26 de diciembre de 2015

Marilyn

También fue una lectora. El resplandor de la rubia imponente ocultaba a la muchachita frágil, melancólica y desdichada, amante de la literatura y de la historia. El guion para su vida que Hollywood y los medios le imponían insistía en cultivar la imagen de la mujer más sexy del mundo.

Marilyn Monroe no terminó la high school, algo así como el bachillerato, pero antes de que la devorara la fama se empeñó en ir por las noches a la Universidad de California a tomar cursos sueltos de literatura, después de trabajar como modelo y de buscar pequeños papeles en películas en las que casi siempre hacía papeles de rubia tonta.

Los testimonios de su gusto por los libros son contundentes y firmes, y son muchas las fotografías en las que aparece leyendo o con un libro en las manos. Fragments (FSG, Nueva York, 2010; hay una edición española: Fragmentos, Seix Barral, 2012) publica en edición facsimilar los escritos de Marilyn, sus notas íntimas, reflexiones, apuntes y aproximaciones a la poesía, escritos a máquina o a mano en cuadernos, en blocs de hoteles, en hojas sueltas. Es un libro imprescindible para aproximarse con alguna certeza a Marilyn, para acercarse a la expresión de sus emociones y sentimientos, su soledad y eso que solemos llamar sensibilidad.

Si los testimonios, los libros, los papeles personales, las fotos no fueran suficientes para hablarnos de la Marilyn lectora, los editores de Fragments se preguntan con agudeza si a alguna actriz de 1960 le hubiera interesado, por razones de imagen, aparecer leyendo o al menos con un libro en la mano en decenas de fotografías. Antes lo contrario. Las bellas de Hollywood no deben leer libros. Esas fotografías nos muestran un rasgo personal y un hecho constante y asombroso: Marilyn era una lectora, más que una lectora ocasional, y además leía muy buenos libros.

En su biblioteca había más de cuatrocientos ejemplares de teatro, poesía, filosofía, novelas, relatos, algo de historia y de ciencia. Muchos autores del siglo XX, sus contemporáneos. Su gusto era impecable: Beckett, Russell, Camus, Carroll, Chéjov, Dickinson, Dostoievsky, Durrell, Faulkner, Fitzgerald, Flaubert, Freud, Greene, Heine, Hemingway, James, Joyce, Kazantzakis, Lawrence, Lowry, Mann, Milton, O'Neill, Poe, Proust, Pushkin, Saint-Exupéry, Schopenhauer, Shaw, Shelley, Spinoza, Steinbeck, Stendhal, Styron, Tolstói y Wilde entre otros. El lector curioso y perspicaz puede encontrar la lista de su biblioteca en la Red.

Es cierto que los lectores que con los años formamos una biblioteca personal tenemos libros que no hemos he leído, pero no hemos renunciado a hacerlo, todo lo contrario. Su presencia es una promesa de futuro. No sé cuáles de esos grandes autores cuyos libros estaban en sus estantes no haya leído Marilyn, pero leyó a muchos de ellos. Frecuentó ciertos círculos intelectuales, fue buena amiga de Truman Capote, entre otros escritores, y estuvo casada con Arthur Miller, un notable dramaturgo.

Si comento que Marilyn Monroe fue una mujer sensible a la poesía y leía buenos libros, con frecuencia me miran como buscando la intención, el chiste, con una expresión de burla y sorna o con una ceja arriba de puro escepticismo. A medio mundo le cuesta creer que Marilyn Monroe, con su vida y su leyenda, pudiera ser o hacer algo más que salir en películas simples, aparecer desnuda en el primer número de Playboy o cantarle el "Happy Birthday" al presidente Kennedy. Se niegan a aceptar que en su soledad, en su casa, leía, que la lectura era su placer y su refugio; su pasión secreta era la literatura.

Me desconcierta que sean mujeres sobre todo las que dudan de la afición de Marilyn por la lectura, de sus modestas aficiones intelectuales; que sean mujeres las que la descalifican y refuerzan su papel oficial de rubia teñida que sólo podía saber de frivolidades, coleccionar maridos y una larga lista de amores fallidos, amantes ricos y poderosos. ¿Para qué querría leer libros?, ¿los entendía?, se preguntan.

Marilyn, como cada uno de nosotros, tenía una casilla, un escaque del que no es fácil salir. Marilyn fue una víctima de su belleza, de su circunstancia, de los hombres que la acosaron y aniquilaron, de la fama, del torbellino en el que se giraba su vida.

La belleza impecable y absoluta de ciertas mujeres puede ser su mayor obstáculo en otros ámbitos, la gran desdicha de su vida. Pareciera que no tuvieran otro sitio en el mundo: su única razón de ser, como la rosa, es ser bella. Lo demás, no importa. Más le hubiera valido a Marilyn ser una rubia tonta, una frívola insensible, dispuesta a pagar cualquier precio a cambio de fama, poder y dinero. Pero no fue así. Marilyn no era poeta, pero tenía el alma de una, y la fragilidad de la rosa.

Lo sabía bien Arthur Miller: «To have survived, she would have had to be either more cynical or even further from reality than she was. Instead, she was a poet on a street corner trying to recite to a crowd pulling at her clothes.» Sí, la imagen es justa: «Para sobrevivir, debió ser más cínica y dura ante la realidad. En cambio, era una poeta tratando de decir sus poemas en una esquina a una multitud ansiosa de quitarle la ropa.» Ni más ni menos.