5 de diciembre de 2021

El orden secreto

Si digo que sopla el viento, el viento sopla y no lo sabe.
Si digo que vuelan los pájaros, los pájaros vuelan frente a la ventana
y no lo saben.
Cuando digo que llueve, no sé quién llueve, si la lluvia o las nubes
o el cielo son los que llueven (llover es un verbo impersonal).
Si digo que ya es mediodía, el sol brilla meridiano.
Si digo que bajó la temperatura, nadie se entera de que hace frío.
Pareciera que el viento y los pájaros y la lluvia y el sol y el frío
oyeron mis palabras, pero no me oyeron ni saben escuchar.
A ellos tampoco les importan las palabras.
¿Por qué, entonces, cae la noche y el gato se ovilla?
Sospecho de un orden secreto de las cosas.
Uno que regula las estrellas y el paso de las hormigas.
El vuelo suspendido del colibrí responde al metrónomo del perro
que agita la cola para salvar el mundo. Todo es muy extraño:
el sabor del mamey, la forma del humo, el color del vino.
Lo digo en voz alta, y pareciera que el sabor del fruto es más dulce,
y el humo se deshilacha y el vino sabe a frutas, humo y tierra mojada. 
Hay un orden secreto que gobierna el cosmos,
con más leyes de las que imaginó Newton.
Ya lo sabían Platón y Borges (el nombre es arquetipo de la cosa),
tal vez hay un vínculo oculto entre las palabras y las cosas.
Y de pronto no sé qué me gusta más: la rosa o la palabra rosa.
El mundo y sus seres y meteoros devienen y suceden.
Pero aunque no lo saben, las palabras les dan un orden,
los iluminan y los nombran y los cantan.