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4 de septiembre de 2025

Nabokov pudo no ser novelista

En una entrevista publicada en la célebre Paris Review, Vladimir Nabokov hizo una declaración sorprendente:

«Entrevistador: Además de escribir novelas, ¿qué es lo que más le gusta o le gustaría hacer?

Nabokov: Oh, cazar mariposas, por supuesto, y estudiarlas. Los placeres y recompensas de la inspiración literaria no son nada ante el éxtasis de descubrir un nuevo órgano bajo el microscopio o una especie no descrita en la ladera de una montaña en Irán o Perú. No es improbable que si no hubiera habido una revolución en Rusia, me habría dedicado por completo a la lepidopterología y nunca hubiera escrito ninguna novela.»

Si reconocemos a Nabokov como el enorme novelista que fue, su radical respuesta de que se pudo haber dedicado a cazar mariposas y que no hubiera escrito ninguna novela trastoca los cimientos del mito de la irrenunciable vocación por las letras, el de los autores entregados contra viento y marea a su oficio (algunos lo llaman carrera literaria), el del sacrificio sin fin para legar al mundo una obra. 

Ahora sabemos que algo bueno aportó la revolución rusa a la literatura, aunque buena parte de la obra de Nabokov la escribiera en inglés y no en ruso, y que podemos levantar las cejas cuando escuchemos a un autor decir que, si no puede escribir, sería mejor precipitarse al fin.

Nabokov dice que si no hubiera escrito sus novelas no lo hubiera lamentado, las mariposas podían ocuparlo, llenar sus horas y darle sentido a su vida. Yo prefiero al Nabokov novelista que al consumado lepidopterólogo (el lamentable Diccionario de la Lengua Española, tan limitado el pobre, por supuesto, no conoce ni reconoce esta ciencia ni a sus científicos), pero basta pensar en esa posibilidad para modificar el panorama de la gran novela del siglo XX. Quitarle peso, incluso existencial, al oficio de escritor, tan prestigiado, sin duda es un ejercicio estimulante.

Lolita no sería mi novela favorita de Nabokov, si tuviera que abogar por alguna, pero esa novela (que tal vez hoy sería rechazada una y otra vez hasta hacerla impublicable, así va el mundo), como cualquier otra de él, bastaría para inscribir su nombre entre los grandes. Pnin, Pálido fuego, Ada o el ardor, Habla, memoria son obras maestras.

No recuerdo a ningún otro autor que tuviera otra profesión o afición capaz de alejarlo de la literatura. Muchos novelistas y poetas han ejercido las más diversas profesiones y oficios para ganarse la vida, pero reservaban para la literatura lo mejor de su talento, su esfuerzo, su pensamiento, su imaginación, su quehacer, sus mejores horas disponibles.

Se puede dejar de escribir y dedicarse a la lectura, a cultivar el jardín o a estudiar mariposas. Será otro proyecto de vida, y uno digno de ser vivido. Que nadie renuncie a la escritura. Es necesario decir la verdad y lo que mueve y motiva desde la imaginación y el corazón, contar la vida, y hacerlo con urgencia. Pero la lección de Nabokov es valiosa. 

Hay vida después de la letra, aunque la sentencia de Julio Cortázar revolotea en mi cabeza y golpea mi pecho: «Mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una clara diferencia».

El dilema, entonces, es escribir o no escribir. Y pensar que un príncipe de Dinamarca creía que la disyuntiva era ser o no ser