En la calle Monterrey, 122, esquina con Chihuahua, en la colonia Roma de Ciudad de México, está el restaurante/bar Krikd's, que en los años cincuenta se llamó Bounty's, El lugar de la leyenda. Ocupa la planta baja de un edificio de otros tres pisos, de color morado y terracota.
El edificio y el Krikd's
podrían pasar inadvertidos, el restaurante, que deja mucho que desear, es feo, viejo y no hablemos de los estrechos y minúsculos baños y su
único lavabo. Pero la comida es muy buena y a buen precio, y a las tres de la
tarde es muy difícil conseguir una mesa. El servicio, claro, es malo y
apresurado.
No tiene decoración, salvo dos
fotografías grandes, enmarcadas en dos muros, a los que les urge una mano de
pintura. En una de ellas, que tiene ya muchos años, están sentados a una mesa
William Burroughs, Mick Jagger y Andy Warhol (me gusta imaginar que están en el
Bounty's). En la otra foto, de Robert Mapplethorpe, de los años setenta,
aparecen Patti Smith y William Burroughs.
El edificio es conocido, y aún
atrae a admiradores, fanáticos y curiosos porque en uno de los departamentos, William
Burroughs mató a Joan Vollmer, su esposa, la noche del 6 de septiembre de 1951.
Lo hizo intoxicado de alcohol y otras drogas, imitando el célebre pasaje de
Guillermo Tell: Joan se puso contra la pared, colocó un vaso sobre su cabeza;
él apuntó con su pistola y... falló.
El hecho es muy conocido, la
primera anécdota de los poetas y escritores beatniks (Jack Kerouac, Lucien Carr
o Allen Ginsberg, los Burroughs, entre otros). A algunos de ellos les encantaba
México, en particular la capital: se divertían en los salones de baile, las
corridas de toros, las peleas de gallos, la lucha libre, el box, los cabarets.
La vida era barata; la comida, buena; la oferta de drogas muy estimulante, y la
policía corrupta y la justicia no operaba. El paraíso.
Jorge García-Robles escribió La
bala perdida, un libro sobre Burroughs y la muerte de Joan, y parece que
una novela gráfica reciente tiene el mismo tema. La leyenda Burroughs sigue
viva y muy activa; del crimen, hoy lo llamarían feminicidio, han pasado setenta
y dos años.
Todo esto me lo cuenta
apresurado el hombre del Krikd's, al que veo no como gerente, sino como dueño
del restaurante y aun del edificio. Se alegró de que alguno de sus muchos
comensales le preguntara por las fotos, y habló con orgullo de ellas.
Debe de haber heredado de sus
mayores el edificio. Conoce el lugar y su historia: debe de haber sido una
historia muy viva en su familia por varias generaciones.
«Aquí venían, en este lugar,
que se llamaba Bounty's, El lugar de la leyenda. Aquí comían y
bebían. Vivían aquí arriba», dice orgulloso. «El departamento está rentado, ahí
viven unas personas, pero todavía viene gente que quiere visitarlo, incluso del
extranjero. Hace un mes atendí a unos canadienses. El departamento no se puede
visitar.»
Puedo imaginarme el perfil del
inquilino que paga un alquiler por vivir en el departamento en que estuvieron
los beatniks, en el que Burroughs mató. No me extrañaría si vivir ahí tiene un
sobrecosto.
La dinámica del restaurante no da para una charla reposada, pero mientras me demoro en pagarle la cuenta le pregunto qué opina de William Burroughs. Pregunta ociosa, está claro que es la figura clave, el héroe del lugar.