6 de marzo de 2024

Los huesos del general

El comandante supremo de las fuerzas armadas, por decreto, y con la previa autorización del Senado de la República, ha enviado a sesenta marinos, veinte soldados, once especialistas de la Comisión Nacional de Búsqueda y dos empleados de Relaciones Exteriores (noventa y tres personas en total) en busca de los huesos de Catarino Erasmo Garza Rodríguez, un don nadie de nula trascendencia histórica que pasa por un gran revolucionario y que seguramente fue asesinado en sus correrías en 1895.

Es hora de que los huesos de ese ínclito varón vuelvan a la patria.

La expedición zarpó de Veracruz en el Huasteco, el 19 de febrero, y la búsqueda, por fortuna, no se extenderá demasiado, pues deberá volver el 16 de abril; un senador de la oposición ha llamado a esta expedición «turismo militar».

Catarino, periodista crítico y enemigo de Porfirio Díaz, inició en 1891 una revuelta contra el viejo dictador en... Texas, que fue vencida y aniquilada sin llegar a México. Entonces tuvo que exiliarse. No volvió a México. Anduvo en el Caribe de levantamiento en levantamiento, de revuelta en revuelta, hasta que cayó en Bocas del Toro, hoy provincia de Panamá. 

Dicen que el presidente de la república escribió (es un decir) un libro sobre don Catarino, célebre precursor de la Revolución Mexicana, aunque en otros ámbitos, con otras fuentes y otros datos, se dice que sus méritos militares y éxitos en su lucha están por averiguarse o inventarse.

La misión, conocida por el pueblo bueno como "Rescatando al soldado Catarino", tiene el encargo de hacer labores de «excavación arqueológica» para encontrar los restos del general (es un decir) y repatriarlos.    

La primera dificultad fue hacer sobre la marcha, a destiempo, una serie de trámites burocráticos, siempre engorrosos y absurdos, como pedir permiso a la hermana República de Panamá para el desembarco de los militares y que hicieran hoyos aquí y allá. 

El final es previsible, por supuesto. La expedición será un éxito. Antes del plazo señalado, los soldados y marinos encontraran los huesos, en un hallazgo asombroso, en el que se combinaron positivamente factores tan diversos como las estrellas, la genial estrategia y táctica militares, la intuición y la buena fortuna.

No importara, por supuesto, si los huesos encontrados son de general o de sargento, de cualquier cristiano o pagano, de caballo, perro o de burro; da igual. Se anunciará orbi et urbi el gran hallazgo. Serán incinerados, y volverán en una urna de maderas finas cubierta por la bandera nacional. El Huasteco entrará triunfal al puerto de Veracruz, entre salvas y las más viva y espontánea recepción de bienvenida que se haya visto en mucho tiempo. 

El presidente de la República recibirá las cenizas del general y ordenará que se dispongan en algún altar de la patria, y condecorará a los bravos guerreros que fueron a rescatar lo que tanto necesitábamos. 

Esto podría ser el argumento de la farsa, de una opereta, de un mal cuento, de una pésima película del Santo o de los hermanos Almada, pero sucede que es un hecho histórico. Ahora mismo tropas mexicanas buscan los huesos de un hombre que murió hace ciento veintinueve años y que no merece más atención que una línea en los libros de historia. 

Pronto nos olvidaremos de este distractor, de este disparate, que movería a risa si México no fuera el país de los desaparecidos. Hay más de cien mil personas que no volvieron a su casa, y hay más de cincuenta y dos mil cuerpos sin identificar. 

Y hay mujeres heroicas que se juegan la vida por buscar los cuerpos de sus hijos; lo hacen contra viento y marea, a pesar de los criminales, y la desatención y la obstrucción de las autoridades; lo hacen con rabia, con llanto, de rodillas, y escarban con las uñas. Y no dejarán de hacerlo.