11 de noviembre de 2016

El paseante

La mujer que alertó a la policía dijo que el hombre había estado merodeando por su casa. Lo vio por la ventana y lo vigiló un largo rato antes de llamar al 911. Iba de un lado a otro, parecía que miraba los árboles frondosos. La calle es muy arbolada, y él miraba por mucho tiempo como si estuviera observando a los pájaros, pero en realidad miraba las casas. Parecía que no hacía nada, pero nadie se comporta así, su conducta era sospechosa. Estaba al acecho. Por eso llamé a la policía, dijo la mujer.

Llegaron dos patrullas. Una entró en la calle del incidente por el norte, un minuto después la otra entró por el sur. Las patrullas quedaron frente a frente, entre ellas estaba el hombre, que seguía vigilando como si mirara los árboles o buscara pájaros. El hombre no se alteró con la llegada de la policía, a los cuatro oficiales les pareció muy extraña esa conducta. Sin duda, un recurso muy hábil para engañar y confundirlos.

Los oficiales de la primera patrulla le dieron instrucciones al hombre y se acercaron a él lentamente. Los otros dos los cubrían más lejos; los cuatro le apuntaban con sus armas. Dice la mujer que llamó a la policía que el hombre levantó las manos y parecía muy sorprendido. Un oficial lo puso contra un coche, lo cacheó y lo esposó por la espalda.

El hombre debe de haber ofendido al oficial que lo detenía porque éste lo hizo girar y lo golpeó en la cara. El oficial declaró que le pareció necesario hacerlo para saber qué hacía en la acera de una calle tranquila, sin transeúntes, de un barrio residencial en el que no tendría que estar por serle del todo ajeno.

Cuando le preguntó qué estaba haciendo, el hombre respondió que sólo estaba mirando los árboles y escuchando el canto de los pájaros. Al oficial le pareció conveniente golpearlo para conocer la verdad, no sabían cuáles eran sus intenciones y su grado de peligrosidad. Por el golpe, con las manos esposadas en la espalda, el hombre cayó al suelo. El puntapié que le propinó en el estómago el segundo oficial no era necesario y de ninguna manera, a diferencia del primer golpe, fue justificado.

Llegó un tercer oficial y ayudó a sus compañeros a levantar al hombre y llevarlo a la primera patrulla. Tal vez no era necesario jalarle de esa manera los cabellos, dijo la mujer que llamó a la policía, el hombre no se opuso al arresto, pero hay que ser duro con los delincuentes. Nadie duda de que iba a cometer un crimen, aunque nadie ha descubierto cuál.

El hombre fue arrestado y llevado en la primera patrulla a la comandancia de la policía. Se le inició un proceso al que se fueron sumando causas: por conducta sospechosa, vagancia, intento de robo de coche, intento de robo a casa-habitación. No podían soltarlo por falta de una evidencia o acusación firme; la historia demuestra que es un error dejarlos en libertad una vez que han sido capturados.

El hombre declaró lo que el juez no quería oír: Ese día, al salir de su trabajo en el almacén de una librería, subió a un autobús. Decidió pasear hasta el final de la ruta, y luego, animado por su paseo, subió a conocer la parte alta de la ciudad, la más rica, sí, pero sobre todo la más arbolada. Empezó a caminar sin rumbo fijo, gozando de la vista de esas casas tan hermosas, pero sobre todo de los árboles y el fabuloso canto de los pájaros. «Me gusta caminar, me gusta mirar, soy un paseante», dijo.

El juez se lo tomó como una burla a su persona, a la autoridad, al orden y al imperio de la ley. Pidió que se abriera un expediente a fondo. Algo encontrarían, tenía que tener un vínculo con narcotraficantes o con terroristas o con una secta satánica o algo así. Se inició una investigación que no encontró nada. La falta de pruebas o evidencias, lejos de confirmar su inocencia, hacían más graves sus desconocidas faltas. El día que fue arrestado llevaba un libro de William Carlos Williams, que desconcertó mucho a las autoridades. No se puede robar en una casa mientras se tiene un libro de poesía en las manos. Las sospechas se alejaban de los delitos comunes para hacerse más políticas y morales.

Soltero, de veinticinco años, vive con su madre. Nació al sur del estado, y cursó hasta segundo de bachillerato. Al morir su padre, hace diez, se mudó a la ciudad y empezó a trabajar al almacén de la librería, donde es un empleado modelo. Apenas convive con sus compañeros, no sabemos si tiene amigos, es muy reservado, pero todo mundo lo considera una buena persona. Se le conoció una novia; terminaron y ella se casó con otro. Tiene una hermana que vive en otro estado y un hermano que sirve en el ejército. Un solitario.

El abogado defensor insiste en pedir la libertad inmediata para el paseante, como le dicen con sorna en los tribunales. El abogado insiste en que no hay cargos firmes ni pruebas. Sólo un testimonio vago de una vecina que lo vio por la ventana. El hombre sólo estaba de paseo, y eso no es un delito. Es un hombre extraño, tal vez, como el tonto de la colina, ¿recuerdan la canción? Le gustan los atardeceres, los árboles, el canto de los pájaros. Es un hombre que camina sin rumbo, que mira, que se detiene, que va por las calles y caminos por el gusto de recorrerlos. Dice que esas largas caminatas son muy gratificantes.

El juez, en funciones de detective, no puede creer en la inocencia de el paseante sólo porque no lo ha desenmascarado. Ese hombre oculta algo. Dice: ¿Quién anda por la calle sin un celular? Pero no había olvidado el suyo ni lo había perdido. ¡No tiene un teléfono celular! Tampoco tiene una computadora, ¿lo pueden creer? ¡Y tampoco tiene tarjetas de crédito! Ni una sola, ni las ha tenido. Tampoco tiene líneas de crédito en almacenes o tiendas. Ninguna agencia de automóviles lo conoce porque nunca ha tenido uno, y dice que no le gustaría comprar uno. Por supuesto, no tiene cuentas a su nombre en las redes sociales. Dice que escucha la radio. Y sí, en efecto, en su casa encontramos una radio portátil.

No tiene deudas. No está afiliado a ningún club, no es hincha de ningún equipo, no va a los estadios, no pertenece a ningún partido político, no pertenece a ninguna asociación, ni de ex alumnos ni de nada, y no pertenece a ninguna iglesia. No se emborracha en bares, no fuma y no consume sustancias estimulantes. Es un hombre que pasea por lo parques. Sus vecinos dicen que no se mete en líos, que es callado y educado.

Gana poco dinero y no quiere tener más, y paga sus pequeñas cuentas en efectivo. Los sábados pasea por los parques y nunca va al cine. ¡Claro, está limpio para confundirnos! ¡Tiene el perfil perfecto para que los medios se compadezcan de él y dejar impunes sus crímenes. Pero la única verdad es que estamos ante un misántropo, un ser antisocial.

Es un provocador, un resentido social, un anarquista. No sabe si le gustaría formar una familia y sobre todo, tomen nota por favor, no vota. Nunca ha votado. No le interesa fortalecer la democracia y engrandecer a su país. Dice que no tiene opiniones políticas. La suya es la más acabada forma de la resistencia antisistema. Debe pertenecer a una célula política muy  extraña, tiene que tener cómplices. Si comete un crimen no dejará la menor pista.

Si por un momento, continuó el juez, acepto sin conceder que este hombre no es un peligro para la sociedad, un verdadero agente de disolución social, entonces tiene que estar trastornado de sus facultades. No sé si es feliz, pero su felicidad ofende la marcha de la humanidad hacia el progreso y el desarrollo de la civilización, de la moral, de las buenas costumbres. 

En ese caso, y repito, aceptando sin conceder, que es inocente, su crimen no está en el Código pero no es menos grave. Por ello, pido, tras los exámenes de rigor, se considere muy seriamente sea ingresado en un hospital psiquiátrico. Es necesario estudiarlo, llegar al fondo de las cosas.

¿Es que no se dan cuenta? Tenemos que ayudarlo. ¿Quién se atreve a decir que con su malsana conducta es un hombre libre? ¿Quién puede ocupar su tiempo en escuchar el canto de los pájaros en los árboles frondosos? ¿Quién puede decir que no quiere labrarse un futuro y que le basta vivir el momento presente? ¿Quién, en su estado y condición, puede afirmar que no tiene ambiciones y declararse feliz? Es necesario internarlo. Hagámoslo por él, por la sociedad. Su ejemplo sería devastador en nuestros hijos. No podemos dejar que un hombre así ande libre por las calles. Por Dios y por la patria que no podemos.