31 de julio de 2023

Escrito en otra lengua

Los escritores que han logrado páginas y libros que podemos llamar una obra, en otra lengua que no sea la materna o de la primera infancia, siempre han despertado en mí asombro, una particular admiración, y no sé si una curiosidad malsana que oculta algo así como una envidia tenue e inocua. 

Escribir no es fácil, en ningún caso, y hacerlo en una lengua aprendida lo encuentro tan arriesgado como el equilibrista que va en su alambre, sin red, a quince metros del suelo. Un traductor incapaz que arremete una obra extranjera por necesidad, inconsciencia o soberbia es un funambulista irresponsable e improvisado que en su caída y fracaso literario puede hacer mucho daño. 

Tal vez el autor cuya maestría literaria se agiganta por su hazaña sea Joseph Conrad, súbdito ruso (hoy sería ucraniano), que aprendió inglés hacia los veinte años al enrolarse en la marina mercante inglesa, y la lectura de Shakespeare le permitió convertirse en un clásico de la literatura inglesa con una escritura singular. Un verdadero monstruo (para evaluar esta palabra, consúltese el Diccionario, por favor).

Y ese es el punto: los múltiples matices y significados y guiños que puede tener una palabra o una expresión en la pluma de un autor dotado, por no hablar de un genio. Las palabras significan, y están plenas de significados; y no significan ni dicen lo mismo. Flaubert sabía que no hay sinónimos. Entre niño, crío, chaval, escuincle, chamaco, chavito, angelito, chico, chiquillo, muchacho, infante, hijo... hay un abismo en la intención y en el habla del personaje o la expresión estética, el tono y lenguaje que ha elegido el narrador. 

Por eso es tan difícil comprender todo lo que dicen y sugieren las palabras. Comprender en todos los niveles es saber leer de manera plena. Hacerlo en otra lengua parece una hazaña. Este punto alcanza su extremo en el caso de la poesía, por supuesto. 

¿Cómo expresar en otra lengua eso que a veces tanto esfuerzo cuesta encontrar en la propia? Dicen que se puede escribir en otra lengua cuando se piensa en ella, y es posible hacer operaciones aritméticas mentales. Puede ser. Pero yo encuentro que con frecuencia me faltan palabras en español, y los nombres de cosas y objetos, de situaciones y conceptos se me escapan. Siempre habrá una palabra que nos falta o se nos niega: el vocabulario no tiene fin.

Con todo, la lista de los que han incursionado en otras lenguas no es breve, y algunos nombres son célebres. Pero más interesante sería conocer las razones para escribir en otra lengua. 

Mi admiración por Vladimir Nabokov, en este sentido, remitió un poco cuando leí, en Habla, memoria, su autobiografía, que, cuando tenía seis años «mi progenitor [sic] comprobó aquel año, con patriótico disgusto, que mi hermano y yo sabíamos leer y escribir en inglés pero no en ruso», gracias a los buenos oficios de su institutriz inglesa, seguramente Miss Norcott. (¿Por qué dice progenitor, palabra áspera, y no padre, papá, papi, entre otras posibilidades?) Si la obra de Nabokov es admirable, y lo es, no debe sorprender que buena parte de ella la haya escrito en inglés. 

Guillaume Apollinaire, italiano de origen polaco, incidió de tal manera en la lengua francesa que cambió el curso de la poesía, y no sólo en esa lengua. Residente desde joven en Francia, terminó por convertirse en un poeta tan francés como esencial. 

Rainer Maria Rilke incursionó en la lengua francesa, pero tengo la impresión de que lo suyo fue una exploración, una incursión temeraria, más que una búsqueda o revelación poética. 

Emil Cioran llegó muy joven a Francia, y terminó por escribir en francés. Es el mismo caso de Clarice Lispector, ucraniana de nacimiento y de lengua materna pero que al emigrar a Brasil hizo suya la lengua portuguesa, en la que escribió con maestría libros definitivos.

Samuel Beckett escribió una parte de su obra en francés, y parece que no son sus mejores páginas. Esos textos «dicen menos, no están tan bien escritos», lo cual también podría ser la intención de Beckett. 

Milan Kundera, escribió en checo sus primeros libros, entre ellos La insoportable levedad del ser, novela que le basta para ser recordado entre los grandes autores europeos del siglo XX. Le preocupaba mucho, como a muchos otros escritores, la fidelidad de las traducciones* a otras lenguas, y no le faltaba razón. 

Leía y cotejaba, preguntaba y consultaba y descubría que los traductores con frecuencia hacen paráfrasis, versiones, aproximaciones impresentables o inadmisibles a su pensamiento y sus palabras, sus figuras, sus imágenes. Kundera, desesperado ante este problema, acabó por escribir sus últimos libros en francés. Y aunque tenía muchos de residir en Francia, su obra perdió brillo, calidad, precisión. 

No es fácil escribir literatura en una lengua extranjera, aprendida. Sin embargo, he conocido a dos autores, los dos italianos, y editado un libro de cada uno y puedo dar fe de su conocimiento de la lengua española. Nadie conoce tan bien un libro, después del autor, que un traductor o editor que ejerza bien su oficio.  

Carlo Cóccioli era un escritor italiano afincado en México. Escribía en español y algunos de sus libros con temas mexicanos. Tuvo muchos años una columna en el Excélsior, y se regodeaba de la calidad de su prosa. Pero, además, había escrito en francés libros que fueron celebrados y premiados en Francia (quiero decir, al menos estaban muy bien escritos), y algunos los tradujo él mismo al italiano. 

Lo conocí cuando ya era un viejo imposible y nada agradable. Y trabajamos juntos en una versión revisada de una biografía suya de Buda. Tenía un gurú, un gramático colombiano, en Bogotá, que lo asesoraba. Le llamaba por teléfono y le pedía razones y explicaciones gramaticales muy complejas. Su conocimiento del español era impresionante, y sus escritos tenían una calidad muy superior a la media de los colaboradores de los diarios, por decir lo menos. No he conocido otro caso como el suyo. 

El otro autor es autora, Francesca Gargallo, escritora e investigadora de múltiples intereses y actividades de la que edité la novela Al paso de los días. Fue una alegría trabajar con ella en la versión final. Tenía poco más de veinte años cuando llegó a México, y su español, impecable, se caracterizaba por algunos giros y usos poco comunes que antes de revelar su extranjería mostraban una curiosa singularidad. 

Tengo noticia de otro italiano. Fabio Morábito llegó en su adolescencia a México, decidió escribir en español y sigue entre nosotros. Me dicen que sus dudas y sorpresas lo llevan a consultar gramáticas y manuales, y todos los días el Diccionario. A Morábito no lo conozco, ni he editado ninguno de sus escritos, pero he leído un par de libros de cuentos, en lo que he encontrado alegrías y no poco esparcimiento.


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*No conozco el original checo, y aunque lo tuviera frente a mí no comprendería ni una palabra. Los traductores son imprescindibles, tal por eso debemos vigilar sus traducciones o versiones. Una oración de La insoportable levedad del ser dice en su versión en inglés: «In the sunset of dissolution, everything is illuminated by the aura of nostalgia». 

La versión española de Fernando Valenzuela (Tusquets) dice: «El crepúsculo de la desesperación lo baña todo con la magia de la nostalgia.» La distancia es considerable; las oraciones dicen dos cosas distintas a partir de una original. Aquí hay gato encerrado o un traidor...

¿Disolución o desesperación? ¿Iluminado o bañado? ¿Por el aura o la magia de la nostalgia? Una traducción de Google dice: «En el ocaso de la disolución, todo está iluminado por el aura de la nostalgia.» Uf. Que alguien encienda las alarmas. No le faltaba razón a Kundera.