Entre su amor callado y su amada: la música. El silencio de Mr. Kinsky encuentra en su piano y en sus composiciones la hondura que no supieron hallar sus palabras, su torpe declaración de un amor que parecía imposible. Decía Henry Miller en una de sus novelas que ninguna mujer es capaz de resistir la llamada de un absoluto amor. Tal vez eso sea cierto en la literatura, en el cine, en esta película de Bernardo Bertolucci, Besieged, en la que casi todo se dice en silencio, todo lo que importa, el deseo y el amor, la nobleza, la soledad y la gratitud, casi un poco al margen de las condiciones de la trama, del choque brutal de las culturas, de la música africana, de la música europea, de Roma, que asoma eterna por breves instantes en las escalinatas y la Piazza di Spagna. Como aquellos otros célebres amantes, Shandurai y Mr. Kinsky tienen que separarse al amanecer, pero no cuando los despierta el canto de una alondra, sino cuando Winston, el marido de ella recién liberado, toca a su puerta.
7 de septiembre de 2010
El amor sitiado
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