22 de diciembre de 2021

Lavinia

Para LB

Ursula K. Le Guin, señora de la fantasía y la ciencia ficción, dedicó su última novela a la poesía, al mito, a un personaje entrañable. Lavinia (Minotauro) es su despedida de la ficción, de la escritura especulativa, una obra escrita cerca de los ochenta años, lo cual demuestra, una vez más, que un novelista puede desplegar su arte y ejercer su oficio con maestría en la vejez.  

Lavinia, para Virgilio, es un personaje intrascendente de la Eneida. En el monumental poema tiene once menciones, pero nunca habla ni tiene una acción relevante. Hija de Latino y Amata, reyes de Lacio, está destinada a ser la esposa latina, «italiana», de Eneas y, como madre de Silvio, un eslabón más de la cadena de la estirpe que fundó míticamente Roma. 

Para Ursula, Lavinia es al comenzar la novela una niña que corre por los campos y los bosques y, con el prodigio del tiempo en la novela, se hace una muchacha que toma el control de su vida y su destino, se enfrenta a su madre, acepta y decide su destino. Hija, esposa y madre de reyes, cumple su función histórica y su proyecto con inteligencia, audacia, cariño y entrega. Sabe muy bien quién es y lo que tiene que hacer, y nada la aparta de su camino. Sí, Lavinia es un personaje admirable; hoy podría decirse que una mujer empoderada (esta novela, falsamente histórica, también admite una lectura feminista).

Ursula sigue con apego los hechos de los últimos seis cantos de la Eneida. Si fidelidad a la narración del poema es impecable, pero, admite: «Mi deseo era seguir a Virgilio, no mejorarlo ni reprobarlo. Pero la propia Lavinia a veces insistía en que el poeta estaba equivocado. En el color de su pelo, por ejemplo. Y como soy novelista, y prolija, amplié, interpreté y rellené muchos rincones de su frugal y espléndida historia.» ¡Vaya! De no decir palabra alguna en la Eneida a corregirle la plana en Lavinia, así van las cosas entre Lavinia y Virgilio. 

Lavinia sueña (tal vez recibe en vigilia la visita del espectro de su poeta) a Virgilio, conversan. Él le cuenta su futuro, su misión. Ella lo escucha, imagina, sueña, aprende. Ella es tan lista, tan despierta, tan valiente y audaz que Virgilio, en esta novela deliciosa, le dice, en comparación con la reina de los volscos, otro personaje de la Eneida: «Oh, Lavinia. Vales por diez Camilas y nunca me di cuenta.» Así es. Lavinia es encantadora. Una vez más, un hombre (aunque sea uno de los grandes poetas de Occidente y aquí un personaje) se da cuenta muy tarde de lo que vale una mujer.

La estructura misma del relato es un prodigio del arte de la novela. Lavinia conversa con su poeta; pero ella vivió en Lacio ochocientos años antes de que Virgilio escribiera su poema; y la probabilidad, aun mítica y legendaria, de que Eneas llegara al Lacio después de la caída de Troya rompe todas las aritméticas y algoritmos posibles. Las fechas no coinciden y no pueden coincidir, y felizmente es así. Esto no es historia ni un registro contable ni una declaración ante el ministerio público, sino gran literatura. 

En Lavinia, como en toda gran novela, aparece la experiencia humana en muy diversas manifestaciones; tal vez en toda verdadera novela aparece todo: el amor, la muerte, la guerra, la lucha por el poder, la injusticia, los elementos y la naturaleza, la historia, la religión, el mito, el deber. (La lista podría ser muy extensa, sin fin.)

Lavinia es el testamento novelesco de una autora que en plenos poderes de su oficio eligió un tema y unas coordenadas muy distintas en las que desplegó su imaginación y maestría narradora para contar una historia en la que la dulzura y el encanto permean el relato. Ursula no volvió a contar la Eneida, desde ella, a partir de ella, desplegó otras posibilidades que cristalizaron en una obra notable, no gracias al azar, sino al trabajo y la sabiduría de una de las mejores escritoras de nuestro tiempo. Lavinia es una novela admirable, de esas que se guardan en la memoria y el corazón, y uno quisiera tener la gracia de releerlas a tiempo.