Escribe Albert Camus, en “Los muros absurdos”, ensayo de El mito de Sísifo que: «Pensar es
aprender de nuevo a ver, a estar atento; es dirigir la propia conciencia, hacer
de cada idea y de cada imagen, a la manera de Proust, un lugar privilegiado.»
La definición me parece admirable. Exacta y sensible.
Encierra una propuesta y una visión del mundo. Camus tiene la facultad de
estimular el pensamiento, de sacudir, de abrir puertas. De sugerir, de manera
impecable. Camus nunca defrauda, y siempre ofrece más.
Vuelvo a leer la definición y algo ha cambiado. En ella, o
en mí. Con las mismas palabras me dice otra cosa. Camus me sacude, abre puertas,
sugiere. Vuelvo a la oración por tercera vez y ahora, con absoluta nitidez,
encuentro que esa definición puede nombrar otra acción, encaja con el verbo escribir: “Escribir es
aprender de nuevo a ver…”
Algo ha cambiado. Estoy confundido, salvo que en este
instante me convenza de que al menos en un plano escribir es pensar, y pensar
es escribir (salvo para Sócrates). Escribir es pensar. Mejor aún: escribir
es mirar atentamente el mundo, dirigir la plena conciencia, hacer de cada idea
y de cada palabra, como exigen Proust y Camus, un lugar privilegiado. La
escritura, entonces, aparece iluminada como la revelación del pensamiento.