La extravagancia y la excentricidad deben ser cualidades muy estimulantes que enriquecen la vida de los afortunados en poseerlas con situaciones y experiencias que nos están vetadas a los mortales ordinarios.
No es posible fingir, y los impostores serán descubiertos, e incluso renunciarán ellos mismos más pronto que tarde a su fallido intento de incurrir en prácticas raras y costumbres extrañas. No hay manera de fingirse una vida, una personalidad, una manera de estar en el mundo que no sea la propia sin que se caiga la máscara.
(Y el actor, un solitario, al caer el telón, al desmaquillarse ha dejado de ser Hamlet, y busca un taxi que lo lleve a un pequeño restaurante cerca de su casa porque en su cocina no hay con qué preparar ni un sándwich.)
Los extraños, esos raros, que tantas veces pasan por exhibicionistas y narcisistas, que deben tener frecuentes contratiempos, mueven al desprecio, a la sonrisa irónica, al entusiasmo, a la rendida admiración.
Imposible ocuparnos ahora de hacer, así sea un borrador, la clasificación universal de las excentricidades y extravagancias, pero tal vez no sea necesario porque casi todo el mundo reconoce esos actos y posturas tan extrañas y singulares.
Benoit Gallot, abogado, es según nuestras fuentes el curador del Pére-Lachaise, el famosísimo cementerio parisino, pero, tal vez llamarlo así sea otra excentricidad, y desde la ignorancia y la tradición lo imaginamos como el gerente o el director.
Monsieur Gallot es un hombre ocupado, el Pére-Lachaise tiene muchísimos visitantes (para no pocos parisinos visitarlo es como ir al parque, y pasear por los cementerios de París es casi una visita cultural), una extensión más que considerable, miles y miles de tumbas y legiones de gatos semisalvajes, además de un buen número de aves, pues, después de todo, es una de las zonas verdes más frondosas de París.
Pero Monsieur Gallot se ocupa con impecable eficiencia de dirigir a su equipo de colaboradores, de la venta de terrenos para tumbas (la demanda es enorme, y por lo tanto también las negociaciones y las quejas) y de la exhumación de cenizas y restos cuyo tiempo asociado al pago de cuotas se ha agotado (existe una zona con un osario, democrático, ordinario y común, donde acomodar lo que ya no puede estar en una tumba).
También supervisa unos mil entierros al año, atiende a visitantes distinguidos que acuden a conocer una tumba, y también ofrece consejos a directores de cine y otros artistas que buscan filmar o grabar o fotografiar en el cementerio. Y los problemas ordinarios de toda administración.
En el cementerio están enterrados militares de la época napoleónica (es la zona más apacible, hermosa y serena, dice Monsieur Gallot), y una formidable serie de escritores, artistas de todas las disciplinas, pensadores, científicos, políticos y aristócratas franceses y extranjeros.
Una lista inadmisible por sesgada e incompleta debe considerar, por lo menos, a Abelardo y Eloísa, Guillaume Apollinaire, Honoré de Balzac, Maria Callas, Frédéric Chopin, Paul Eluard, Georges Perec, Édith Piaf, Marcel Proust, Antonieta Rivas Mercado (ay, Antonieta), Gioachino Rossini y Oscar Wilde. Bueno, hasta Jim Morrison reposa allí.
Pero la excentricidad de Monsieur Gallot, y tal vez el rasgo que define su singular liderazgo y ejemplar desempeño es que ama tanto su trabajo, está tan estrechamente vinculado e identificado con el cementerio que decidió vivir en él.
Sí, tiene su domicilio, supongo que en una linda casa, propia de un bosque, rodeada de árboles y de tumbas. Me inclino a considerar que las cuarenta y cinco hectáreas del cementerio deben ser por las noches y días festivos una suerte de jardín privado tras los sólidos muros que las aíslan de la ciudad.
Monsieur Gallot está casado y tiene cuatro hijos, y su familia, al parecer, no está dispuesta a vivir en otra parte. Madame Gallot, al principio recelosa, se ha adaptado al cementerio y hoy es una consultora funeraria. ¿Cómo será su vida cotidiana? ¿Los hijos salen del cementerio para ir a la escuela? ¿El cartero y el banco envían la correspondencia como a cualquier otro domicilio? ¿Pueden recibir invitados, celebrar fiestas y cenas? ¿Cómo salen los amigos del cementerio a las dos de la mañana? ¿Gozarán de la paz de los sepulcros, o escuchan perturbadores sonidos y voces en las noches?
Tengo tantas preguntas que se antoja ir a visitarlos, conversar con ellos en algún sitio apacible del cementerio. Podría aprovechar para pedirle a Monsieur Gallot que me contara cómo es su relación con la muerte, con la que convive, por así decirlo, todos los días, y pedirle de paso un ejemplar firmado de su libro, que tengo muchas ganas de conocer, intitulado La vida secreta de un cementerio: La naturaleza salvaje y encantadora tradición del Pére-Lachaise.