Anhelar una escritura como el relámpago: súbita, breve, intensa y luminosa. Una cuya fuerza encienda las palabras y éstas prendan con su fuego la luz del pensamiento. Una escritura con ritmo que se erija mágica y cotidiana, precisa y clara, trascendente en su fulgor. Una escritura inédita que rompa el día y cruce la noche.
Cuando un hombre o una mujer escribe, acaso sin saberlo, al crear belleza, es un dios. Y luego de escribir lo que no se había dicho, de alcanzar lo que no se había imaginado, de cruzar el puente de lo más temido o la pesadilla, cederle el paso al asombro. Será entonces la hora del reconocimiento. Y después de dejar en el papel fijas en tinta las palabras, una vez que al guardar la pluma termine el juego, pasar a otra cosa, como si nada, como si sólo se tratara de trazar palabras y se pasara de página y se cerrara el cuaderno.