18 de agosto de 2011

Otro ejemplar del Quijote

He comprado otro ejemplar. Después de mirar los cuadros expuestos en el Museo Iconográfico del Quijote en la ciudad de Guanajuato, entré a la librería del Museo, hojee la llamada Edición Guanajuato y la compré. Me dije que es una edición exhaustivamente anotada y que valía la pena compararla. Me dije que comparar las diferencias entre los prólogos, las notas y los comentarios de los especialistas también es una forma de conocer el Quijote, de adentrarme en los usos y costumbres, de conocer la lengua y el mundo de Cervantes.

De vuelta a casa, descubro que con este nuevo ejemplar ya tengo veinticuatro. Cuento y vuelvo a contar. Sí, tengo veinticuatro, porque hay uno en mi buró, otro en mi escritorio (una bella edición en octavo menor que me gusta mucho y que ha viajado conmigo en mi bolsillo mucho más allá de La Mancha), uno más en la mesa de la sala de la casa (en dos volúmenes de gran formato, comentado por Martín de Riquer e ilustrado por Antonio Saura) y veintiuno en los estantes de mi pequeña biblioteca (la primera que suelo consultar es la edición del Instituto Cervantes, dirigida por Francisco Rico).

Los libros sobre el Quijote no cuentan, me digo, son otra cosa y todos son distintos (ensayos, estudios generales o especializados en algún tema cervantino, incluso pequeños diccionarios y enciclopedias sobre la novela). Pero tener veinticuatro veces el mismo libro, aunque en diferentes ediciones (todas en español), merece una reflexión y tal vez una justificación conmigo mismo. Por muy diferentes que sean como objetos admito ante el primer leve soplo de sospecha que tal vez son demasiados.

Por fortuna no soy un bibliófilo, pero es cierto que tengo un ejemplar por la belleza de su tipografía, su composición, las capitulares. Conservo otro por los grabados de Doré, y otro más por los de Dalí. E incluso aprecio otro ejemplar por la tipografía y los grabados. Conservo una edición porque incluye, además de las dos partes del Quijote, el texto íntegro, infame e impostor del falso Quijote de Avellaneda. Uno más tiene un mapa casi fantástico de la ruta que siguieron el hidalgo manchego y su escudero. Tengo otro ejemplar que tiene un anexo con los dichos y refranes y frases ingeniosas de Sancho Panza. Otro más lo aprecio porque me lo regaló un amigo, y ahora que lo pienso yo también he regalado un par de ediciones interesantes.

Reviso uno a uno (demorarse con avaricia y entre los libros propios es una de las formas de la dicha, de ejercitar la memoria y la imaginación, de cultivar por unos instantes el arte del recuerdo que se cristaliza imponente en un fragmento de vida) y encuentro que todos esos libros son el mismo y son otro a la vez, cada uno a su manera. Todos contienen el Quijote y algo más. Aunque lo he hecho varias veces, no he leído veinticuatro veces el Quijote; los libros no sólo son para leerse.

Entonces tengo la coartada perfecta para acabar con mi sospecha. Ya puedo decirme que veinticuatro quizá son muchos, puede ser, pero aunque es cierto que no caben ya en el librero, todos son necesarios pues no todos me evocan ni me dicen lo mismo. No soy un coleccionista, me digo, y es cierto, no lo soy, pero de pronto descubro que sólo me falta uno para que sean veinticinco.