Dice el periódico del 24 de agosto de 2025, en la sección de notas casi sin importancia, que Araceli Zaragoza, de cerca de 60 años, a plena luz, cerca del mediodía, cayó en un socavón mientras caminaba en un sendero de tierra en la avenida Talismán, al norte de Ciudad de México.
Una versión, cercana a las autoridades de la ciudad, dice que la señora Zaragoza no vio el socavón y cayó en él por su distracción (por suerte no dijeron que por su gusto), aunque admite que el agujero no tenía cintas que alertaran al viandante, ni obstáculo alguno que llamara la atención, advirtiera o impidiera el paso. Si es que ya estaba ahí, es imposible no ver un hoyo grande en el camino. Pero está claro que no existía.
Otra versión dice que al paso de la señora Zaragoza se abrió la tierra, se creó un agujero mientras pasaba. Literalmente, el suelo se abrió bajo sus pies. El socavón es muy grande. Mide seis metros de largo, cuatro de ancho y seis de profundidad.
Cayó seis metros en caída libre. Pudo haber muerto. Supongo que cayó en tierra mojada, lodo. Cuerpos de emergencia y seis bomberos (siempre heroicos, no importa cuándo y dónde se lea esta afirmación) tuvieron que sacarla en camilla, con sogas y poleas. Araceli Zaragoza fue a dar un hospital de traumatología.
La formación de socavones está directamente relacionada con las lluvias intensas, que acaban por hacer fisuras en las tuberías, entonces se generan fugas de aguas residuales que reblandecen el suelo y termina éste por hundirse.
En este año, ya se formaron 153 socavones en la ciudad. No sé si esa cifra alcanza para romper un récord mundial.
Así que a los inconvenientes y peligros de la ciudad, a las ordinarias alcantarillas y registros abiertos, a los baches e inundaciones tradicionales, ahora se suman los socavones.* Caminar por la ciudad y que se abra un hoyo es perfectamente posible. Aquí, la súplica de los desesperados: Trágame tierra puede volverse realidad.
Para los amantes de los deportes de alto riesgo, esta debe de ser una oportunidad inesperada. Una experiencia que no conocían ni han imaginado.
Ir por la calle y que se abra el suelo y se trague a una persona debe de tener, luego del asombro, el miedo y aun el pánico, una vertiente metafísica. Algo vinculado con el sino, con la implacable voluntad de los dioses olímpicos o de cualquier otro monte; con el orden cósmico. Debe ser algo así como una revelación, como caerse del caballo y convertirse.
Estoy convencido de que encierra un mensaje cifrado. Una experiencia de vida extrema y singular. Caer en un socavón seis o diez metros en caída libre y salir de ahí (con ayuda de los bomberos y en camilla, claro) debe ser como renacer. Una estupenda oportunidad para iniciar una nueva vida.
Por lo menos, se ganaría una fama y celebridad que puede ser muy redituable. Alguien puede atribuirle súper poderes al sobreviviente, alguien más lo encontrará sexy e irresistible. Tal vez a alguno se le ocurra escribir su historia o incorporarla a su curriculum vitae.
Pero también podría generar conflictos y adversidades; no faltarán los envidiosos y resentidos. Y es que, después de todo, no cualquiera puede presumir de haber sido tragado por la tierra. Volver, también, por supuesto, debe ser como regresar del Hades. Y conste que no a cualquiera le está permitido volver de ese lugar.
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*Véase en este blog el apunte "La muerte aguarda en una coladera abierta", del 12 de noviembre del 2022.
https://enriquealfarollarena.blogspot.com/search?q=La+muerte+aguarda