12 de marzo de 2015

Amigos perdidos

Con el paso de los años es imposible no tener ya un registro personal de los amigos que han partido. Algunos empiezan muy tarde a inscribir el primer nombre en ese recuento, pero luego inexorablemente éste crecerá, acaso tanto que no será imposible perder la cuenta y faltar a la memoria de alguno.

Pero también hay otra lista, la de los amigos que hemos perdido en vida, de los que nos hemos distanciado, por errores y mezquindades, traiciones y equívocos, malentendidos y envidias, por nuevas parejas y separaciones, por matrimonios y divorcios, por la distancia y el silencio.

En el camino de la vida los hombres cambian tanto que puede llegar el día en el que no es posible encontrar y reconocer en la persona que tenemos delante al amigo que conocimos hace muchos años.

Yo he perdido algunos amigos. Y no es un consuelo saber que le sucede a todo el mundo. A veces las razones son tan infantiles que parecieran una mala broma. No es posible que un gesto desatento, que un juicio equivocado desemboque en la ruptura.

He perdido amigos, y lo lamento. Y echo de menos sobre todo a aquellos a los que pude haber lastimado, a los que decidieron que era mejor dejar de verme. En el caso contrario, cuando yo he decidido no frecuentarlos, procuro olvidar las causas y recordar los que nos unió en el pasado.

Todos los días convivimos con compañeros de alguna actividad, en la escuela o en el trabajo, con colegas, y a veces surge la amistad.  La vida nos acerca y nos aleja de gente de la que nos sentimos muy cerca por un tiempo, que puede extenderse por muchos años. Y un día, algo sucede, algo se rompe, y se abre una cima insuperable.

La amistad es tan valiosa y gratuita, tan nítida y estimulante como el amor. Y no menos misteriosa, y no menos frágil. Sin detenerme en los motivos y razones, hoy pienso en mis amigos perdidos.