22 de diciembre de 2016

Cesare Pavese y las mujeres

Tenía la impresión, ligera, apresurada, de que el escritor que tuvo las relaciones más desafortunadas y complicadas con las mujeres fue Borges; ahora pienso que las desdichas amorosas de Cesare Pavese son mucho más que una serie de fracasos, en realidad el sino de su vida. Nunca fue amado por ninguna mujer, nunca dejó de buscar una a la que amar.

Desde el principio su vida amorosa fue un desastre. Y nunca mejoró. Pavese fracasó desde la adolescencia: esperó bajo el frío y la lluvia durante horas a una bailarina que huyó de él por otra puerta.

Por otra mujer se puso en peligro. Enamorado de Tina Pizzardo, pareja de un comunista preso, aceptó ser el intermediario y recibir en su casa la correspondencia. Eran los años durísimos del fascismo. En 1935, alguien lo delató, y la policía registró su casa y encontró cartas comprometedoras y fue acusado de antifascismo; fue encarcelado y luego confinado en Brancaleone, un pueblo calabrés.

Pavese enviaba notas a Tina, le hablaba de su sacrificio, de su afecto. Escribió en su diario, que lleva el bello nombre de Il mestiere di vivire (El oficio de vivir): «Mi historia con ella no está hecha de grandes escenas, sino de sutilísimos momentos interiores... Es atroz este sufrimiento». Tina le mostraba un desdén absoluto, y Pavese sufrió por ella, por la falta de noticias.

En una carta a su hermana María: «Hace mucho tiempo que no tengo ni un saludo de... y no sé si estará ofendida conmigo. Yo sigo esperando», y en otra carta a María: «¿Cuándo se cansarán de fingir que no se enteran que pido noticias, noticias, noticias y una postal firmada por...? Hace un mes que no pido otra cosa.»

Después de un año de confinamiento, en 1936, Pavese volvió a Turín. Enterarse que Tina estaba por casarse con otro, y el desengaño de que ella ignoró por completo las cartas y los poemas que le había enviado, fue devastador. Se culpa a sí mismo de ese amor malogrado, de ser incapaz de expresarle su amor a una mujer. Dice en El oficio de vivir: «Un hombre no se lamenta del amor que le ha traicionado, sino del envilecimiento de no haber merecido su confianza.»

Se convence de que sus desventuras se deben por causa suya, y cultiva su culpa; y que la condición femenina es innoble. Sus sentimientos se extienden a su diario en algunas frases vergonzosas y lapidarias. Algunos críticos hablan de misoginia en sus libros, en el diseño y trato de sus personajes. En su diario habla de su circunstancia y la resuelve con elemental aritmética emocional; podría haber escrito: como soy un misógino, no quiero a ninguna pero sobre todo, por ello, ninguna me quiere.

Sólo y soltero a su pesar, Pavese buscaba desesperado el amor, y una esposa. Años después de haberla olvidado, escribe: «el golpe bajo que te ha dado Tina lo llevas siempre en la sangre...» Luego le pedirá matrimonio, entre otras, a amigas, compañeras, a mujeres que acaba de conocer. Tenemos noticias de algunas. En 1940, cuando Italia entra a la segunda Guerra Mundial, Pavese se entusiasma por Fernanda Pivano, una estudiante universitaria que le presentó Norberto Bobbio, el gran politólogo.

La frescura de Fernanda y sus profundos intereses culturales encantaron a Pavese al punto que le propuso patrimonio. Pese a la negativa, su amistad continuó, y a ella está dedicada una buena parte de la poesía de Pavese. Con el tiempo, la amistad se consolidó, Fernanda fue su confidente; en Pavese renació la ilusión de un amor, y un hogar.

Cinco años después, en el verano de 1945, justo al terminar la guerra, Pavese volvió a pedirle matrimonio. Fernanda volvió a rechazarlo, y dejó huella honda en su ánimo y, a su manera, en su literatura: «desde que la conozco ya no puedo aburrirme, me atormenta y estimula pensar en usted, y por lo tanto no escribo novelas».

En 1946, Pavese encontró en las oficinas romanas de la editorial Einaudi, donde trabajaba, a Bianca Garufi. Pavese se aventuró en una nueva pasión, intensa y desafiante, por la que también sufrió. Fue otra de sus relaciones sin futuro, pero ésta tuvo un rasgo intelectual. Como lo hizo Borges con algunas de las mujeres a las que pretendió, Pavese inició un libro en colaboración con Blanca, una novela en la que alternarían la autoría de cada capítulo. El libro, inconcluso, fue publicado unos años después de la muerte de Pavese.

La última decepción tenía todos los elementos de la tragedia. Pavese, profesor y traductor, experto en literatura de los Estados Unidos, se enamoró, en un viaje a Roma, en diciembre de 1949 de Constance Dowling, actriz estadounidense. Constance, bella y rubia, era una diosa de la belleza en busca de fortuna y dispuesta a interpretar su papel de mujer fatal. Tenía, muy a su pesar, todos los atributos necesarios para aniquilar a un solitario, un poeta melancólico, tímido, feo, decepcionado, de mal genio, aburrido y triste.

Luego del deslumbramiento en Roma, Constance y Pavese se reencontraron en Turín. Pavese sabe, siente que es su última oportunidad. Pavese no supo enamorarla. Constance prefirió a un actor y marcharse con él a Hollywood. Cesare Pavese no fue capaz de resistir su rechazo, el rompimiento, el último desengaño amoroso. Había escrito: «Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desampara, la nada.» El desenlace era cuestión de pocos meses.

En una extraña carta, en agosto de 1950, dice: «¿Puedo decirte, amor, que nunca me he despertado con una mujer a mi lado, que cuando amé nunca me tomaron en serio, y que desconozco cómo es la mirada de gratitud que una mujer le dirige a un hombre?» No condición no podría ser más dolorosa.

El 22 de marzo de 1950 firmó Verrà la morte e avrà i tuoi occhi (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos), el poema más conocido de la literatura italiana contemporánea. Fue hallado en una carpeta, con otros nueve (ocho en italiano, dos en inglés) dedicados a Constance, en su escritorio en la editorial Einaudi.

Firmada en Turín, el 17 de abril, le escribió a Constance esta carta, tan clara y tan dura, tan dulce y desesperada:

«No tengo más aliento para escribir poesía. Las poesías llegaron contigo y se fueron contigo. He escrito ésta hace algunas tardes, durante largas horas mientras esperaba, vacilante, poder llamarte. Perdóname la tristeza, pero también contigo estaba triste. Observa que he comenzado con una poesía en inglés y la termino con otra cosa. En eso cabe toda la apertura que he experimentado en estos meses: el horror y la maravilla. Queridísima, no tomes a mal que siempre esté hablando de sentimientos que tú no puedes compartir. Por lo menos puedes comprenderlo. Quiero que sepas que te agradezco con toda el alma. Los pocos días de maravilla que he arrancado de tu vida eran casi demasiado para mí; bueno, ya pasaron, ahora comienza el horror, el horror desnudo y estoy preparado para afrontarlo. La puerta de la prisión ha vuelto a cerrarse con estrépito. Queridísima, no volverás nunca a mí, inclusive si regresas a Italia. Ambos tenemos determinadas cosas que hacer en la vida que tornan improbable que podamos encontrarnos de nuevo, excepto si nos casáramos, cosa que he anhelado desesperadamente. Pero la felicidad es algo que se llama Joe, Harry o Johnny; no Cesare. ¿Me creerás si te digo -ahora que no puedes tener sospechas de que estoy recitando para coaccionarte de alguna manera- que esta noche he llorado como una criatura pensando en mi suerte -y en la tuya- pobre mujer, fuerte, hábil, desesperada en la lucha por la vida? Si he dicho o hecho alguna vez cosas que no podías aprobarme, perdóname. Yo te perdono todo este dolor que me carcome el corazón, sí, te aseguro, le doy la bienvenida. Este dolor eres tú, la verdadera maravilla y el verdadero horror de ti. Rostro de primavera, adiós. Te deseo éxito en tus días y un matrimonio feliz, sí. Rostro de primavera, he amado todo de ti, no sólo tu belleza, lo cual sería demasiado fácil, sino tu fealdad, tus momentos desagradables, tu tache noir, tu rostro hermético. No te olvides de eso.»*

El 26 de agosto le escribió a su amigo Giuseppe Vaudagna: «Estoy acabado. No tengo ganas de ver a nadie. Pagaría en oro a un asesino que me apuñalara durante el sueño». Al otro día, el 27 de agosto, Pavese ingirió diez bolsas de barbitúricos en una habitación del Hotel Roma de Turín.


*[Cesare Pavese. Cartas (1926-1950)vol. II. Alianza Editorial. Traducción de María Esther Benítez.]