El Capítulo VIII del Quijote es el de la aventura de los molinos de viento. Es uno de los más conocidos, y ese es justo la razón de este apunte. Don Quijote y Sancho van por el campo y descubren treinta o cuarenta molinos de viento.
Don Quijote, ansioso en su locura por entrar en acción, dice que son gigantes y que piensa entrar con ellos en batalla. Sancho le advierte que son molinos, no gigantes. Don Quijote le dice que si tiene miedo y se haga a un lado. Amenaza a sus enemigos. Todo esto lleva apenas una página, y luego escribe Cervantes:
«Levantose en esto un poco
de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don
Quijote, dijo:
»–Pues aunque movías más
brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y
encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal
trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre,
arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que
estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta
furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero,
que fue rondando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle,
a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal
fue el golpe que dio con él Rocinante.»Eso es todo. Esta, una de las escenas más famosas de la literatura, una de las más comentadas por lectores y especialistas, una de las más dibujadas y representadas, una que conoce hasta un chino monolingüe, se extiende a lo largo de un párrafo de poco más de cien palabras.
La escena no se repetirá, por supuesto, ni se volverá a ella de manera relevante en la novela. Habrá otros gigantes y enemigos, pero no molinos. Todavía, los turistas van a Campo de Criptana, en Castilla-La Mancha a ver los molinos que embistió Don Quijote.
¿Cuál es la clave o el secreto de esta escena, su fuerza épica, quijotesca, trágica y cómica? Tal vez en que es todo eso a la vez. Esa escena, imbatible en su eficacia, es una lección ejemplar de concisión y brevedad.
Pero hay otras. El canto de las sirenas en la Odisea también ocurre una sola vez y en unas cuantas palabras. También la escena de Penélope tejiendo y destejiendo es breve, y aparece casi como un comentario marginal, y tiene una fuerza decisiva en el curso del relato, en el devenir de la historia, y aún se discute y debate el papel que desempeña ese gesto para preservar su fidelidad conyugal.
También Homero cuenta en la Odisea la aventura de Ulises con Polifemo con una brevedad asombrosa, y así es también la escena de Sísifo. Y Dante cuenta las penas y los amores de Francesca y Paolo en tres decenas de versos. Y Shakespeare, entre otros, muestra su arte en el monólogo de Hamlet, que no es más extenso.
No sería difícil encontrar otros ejemplos entre esos clásicos, en su capacidad de decirlo todo en una página o una escena. De agotar, sí, un tema en una tragedia, en un poema definitivo, en una gran novela. Las suyas son lecciones de contundencia, sabiduría, claridad, brevedad y precisión cuya eficacia y belleza despiertan admiración y nos iluminan desde hace siglos.