27 de junio de 2018

Europa

Una amiga viaja a Europa por primera vez. Me pregunta, insensata, qué debe ver. Le dije que las ruinas, griegas, romanas y las que encuentre. Los sitios en que yacen humilladas en el suelo por el tiempo y los elementos y los hombres esas piedras que conservan intacta la dignidad de los dioses y los héroes, su grandeza impecable después de tantos siglos.

Ve a las catedrales. Mira su majestuosidad, te lo dice un agnóstico. Busca en su imponente arquitectura la espiritualidad perdida, y no me refiero a ningún dogma ni religión. Mira los altares, las impresionantes columnas, las cúpulas prodigiosas en alturas de vértigo y cámbiate de pasillo si anda por ahí algún cura.

Visita los museos, llénate los ojos de luz y cultura y color y belleza. Mira los cuadros sin prisa, y no trates de agotarlos todos. Piensa que hay uno destinado a cambiarte la vida, por el que imaginarás lo que no habías sospechado, por el que comprenderás algo esencial, el que te hará mirar el mundo desde otro escorzo. Observa las esculturas, alguna te parecerá que late y vibra, que algo vive cautivo en su mármol para ti.

Escucha música en vivo. Asiste a las salas de conciertos, a los templos, donde encuentres que el arte de los sonidos y silencios hace girar el mundo. Si buscas un poco podrás oír orquestas extraordinarias y obras que bien podrías considerar una revelación.

Siente los rincones de ciertos barrios, las plazas y sitios emblemáticos de ciertas ciudades. Hay calles en las que reconocerás tus pasos, y descubrirás algo que sólo tú puedes valorar. Por último, le dije, entra a los cafés. George Steiner y Claudio Magris tienen razón, Europa está en sus cafés.

Sergio Pitol, infatigable viajero, dice en una de sus novelas, Juegos florales, que Europa «podía impartir todavía muchas lecciones a quien llevara algo en su interior, era capaz de transformar a un individuo pero no de inventarlo. Imposible enseñar a ver pintura a un ciego».

Aunque las capitales culturales se han multiplicado en todas partes, y el mundo en los tiempos de la globalización es cada vez más homogéneo, ese cita merece toda tu atención. No lo olvides, le dije a mi amiga, el viaje es una transformación, lo demás es irrelevante. Y le anoté, como su itinerario, la sentencia de Pitol en un papel.