31 de diciembre de 2021

Maneras de leer

Algunos lectores devoran libros, uno tras otro, con apetito insaciable. Los peores se jactan de sus hazañas como proezas olímpicas: «Yo me leo una novela de quinientas páginas en dos o tres noches.» No los envidio, siento una mezcla de admiración e incredulidad y me pregunto si habrán leído o paseado los ojos por las páginas; yo antes que leer más rápido, quisiera leer mejor.

Hace tiempo se impuso una tendencia a oponer la lentitud a la rapidez. La comida lenta frente a la comida rápida, etcétera. Me inclino por la lentitud si la comida y la lectura son mejores. Henry Miller narra en Sexus, a partir de sus amigos, sobre dos maneras de leer. Una cita, en la versión de Carlos Manzano:

«Roy Hamilton avanzaba milímetro, por decirlo así, deteniéndose en una frase durante días o semanas. A veces tardaba un año o dos en acabar un libro breve, pero, cuando lo había acabado, parecía haber aumentado un codo de estatura. Para él, media docena de libros eran suficientes para suministrarle alimento espiritual para el resto de su vida. Para él, las ideas eran cosas vivas, como lo eran para Louis Lambert. Tras haber acabado de leer un libro, daba la impresión absolutamente real de conocer todos los libros. Pensaba y vivía un libro desde la primera página hasta la última, y emergía de la experiencia con un ser nuevo y exaltado. Era lo contrario mismo del erudito, cuya estatura disminuye con cada libro que lee. Para él, los libros eran lo que el yoga es para quien busca en serio la verdad: le ayudaban a unirse con Dios.

«En cambio, Arthur Raymond daba la falsa impresión de devorar el contenido de un libro. Leía con atención muscular. Al menos eso era lo que yo imaginaba, al observar el efecto que surtía en él. Leía como una esponja, atento a observar los pensamientos del autor. Su única preocupación era absorber, asimilar, redistribuir. Era un vándalo. Cada libro nuevo era una nueva conquista. Los libros fortalecían su yo. No crecía, se henchía de orgullo y arrogancia. Buscaba corroboraciones para lanzarse con ímpetu y dar batalla. No se permitía a sí mismo darse por vencido. Puede que rindiera homenaje al autor que admiraba, pero nunca doblaba la rodilla. Se mantenía inquebrantable e inflexible; su concha se volvía cada vez más espesa.»

Dos maneras de leer. Una, minuciosa, cuidada, apolínea, en busca del santo grial de esa escritura. La otra, feroz, salvaje, un asalto al libro para apoderarse del botín. Kafka, que cultivaba la primera manera, creía que un libro debería movernos, sacudirnos, herirnos, despertarnos de un golpe en la cabeza. Es imposible encontrar y leer en la vida cientos de esos libros. La segunda manera de leer permite absorber y consumir cientos, en algunos casos mil o dos mil libros.  

Me pregunto si el lector total rompe sus propias marcas a costa de su vida. Es posible que así sea, salvo que haya identificado el acto de leer y gozar sus lecturas con la vida misma. ¿Tiene sentido leer mil libros en la vida? La respuesta es personal e intransferible, pero sin la lectura de ese número indeterminado y siempre cambiante de libros la vida y el mundo sería más planos, más grises: los libros nos enseñan a mirar el mundo, a mirar en nosotros mismos.

Habrá otras maneras de leer, pero serán puntos intermedios entre estas. «Descifrar» una obra de ficción, entendido como conocer las vicisitudes de la trama apenas vale la pena, demorarse en un libro único en busca de la Verdad, puede ser el origen de fundamentalismos e intolerancias. 

Pero tal vez todos los lectores, lean como lean, reconocerán que la lectura es un placer continuo y por hacerse. Un camino, que entre más se camina más se quiere caminar, que entre más se anda, más se quiere andar; y entre más se sabe, más se quiere aprender; entre más se disfruta, más se quiere disfrutar. La lectura puede ser contagiosa (los niños leen si sus padres o tutores lo hacen), y ejercerla, no debemos olvidarlo, es un acto libre y soberano, de rebeldía y liberación; y también, claro, leer es, como decía Valery Larbaud, ejercer el «vicio impune».