4 de diciembre de 2021

Envejezco

Cuando mi padre tenía la edad que ahora alcanzo, me parecía un hombre viejo. No tenía la salud que yo gozo; enfermo y avejentado, me parecía muchos años mayor, un hombre de edad provecta, que debe recibir atenciones, cuidados y aun gozar de privilegios en la sociedad. No todos tienen el claroscuro privilegio de mirar envejecer a los propios padres, pero uno casi nunca se mira en ese espejo. En ese deterioro cuyo desenlace fatal sólo es cuestión de tiempo.

No puedo saber si luzco como yo lo veía, y no hay manera de saberlo. A mi edad, me parecía rotundamente viejo. Hoy sé que no lo era. Que otros cumplen diez o veinte años, cada vez mayores, cada vez más viejos. 

El simple hecho de pensarlo, ya dice mucho del momento. Nunca me detuve a pensar cómo me vería de viejo, y uno piensa que estará allí, sin notar grandes cambios por el intercambio gentil y cotidiano de miradas con el que sonríe en el espejo. Cuando murió mi padre sólo tenía seis años más de los que ahora tengo. Paciencia, me digo, esto no es una carrera sino una posibilidad de goce y vida a cada momento. No hay prisa, me digo, no sabes cómo te verás cuando te sientas viejo. 

Es verdad, me siento joven, quiero decir, fuerte y con ánimo y me cuesta un poco creer que he llegado a los años que tengo. ¡Qué extraño asombro! Envejezco. Empiezo a envejecer, y por fortuna no sé sí lo haré por muchos años. Pero a fin de cuentas, el mecanismo es implacable y el fin sólo es una cuestión de tiempo.