Hoy se cumple un año del centenario del nacimiento de Octavio Paz. Un año es una medida razonablemente humana del tiempo. Una eternidad en la infancia; una fecha que vuelve veloz en el calendario. El tiempo era uno de los temas del poeta. La fugacidad, la permanencia, la condición efímera del hombre en la Tierra.
Están tan cerca en la memoria los debates, los artículos y actos, los festejos, las reflexiones, las lecturas con motivo del centenario. Ahora hace un siglo más un año. Hace poco, hace nada, recordábamos en su justo sentido los versos: soy hombre: duro poco / y es enorme la noche.
El tiempo es un potro desbocado, que no se agota ni se cansa, se fuga y se pierde, a lo lejos, en su marcha. ¿Es esto una metáfora? Sólo nos queda abrir bien los ojos, en el parpadeo luminoso, vital, que nos da esa noche enorme. Octavio Paz, su vida, sus luchas, su poesía, su pensamiento, el paso de un año desde su centenario es también una medida del tiempo.
¿Es real el tiempo? Sólo si sabemos que pasa y se fuga, y recordamos que estamos solos, pero cuando estoy solo no estoy solo: estoy conmigo. La poesía, a veces, es un bálsamo. Recuerdo el centenario con la solidez de esa moneda acuñada para la ocasión. El tiempo nos arrasa, nos rebasa, nos devasta. De pronto, nos damos cuenta de que ha pasado, desde el siglo, un año.
Trato en vano con la memoria de detener el tiempo. En aquel potro se fuga la realidad en un instante. No hay consuelo. Somos hombres, duramos poco, estamos solos y es enorme la noche. ¿Es esto la realidad? No lo sé. Escribió el poeta: Quizá la realidad también es una metáfora. Acaso una que también desgasta el tiempo.
31 de marzo de 2015
Un año y un siglo
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