7 de diciembre de 2021

Redención

Si me evocas todas las cosas
y esta habitación está impregnada de ti
y el mundo es un circo cruel
(el amor es como un trapecio sin red),
verteré en el lavabo tu perfume,
quemaré tus fotografías,
seguiré puntual el manual de instrucciones
del aspirante al olvido.
Ocuparé tu espacio con una lámpara encendida,
cambiaré los cuadros y los muebles,
clausuraré tu rincón favorito.
Desecharé sin piedad todos esos discos que cantan tu nombre,
prescindiré de los libros que leíste y de la pluma que me regalaste.
Romperé tus cartas aunque quede sin identidad.
Si tú y yo ya no comeremos queso ni beberemos vino,
si no vibraremos con los mismos versos del poema,
si no miraremos el mismo colibrí, entonces,
si he de vivir sin ti, he de vivir sin nada.
Si no he de decir tu nombre, menuda, como ayer,
(como ir en francés para conjugarlo en segunda del plural),
cambiaré mis hábitos, mis costumbres,
dejaré el café por el té de manzanilla.
En realidad, iré más lejos,
voy a desterrar de los mares el color de tus ojos.

Te advierto que voy a olvidarte,
voy a salirme de mí porque aquí estuviste.
Te concederé la gracia de una sola página en blanco,
y si persistes -en tu contumaz ausencia- en habitar todas las cosas,
entonces apagaré la luz, el fuego y todas las estrellas fugaces,
saldré sin llaves y cerraré la puerta, y aun así
(lo sé, lo sé, no hay remedio: sólo tú podrías redimirme)
me harás falta en las calles sin rumbo al caer la noche.