. Me siento apabullado bajo el peso alado y poético y denso y procaz de todas las palabras, de los nombres de todas las cosas. 

En el nombre y sus palabras reside la metafísica y la poesía de las cosas. Extraer de los nombres su poética, darle a las cosas su luz, fijar los atributos que las animan, es tarea de los mejores. Dice Borges con lucidez infinita: Si (como afirma el griego en el Cratilo) / El nombre es arquetipo de la cosa, / En las letras de rosa está la rosa / Y todo el Nilo en la palabras Nilo.  


Qué prodigio, las palabras. Me quedo sin habla. Escribo desde el asombro.