6 de diciembre de 2021

Insomnio

El insomnio se impone al caer la noche, antes de dormir, incluso horas antes de meterse a la cama. Se instala al final del día cuando uno recuerda o confirma que -a pesar del cansancio y la necesidad del sueño- la vigilia y la alerta, la amarga relación con los peores pensamientos y ocurrencias disparatadas se extenderán por las calladas y oscuras horas de la noche. 

Pareciera que se acude a una cita, que se cumple un rito o se celebra una infausta ceremonia. Es posible llegar rendido a la cama, apenas tener tiempo de apagar la luz y posar la cabeza en la almohada antes de conciliar el sueño. Y luego, una o dos horas después, despertar en medio de la noche y al tomar consciencia de la realidad uno puede vivir por un instante en el vértigo y el horror que debe sentir un náufrago en medio de la noche. 

El insomnio puede ser el peor encuentro con uno mismo. Un auto de fe, un desgastante ejercicio inquisidor en el que uno es el juez y el acusado. Sin duda, es la hora propicia para un examen de conciencia, para el recogimiento, y tendría que preguntarle a un creyente si es un momento propicio para la oración. En cambio sé, que los problemas nunca son tan graves y las soluciones se perciben tan lejanas. 

Abrir los ojos en la madrugada de manera recurrente nos permite reconocer con maestría cómo se recortan los objetos de la habitación por la tenue luz de la calle que se cuela por la ventana. Es la hora de acomodar la almohada, de cerrar los ojos y ensayar posiciones de uno y otro lado, boca abajo, boca arriba (alguien me dijo hace años que sólo los muertos duermen en ésta posición), de buscar conciliar el sueño con un mantra, con una canción, contando perros, ovejas o burros. 

No sé si levantarse y deambular por la casa como alma en pena es una buena idea. Tampoco me lo parece encender la luz y el televisor y empezar a ver una película a las cuatro de la mañana. Creo que sería mejor tomar un libro, y admito que la música (un cuarteto de cuerdas) puede ser más nítida y dulce y profunda a esa hora de absoluto silencio y ensimismamiento. 

El insomnio es el desasosiego, y no es difícil convencerse de que es una forma del castigo. Un insomne sufre su mal. Sé que un poeta ha escrito un libro en prosa, ha pretendido hacer literatura desde el insomnio y sobre éste. Algunos creen que puede ser un tiempo fecundo para la reflexión y la poesía, para el trabajo creativo. 

Borges nos advierte que «Funes el memorioso» es una larga metáfora del insomnio, y dice en «Las ruinas circulares» que sobre el personaje «la intolerable lucidez del insomnio se abatió sobre él». E. M. Cioran fue un insomne crónico, y con un poco de esfuerzo y empeño, en las horas robadas al sueño, podría configurarse una lista impresionante de las obras concebidas y ejecutadas en las madrugadas de insomnio. 

Quizá los insomnes, esos guardianes de la noche, permiten la armonía del orden el cósmico. Por eso nadie aprecia como ellos el alba, el tenue progreso de la luz hacia el día, antes de la salida del sol. El insomne que ve la aurora, se sabe condenado y bendecido de que al fin, muerto de sueño, sea ya la hora de levantarse a vivir la mañana de un nuevo día.