Los poemínimos, tan celebrados, siempre me han parecido una caída, un accidente en la obra de un poeta mayor, como un rasgo indeseable o un defecto en alguien que respetamos y apreciamos mucho. Empecé a leer a Efraín Huerta a mis veinte años, y el encuentro con lo mejor de su poesía fue decisivo para la formación de mi gusto poético y mi educación sentimental.
Muy pocos poetas están a la altura de lo mejor de sí mismos en todos sus versos, en todos sus poemas. Tal vez lo consiguieron los que escribieron muy poco, los que valoraron cada palabra en busca de su justo peso poético (esto haría de San Juan de la Cruz el mejor poeta de la lengua española).
Un poeta cambia, su poesía cambia como lo hace el hombre con los años. Pareciera que todo se trastoca. A veces al rigor y la impecable belleza lírica de los primeros libros los suplanta la urgencia de lo importante. El poeta se relaja, confía en su oficio y sus palabras, se confunde, la tensión cede ante otras razones y motivos no siempre poéticos.
Si bien algunos poemínimos son ingeniosos, juegos de palabras, paráfrasis logradas de poetas admirables, pensé que respondían a la intención del autor de llegar a eso que solía llamarse el gran público, de que lo leyeran los que jamás se acercarían a Absoluto amor, Línea del alba o a alguno de sus poemas mayores.
Durante muchos años no fue editado y era casi imposible conseguir un ejemplar de Los hombres del alba (libro admirable, central no sólo en la obra de Huerta, sino de la poesía mexicana), mientras los poemínimos no dejaban de publicarse. Sus muchos lectores, que no se acercaban a la obra mayor, celebraban la agudeza del poeta, del Gran Cocodrilo.
Había una tristeza, un enojo en ese malentendido, que nunca dejó de inquietarme. Me importaban muy poco las opiniones de Efraín Huerta sobre esa veta o registro de su obra. No me convencería de sus atributos poéticos simplemente porque no los tienen; algunos si acaso tendrán gracia. Tal vez los poetas no siempre tienen la luz para apreciar lo que hacen. El propio Huerta cuenta dos anécdotas esclarecedoras:
«... durante mucho tiempo, supuse con ingenuidad que estos breves poemas podían ser algo así como unos epigramas frustrados. Error. Mi hija Raquel (8 años), al leer algunos declaró lo siguiente: 'Son cosas de reír'. Poco después, en la casa de un famoso pintor, Octavio Paz (58 años) los definió de esta manera: 'Son chistes'. Me alegró en extremo que, separados por medio siglo de experiencia y cultura, Raquelito y Octavio hubieran coincidido.» ('El poemínimo', en Estampida de poemínimos, Libros del bicho, 1980.)
En 'Efraín Huerta' (Sombras del obras, 1983), la nota necrológica que Paz dedicó a su amigo, dice: «También cultivó el epigrama, los poemínimos: breves, punzantes y, a veces, alados. A pesar de toda esta diversidad, fue ante todo un poeta lírico...» Si Efraín Huerta no hubiera escrito los poemínimos, seguiría siendo el poeta Efraín Huerta; si no hubiera escrito Los hombres del alba, y su mejor poesía en ese registro, no existiría el poeta Efraín Huerta. Lo mejor de la obra de Huerta ha quedado oculta, salvo para poetas y estudiosos, por sus chistes y epigramas.
El malestar que siento y aparece constante cada vez que vuelvo a leerlo o alguien celebra los poemínimos, gira de pronto. Surge una explicación sombría. En una larga entrevista a David Huerta sobre Efraín, su padre, le dijo a Christopher Domínguez Michael cuando éste le preguntó por los poemínimos:
«Me gustaría mencionar que su origen no es nada festivo ni jocoso. Efraín Huerta tuvo en los años setenta una crisis de salud muy grave: debido a un cáncer, le extrajeron la laringe y por lo tanto perdió la voz. El gran conversador, el gran hacedor de chistes, de ocurrencias, perdió la voz, fue una verdadera tragedia. Durante el tiempo que estuvo hospitalizado, él se comunicaba por escrito con nosotros; como ya no nos podía pedir de viva voz lo que necesitaba, lo escribía, y a veces los chistes que hacía verbalmente los hacía por escrito. Ese es el origen de los poemínimos. La gran cantidad de poemínimos que conocemos se escribieron a raíz de esas hospitalizaciones y de la pérdida de la voz que sufrió Efraín Huerta.» (Letras Libres, junio de 2014.)
Efraín Huerta, poeta mayor, dejó un poemínimo sobre las secuelas de su mal: «'Laringectomía' Lo mejor / De todo / Es que / Ya nadie / Puede dejarme / Hablando / Solo» El poeta perdió la voz, la frágil línea del alba, pero no el humor. A veces negro, pero humor al fin.
17 de diciembre de 2015
El poeta que perdió la voz
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