28 de diciembre de 2021

Ojos de jade

Esa mujer tiene ojos de jade que rasgan la luz como puñales de fuego.
Temibles como fantasmas, me sorprenden en todas partes:
mirándome en ellos me asalta lo no vivido. 

Ojos de piedra, de troncos y pétalos, de agua y barro.
Ojos metálicos, de aire y rayo: diría que siempre están conmigo.
Desde los míos miro el mundo y apenas lo entiendo.
Desde los suyos, iluminado, contemplo el fuego, y sé de los bosques,
los ríos, los colores, los niños. Con ellos descifro los libros.

Su mirada tiene el color de la piedra, del musgo, del verdín,
de los árboles en los que cantan los pájaros.
Su mirada resguarda destellos del otoño, que deslumbran de lejos,
y en sus cabellos crecen y huelen flores invisibles.
Podría encender una guitarra en una noche sin luna
e iluminar los objetos en que se posa. 
(En un cambio de luces podría deslumbrar a un conductor sorprendido.)

Esa mujer tiene los ojos de un gatito, de un tigre, de todos los felinos, 
como de un ser fabuloso, de un pájaro tropical, del aguacate maduro,
del césped y las uvas en pleno verano.
Hay una luz incandescente en su mirada, una que perturba. 
No es fácil sobrevivir a esa mirada, que imanta mi brújula,
empaña la visión, rompe los espejos y aniquila el sueño.
A medianoche, con los ojos cerrados, se encienden ante mí 
como antorchas gemelas, fuentes de luz y desasosiego.
Abro los míos y los cierro, en la vigilia y en el sueño
están frente a mí, ardientes, perennes, como dos guerreros de fuego.