18 de diciembre de 2021

Un cartel y «Tabaquería»

Solía pasar todos los días frente a una tienda de muebles para baño. Desde la calle veía cabinas, duchas, armarios, lavabos y escusados de lujo con diseños que algún poeta de las vanguardias de hace un siglo no hubiera dudado en calificar como un poema. Pero yo no miraba los muebles, sino el cartel que estaba en una de las vidrieras. 

Una chica en traje de baño de una pieza posaba con tacones con un pie apoyado en un bidet, casi de perfil, y miraba hacia la izquierda, retadoramente a la cámara. La chica era una de esas que la prensa especializada no duda en llamar una reina de belleza. La composición era asombrosa. El fotógrafo debió de haber sido un profesional, en realidad un artista, con un equipo fotográfico de primera, que había logrado una imagen de gran calidad.

Todo era perfecto: la belleza de la chica (blanca, rubia, alta, delgada) y la posición en que se recortaban sus atributos, como no dejaría de comentar un presentador de televisión; el encuadre, la luz, el traje de baño azul sobre el bidet y el fondo blancos. Por supuesto, contribuían a esa obra tan lograda el peinado y el maquillaje inmaculados y el proceso digital con uno de esos programas informáticos que, antes que «retocar», pareciera que recrean o reinventan la realidad, la imagen que procesan. 

Frente a la tienda de muebles hay un paradero de autobuses, por lo que el tránsito siempre es imposible, lo que me permitió durante mucho tiempo mirar largamente el cartel desde la ventanilla. Un día, el enorme cartel desapareció.

Sentí un sobresalto. Supe en ese instante que algo había cambiado para siempre, el mundo se empobreció, algo se había perdido sin remedio. El escaparate de la tienda era un paisaje desolado en el que sólo había muebles para baño.

La poesía vino a mí para consolar mi desasosiego. Recordé «Tabaquería», de Fernando Pessoa, uno de esos poemas que pueden definir una vocación, arruinar una vida, o desatar una depresión: una rotunda lección vital y una lúcida reflexión sobre el pesimismo de la que no hay manera de salir sin daño.

En «Tabaquería», el poeta cuenta que vio por su ventana al dueño de la tabaquería de enfrente. Y sentencia así, en la versión de Octavio Paz: «Él morirá y yo moriré. / Él dejará su rótulo y yo dejaré mis versos. / En un momento dado morirá el rótulo y morirán mis versos. / Después morirá el planeta gigante en donde pasó todo esto...»

Seguramente será así, pero ahora yo sólo sé, con un símil notable y profundo desconsuelo, que vi morir el cartel publicitario de una tienda de muebles para baño.