3 de septiembre de 2025

Cenizas

En Ciudad Juárez, Chihuahua, que alguna vez fue la capital del feminicidio, se suma ahora otra ola macabra de dolor y engaño.

Un crematorio que funcionaba de manera irregular, por no decir ilegalmente, llamado Plenitud, no incineraba los cadáveres que llegaban a sus instalaciones. Algo más que un contratiempo debe de haber sucedido en ese lugar, algo mucho grave que un retraso en la entrega de las cenizas de los cuerpos cremados.

El caso salió a la luz, con el correspondiente escándalo e incredulidad. Al 4 de agosto de 2025 la Fiscalía de Chihuahua había encontrado trescientos ochenta y seis cadáveres enterrados, de los que sólo treinta y tres habían sido plenamente identificados. Para reconocer los cuerpos se emplea un proceso de rehidratación cadavérica, para obtener huellas digitales que serán cotejadas por el Instituto Nacional Electoral con sus registros.

El proceso de identificación podría extenderse muchos meses, dicen las autoridades, en parte debido al deterioro de los cuerpos. Uno de los objetivos de identificar los cadáveres es poder entregarlos a sus familiares. 

Mil setecientas familias denunciaron haber recibido cenizas apócrifas (de cadáveres de otros, ajenos), y aumenta el número de familias que interponen denuncias contra funerarias de la ciudad a las que acusan de haberles entregado cenizas falsas, incluso arena para gatos, cemento o cenizas de animales.

No es fácil imaginar el dolor y la indignación de las familias, en duelo, al descubrir que el cuerpo no fue incinerado, sino mal enterrado en el solar de un crematorio, o que recibieron una urna con arena o cal o polvo de piedras.

Puede ser como una segunda muerte de la misma persona, cuyos restos no aparecen (y quizá no sean reconocidos o no se encuentren nunca) o no acaban de encontrar su lugar de reposo y paz. Debe ser una pena muy honda, alimentada ahora por la rabia del engaño, el fraude y la mentira. 

Los responsables de ese crematorio, de esas prácticas, al parecer tan extendidas, deberían responder por una vileza sin nombre, un acto ruin, miserable y perverso. 

La duda puede ser tan dura como el engaño y la mentira. Dudar de la fidelidad de alguien, de la palabra de alguien más, de los actos de otro puede ser el fin del amor, de la amistad, de la sociedad. Incluso entre hermanos puede sobrevenir el rompimiento si la duda es más que razonable.

¿Qué hacer con esa urna con las supuestas cenizas del abuelo, de la madre, del hermano si de pronto surge la duda sobre lo que contiene?

Algunas personas tienen la urna en un estante del salón, entre fotos familiares y objetos varios; otros la tienen sobre el televisor, y buen día de un pelotazo o en un descuido la urna se cae, se abre y se vuelcan las cenizas de la abuela y no hay más remedio que terminar de recogerlas de la alfombra con la aspiradora.

En la película Meet the Parents (La familia de mi novia), un personaje rompe el jarrón con las cenizas de otro personaje, encarnado por Robert de Niro.

Y quizá sea una leyenda, pero al menos alguien imaginó que un tipo tenía las cenizas de su madre en la cocina, y le agregaba una pizca a cada guiso, como un sazonador, con la misma actitud y estilo con que se rocía de albahaca deshidratada una ensalada. Un día las cenizas se acabaron. Ese hombre literalmente se comió los restos de su madre.

Escribe Irene Vallejo en una columna titulada «Lo que sabemos sobre la ignorancia»: 

[...] «los griegos pensaban que lo más sensato era incinerar a los muertos. Heródoto cuenta que cierta vez el rey persa Darío los convocó a su corte y les preguntó por cuánto dinero accederían a comerse los cadáveres de sus padres. Ellos, indignados, respondieron que a ningún precio. A continuación, Darío invitó a los indios calatias, cuya venerable tradición consistía en devorar a sus progenitores, y quiso saber por qué suma estarían dispuestos a quemar los restos mortales de sus parientes; ellos rompieron a vociferar, rogándole que no blasfemara. La costumbre es reina del mundo, concluye el historiador. Quizá lo realmente común sea despreciar otras formas de pensar y vivir convencidos de que la nuestra es la mejor y más cabal.»

En el cristianismo primitivo no se quemaban los cadáveres. Y todavía judíos y musulmanes no practican la incineración, prefieren enterrar los cuerpos. La iglesia Católica Romana después del Concilio Vaticano II, desde 1963, no se opone a la cremación, pero recomienda conservar las cenizas en un lugar sagrado y no en casa. Y ahora fomenta la incineración porque vende columbarios en las capillas para depositar ahí las urnas cinerarias.

Algunas personas dejan instrucciones precisas sobre lo que deberá hacerse con sus restos. Los que deciden ser cremados, indican que sus cenizas deberán ser enterradas o depositadas en un lugar específico, o que sus cenizas deberán ser esparcidas en el jardín de su casa, en una huerta, en el bosque, el campo, en el mar. 

Creo, siguiendo a los antiguos griegos, que lo más sensato es incinerar los cuerpos, pero está visto que es necesario tomar precauciones o vigilar muy de cerca el proceso. Lo que ha sucedido en el crematorio Plenitud es más que lamentable: les arrebata a las familias la certeza del destino final del cuerpo o las cenizas de un ser querido, lo que equivale a no darle reposo, a dejar abierto el proceso. 

Muchas de las familias afectadas de Ciudad Juárez tal vez no sepan nunca dónde fueron a dar los restos de su familiar fallecido, y ese es otro dolor aunado al de la ausencia. Un agravio, una afrenta que será muy difícil de olvidar. Tal vez no sea posible superarlo. Tal vez sea imposible el olvido.

2 de septiembre de 2025

Socavón

Dice el periódico del 24 de agosto de 2025, en la sección de notas casi sin importancia, que Araceli Zaragoza, de cerca de 60 años, a plena luz, cerca del mediodía, cayó en un socavón mientras caminaba en un sendero de tierra en la avenida Talismán, al norte de Ciudad de México.

Una versión, cercana a las autoridades de la ciudad, dice que la señora Zaragoza no vio el socavón y cayó en él por su distracción (por suerte no dijeron que por su gusto), aunque admite que el agujero no tenía cintas que alertaran al viandante, ni obstáculo alguno que llamara la atención, advirtiera o impidiera el paso. Si es que ya estaba ahí, es imposible no ver un hoyo grande en el camino. Pero está claro que no existía.

Otra versión dice que al paso de la señora Zaragoza se abrió la tierra, se creó un agujero mientras pasaba. Literalmente, el suelo se abrió bajo sus pies. El socavón es muy grande. Mide seis metros de largo, cuatro de ancho y seis de profundidad. 

Cayó seis metros en caída libre. Pudo haber muerto. Supongo que cayó en tierra mojada, lodo. Cuerpos de emergencia y seis bomberos (siempre heroicos, no importa cuándo y dónde se lea esta afirmación) tuvieron que sacarla en camilla, con sogas y poleas. Araceli Zaragoza fue a dar un hospital de traumatología. 

La formación de socavones está directamente relacionada con las lluvias intensas, que acaban por hacer fisuras en las tuberías, entonces se generan fugas de aguas residuales que reblandecen el suelo y termina éste por hundirse. 

En este año, ya se formaron 153 socavones en la ciudad. No sé si esa cifra alcanza para romper un récord mundial. 

Así que a los inconvenientes y peligros de la ciudad, a las ordinarias alcantarillas y registros abiertos, a los baches e inundaciones tradicionales, ahora se suman los socavones.* Caminar por la ciudad y que se abra un hoyo es perfectamente posible. Aquí, la súplica de los desesperados: Trágame tierra puede volverse realidad. 

Para los amantes de los deportes de alto riesgo, esta debe de ser una oportunidad inesperada. Una experiencia que no conocían ni han imaginado. 

Ir por la calle y que se abra el suelo y se trague a una persona debe de tener, luego del asombro, el miedo y aun el pánico, una vertiente metafísica. Algo vinculado con el sino, con la implacable voluntad de los dioses olímpicos o de cualquier otro monte; con el orden cósmico. Debe ser algo así como una revelación, como caerse del caballo y convertirse. 

Estoy convencido de que encierra un mensaje cifrado. Una experiencia de vida extrema y singular. Caer en un socavón seis o diez metros en caída libre y salir de ahí (con ayuda de los bomberos y en camilla, claro) debe ser como renacer. Una estupenda oportunidad para iniciar una nueva vida. 

Por lo menos, se ganaría una fama y celebridad que puede ser muy redituable. Alguien puede atribuirle súper poderes al sobreviviente, alguien más lo encontrará sexy e irresistible. Tal vez a alguno se le ocurra escribir su historia o incorporarla a su curriculum vitae

Pero también podría generar conflictos y adversidades; no faltarán los envidiosos y resentidos. Y es que, después de todo, no cualquiera puede presumir de haber sido tragado por la tierra. Volver, también, por supuesto, debe ser como regresar del Hades. Y conste que no a cualquiera le está permitido volver de ese lugar.

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*Véase en este blog el apunte "La muerte aguarda en una coladera abierta", del 12 de noviembre del 2022.  

https://enriquealfarollarena.blogspot.com/search?q=La+muerte+aguarda