21 de diciembre de 2016

Audrey y Hedy

En «El fracaso no es lo que parece», apunte de este Cuaderno de bitácora de lo casi inadvertido, anoté que Hedy Lamarr, verdadera reina de belleza y notable ingeniera, fue la primera mujer en aparecer desnuda en una película. No es así. Hedy apareció desnuda en Éxtasis, película checoslovaca de 1933, pero esa película es recordada en particular por haber sido la primera vez que una actriz simulaba un orgasmo frente a la cámara. 


Por supuesto, fue condenada por círculos y ligas de las buenas conciencias y por el papa Pío XI. La vida de Hedy es muy conocida, pero su descomunal belleza, sus secretos inventos para usos militares, su fuga de Europa y de su primer marido (y los otros cinco que siguieron), sus escándalos, su llegada a Hollywood, su coronación como la más bella y su filmografía bien merecerían una película en la que, al parecer, no faltaría nada.

El 18 de noviembre de 1915 fue estrenada Inspiration, película en la que Audrey Munson apareció completamente desnuda en una película no pornográfica, al menos en los Estados Unidos. 

La crítica recibió el filme con los brazos abiertos: «inspiradora e intelectual», «atrevida», «un triunfo del arte de la cinematografía», y la actuación de Audrey fue «inocente, modesta y sencilla», «un trabajo de valor educativo y artístico en extremo». Inspiration no fue censurada, para ello había que esperar el Código de Producción de Películas o Código Hays, de 1930.

Audrey Munson tuvo una vida trágica. De una belleza arrebatadora, fue «descubierta» a sus quince años por un fotógrafo que la impulsó a la fama. Durante diez años posó para los fotógrafos, pintores y escultores de Nueva York. Ella fue la modelo para al menos muchas estatuas y ornamentos de casas y edificios de la ciudad de Nueva York.

Hizo cuatro películas silentes, de las que sólo se conserva una: Purity, de 1916. Cuando el éxito sonreía a «La señorita de Manhattan», también conocida como la «Venus de América», un médico se enamoró de ella fatalmente. Desquiciado, mató a su mujer para poder casarse con Audrey. El médico, condenado a morir en la silla eléctrica, se suicidó en su celda.

Aunque Audrey no participó en el homicidio y no hubo cargos contra ella, fue repudiada y el escándalo acabó con su carrera. Se retiró a un pueblo llamado México, en el norte del Estado de Nueva York, donde vendía de puerta en puerta utensilios de cocina. El resto es un gesto cruel de la fatalidad. Un intento de suicidio, el deterioro de sus facultades. Tenía 39 años cuando un juez ordenó que la internaran en un psiquiátrico.

Audrey, tan guapa, desafiaba las normas y estereotipos de belleza. En un artículo para el New York American, hacia 1920, escribió: All girls cannot be perfect 36s, with bodies of mystic warmth and plastic marble effect, colored with rose and a dash of flame ... Of course not.» («Todas las mujeres no pueden ser perfectas a los 36, con cuerpos de místico calor y efecto de mármol plástico, coloreados de rosa y una pizca de llamas... Por supuesto que no»). 

Pasó en el hospital psiquiátrico 65 años, y murió allí, en 1996, completamente olvidada a los ciento cuatro años de edad. Queda una leyenda, una película, fotografías, y las más de quince esculturas para las que posó y que están ahí, a la vista de todos, desafiando al tiempo, en la ciudad de Nueva York.