8 de noviembre de 2016

Un pequeño argumento

Encuentro en la sección de crónicas o sucesos un hecho irrelevante que me ha devuelto a mí mismo, al que fui hace muchos años. Proust lo sabía. Lo supo antes y mejor que nadie.

Es asombroso el poder evocador del sabor de una magdalena, o de una fruta. Pero también algunos olores, una vieja canción, ciertas palabras, algunos hábitos abandonados, un viejo cuaderno de escritura. Todo eso, como un juguete de la infancia, pueden devolvernos como un latigazo a un momento de vida que teníamos rotundamente olvidado.

Decía la crónica que una mujer de Portland, Oregon (¿en qué otro país esto sería esto una noticia y se publicaría y le daría la vuelta al mundo si no en los Estados Unidos?), robó involuntariamente un coche. Por error, se llevó uno igual al de una amiga que le había pedido el favor de recogerlo.

La mujer, que difícilmente podría ser con justicia llamada ladrona, en cuanto se dio cuenta de su error, tal vez muerta de miedo, regresó el coche al lugar donde lo encontró, dejó una nota de disculpa y dinero para compensar la gasolina que había gastado.

El periódico dice que el marido de la despojada miró esa noche por la ventana cómo el coche robado (como un perrito extraviado que vuelve a su hogar) regresaba y era estacionado a la puerta de su casa.

La crónica ofrece otros detalles, pero sólo uno es relevante: un oficial de policía dijo que las llaves de ese modelo de coche son intercambiables, lo que explicaría lo fácil que le fue a la ladrona llevarse un coche equivocado.

La historia no es relevante ni tiene mucha gracia. Es casi un comentario, una anécdota que pasa y se olvida, y sin embargo para mí fue un chicotazo de vuelta del olvido. El centro del relato es el argumento del primer cuento que escribí.

El personaje, ahora lo recuerdo, se llamaba Luis, y una noche se sube a un coche que no es el suyo. Pronto descubre su error: uno conoce su propio coche. Mira con atención y encuentra documentos, un pasaporte, dinero. Insatisfecho con su vida, sabe que pronto lo buscarán. Decide huir y cambiar de identidad.

Este relato, tan adolescente, ha vuelto a mí con la emoción íntegra y heroica con la que sólo se puede escribir el primer cuento. Me he sentido de pronto, mientras leía la crónica, como se sentía Luis al huir en un coche robado. En realidad, como me sentía yo mismo al escribirlo e imaginar lo que sentiría el personaje o alguien que jamás se hubiera llevado un coche robado.

El relato era muy malo, por supuesto. Y por fortuna no se publicó. Y espero que haya desaparecido del todo, que el fuego acabara con él y con los otros cuentos como ése que escribí luego en un cuaderno.

Todo esto no le interesa a nadie, por supuesto. Y la verdad es que a mí tampoco, salvo por el asombro de leer en un periódico como un hecho un pequeño argumento que imaginé hace muchos años, y con el que escribí mi primer cuento.

A veces, sucede lo que imaginamos. Otras, creemos imaginar lo que sucede. La Historia y la memoria se entretejen, las une el azar, el tiempo y el destiempo. Con frecuencia creemos que imaginamos o inventamos algo sin darnos cuenta de que se trata de un recuerdo deformado.