14 de noviembre de 2021

La obra perfecta

«Sólo tenemos la certeza de escribir mal cuando escribimos; la única obra grande y perfecta es aquella que nunca se sueñe realizar», dice Fernando Pessoa a través de su heterónimo Bernardo Soares. Luego de declarar que si hubiera escrito Rey Lear tendría remordimientos durante el resto de su vida porque esa obra es tan grande que sobresalen sus gigantescos defectos. 

Nadie tiene el don de «escribir una obra de arte con el tamaño justo para ser grande y con la perfección precisa para ser sublime»; el mensaje es claro: como «sólo tenemos la certeza de escribir mal cuando escribimos; la única obra grande y perfecta es aquella que nunca se sueñe realizar». La obra perfecta es la obra no escrita, nos dice Pessoa, y pocos más autorizados que él para firmar la sentencia. 

Estas citas provienen de ese prodigioso e imperfecto baúl de belleza y desconsuelo y sabiduría y amargura que es el Libro del desasosiego. El enorme poeta portugués tiene razón. Hay una tenue cisura, una zanja, una brecha, un abismo entre la obra pensada o soñada y la que se ejecuta. «La obra realizada es siempre la sombra grotesca de la obra soñada.»

Pessoa no fue el primero en saberlo, pero tal vez nadie lo ha dicho con tanta vehemencia. Thomas Mann lo sabía también, por eso apreciaba tanto la máxima de Chéjov: «la insatisfacción con uno mismo constituye un elemento básico en todo auténtico talento.» Ese es el punto del relato «Hora difícil», en el que Mann muestra a Schiller en lucha consigo mismo en una noche de frío y resfriado y desvelo empeñado en lograr el poema soñado. El esfuerzo, la dedicación, la constancia no son malos compañeros de los que emprenden obras que a la distancia algo tienen de montañas prodigiosas. 

Para Mann y Schiller, parece, el trabajo duro, el empeño y la búsqueda sin fin son tres nombres del talento. Aspiran a ascender a cualquier precio para lograr (¿encontrar?) la obra maestra, aunque sus esfuerzos, una y otra vez, y por mucho tiempo, se asemejen a la tarea sin fin e inútil de Sísifo. Sin embargo, Mann y Schiller lograron llegar a la cumbre. 

He visto a autores de talento renunciar a la realización de la obra por el temor cerval de no lograr la obra mil veces deseada e imaginada. (Es tal vez, un problema del ego. Pareciera que dicen: como no logro la obra que imaginé, es mejor no hacer nada.) He visto a autores rehuir de su tarea porque tienen que investigar, planear, viajar, entrevistar a vagos testigos o personajes secundarios, entre otras justificaciones y pretextos, antes de emprender la realización de su obra. 

Virgilio murió insatisfecho con la Eneida, y no sabemos con certeza qué hubiera hecho con ese prodigio de poema si hubiera vivido dos o tres años más. Sin duda el gran poema, uno de los más altos de Occidente, no tendría la forma que conservamos (a pesar de los ajustes y revisiones y correcciones que comenzaron desde tiempos de Augusto). 

Si bien escribir es con frecuencia reescribir, volver al texto y pulirlo para que alcance su mejor brillo y claridad y precisión, el riesgo de la sobrecorrección (tal visible como la tercera cirugía plástica en la misma nariz) planea sobre obras cuyos autores no saben que la perfección no es de Shakespeare ni de Pessoa ni de Schiller ni de Mann; que no es de este mundo.

Hay poemas casi perfectos, pero la novela tiende a la imperfección. Entre más grande y pretenciosa, más imperfecta al tiempo que más imponente y asombrosa. Muchas de las grandes obras maestras del siglo XX son imperfectas: En busca del tiempo perdido, El proceso, Ulises, entre otras, son obras maestras prodigiosamente imperfectas. ¡Viva esa imperfección!

El poeta y el novelista y el músico y el pintor imaginan una obra ideal que guardan en la mente y el corazón, pero esa perfección se desvanece cuando la realizan; sin embargo, las obras maestras, las verdaderamente grandes, las que cumplen su función y nos conmueven y mueven a un estremecimiento ante su belleza y muestran y generan una reflexión, revelan en sí mismas, en su grandeza, la humana imperfección de sus creadores.