1 de marzo de 2024

Carta a Juan Rivera

 Querido Juan:

Hace menos de un mes me enviaste un ejemplar de tu novela La casa de la memoria rota (La Huerta Grande Editorial, Madrid, 2023). Es una edición muy bella, y tengo la impresión de que los libros de verdad, los de papel y tinta, mejoran cuando las artes gráficas y el proceso editorial alcanzan una realización notable, una ejecución esmerada; así, creo que esta nueva edición da mayor realce a tu novela publicada en el año 2021 (Gobierno del Estado de México, Toluca). Esto de que los libros mejoran, son más nítidos y profundos, más finos y logrados, debe ser una manía de lector, pero un libro bien compuesto y mejor impreso en buenos materiales siempre es una alegría. 

Así, con las dos ediciones en la mesa, noté que las dos notas biográficas hablan de libros que no conozco. Te pregunté por ellos, en el correo en el que te agradecía el envío. Respondiste así:

«Me preguntas sobre otros títulos que aparecen en la solapa de mi novela. La historia inconseguible es una novela juvenil que obtuvo en 2021 el Premio Internacional FOEM. Pensé que te la había enviado ya. Al próximo envío, te la adjunto para la colección. La edición está bellamente ilustrada. Un dato curioso es que la escribí durante un curso de literatura juvenil en Casa Lamm, diez años antes de su publicación. Sobre los libros de cuentos, puedo decir poco: con el primero, El lecho del mar, obtuve el premio estatal de literatura del estado de Hidalgo durante la preparatoria, lo cual me facilitó en gran medida el proceso de conseguir chicas. Y el segundo, La ronda, lo escribí a los dieciocho años para continuar con el hechizo. A pesar del paso del tiempo, no me avergüenzan. Creo que ya desde entonces está presente una filosofía personal que me gobierna dentro y fuera de la página: hacer bien las cosas. Porque aunque no haya mucho material, mucho talento o mucho de nada, se pueden hacer bien las cosas, todas. Aun así, tampoco voy por la vida presumiendo aquellos libros. Fueron y estuvieron bien.»

Me quedo con dos ideas: la voluntad de hacer bien las cosas, y que los libros pueden ser útiles en el proceso de conseguir chicas. No pensaba en esos libros de adolescencia y primera juventud, publicados hace más de diez años; supuse que sólo serían el sustento de la obra que escribes y escribirás, y que habría que volver a mirarlos con el tiempo, y ver qué ha sucedido con ellos, y que por lo pronto no te avergüenzan, lo cual quiere decir que tienes buena relación con ellos.

Coincidencia podría ser el nombre de una novela. Borges creía en ella, también García Ponce, en un sentido profundo, casi filosófico, y algunos autores la vinculan más con la causalidad que con la casualidad. 

Unos días después respondí tu correo, y me entretuve un tiempo con la idea de los libros de formación, adolescentes, sus posibilidades y razón de ser la obra posterior. Buscaba casos, ejemplos. Contra todo hábito y pronóstico, ese martes, por un cambio de horarios, iba a comer con mi madre y mi hermano en su casa. Para llegar, tenía que cruzar un parque en el que se instala, sólo los martes, un mercado callejero, un tianguis, con puestos de comida y mercancía varia. 

No sé por qué decidí cruzar el mercado, en el que es complicado caminar, si podía rodearlo sin gran esfuerzo; no sé por qué llegué a la esquina, si había un pasillo diagonal que me libraría de los puestos de frutas y de tacos, de maquillaje y ropa barata. Pero sí sé por qué tenía que ir a meter las narices al único puesto minúsculo en el que había una veintena de libros sobre una mesa expuestos al sol. 

Me acerqué, a pesar de que iba sobre la hora y nada esperaba de un triste puesto de un mercado, porque no puedo dejar de mirar los libros que aparecen en mi camino. De todos esos libros viejos, sólo uno tenía algo que ofrecerme, sólo uno era para mí. 

Me acerqué a ese puesto para el feliz encuentro con un libro tuyo. Contra toda probabilidad, ahí estaba un ejemplar de La ronda, de 2013, en buen estado, uno más que razonable si lo imaginamos rondando por el mundo, de mano en mano, once años y asoleándose sin pudor los martes de mercado. 

No podía creerlo, Juan. Esa mañana pensaba en tus libros y de pronto uno de ellos me sale al paso. El librero me pidió treinta pesos por el ejemplar, que es el precio de un litro de leche. Lo compré por supuesto, aturdido de felicidad por el hallazgo, temeroso de los dioses, del significado de esa casualidad que tendría que ser la seña de algo mayor. 

Si me hubiera empeñado en buscar La ronda, podría haber recorrido librerías de viejo de toda la ciudad, hurgado en otras librerías, bodegas y rincones, y estoy completamente seguro de que no lo hubiera encontrado.

Ahora empezaré a leerlo con cautela, como si examinara un objeto explosivo, como si saliera de ronda. Estoy convencido de que esa coincidencia guarda un secreto, un mensaje que aguarda. Al menos creo, que así podría comenzar La coincidencia, esa novela no escrita que empieza a tomar forma a partir de un libro tuyo, que vuelve, como una exhumación, para decirme algo, para ser leído. 

Un abrazo