Gabriel Fernández
Ledesma fue un pintor y grabador que participó en la intensa vida artística
de la primera mitad del siglo XX mexicano. Al margen de lo que suele llamarse
el centro de la obra de un artista plástico, como ilustrador hizo un libro
memorable de lecturas para niños, creó escuelas y un taller de impresión y
grabado, y su cargo como jefe de servicios editoriales en la Secretaría de Educación
Pública le permitió conocer a fondo el casi olvidado arte de hacer libros como
una de las bellas Artes (era un asunto de familia: su hermano Enrique, escritor
y amigo de Ramón López Velarde, mientras fue director de la Biblioteca Nacional
de México publicó, en 1935, una Historia
crítica de la tipografía en la ciudad de México. Impresos del siglo XIX).
En 1938, Fernández Ledesma viajó a Europa con: «mi compañera
y esposa Isabel Villaseñor, la joven escultora Esperanza Muñoz Hoffman,
Angelina Beloff, pintora y amiga fraternal.» Isabel Villaseñor fue una
destacada pintora y escultora, y su posición como protagonista de la vida
artística de México la llevaría, entre otras actividades, a actuar en ¡Qué viva México!, el filme de Sergei
Eisenstein. Por su parte, Angelina Beloff fue la primera esposa de Diego
Rivera.
El motivo del viaje es muy claro: «el vivísimo deseo de
viajar y el propósito de hartarnos de museos.» Hay un segundo motivo. Dice, al
hablar de una pesada caja, que está: «repleta de fotos, enorme cantidad de
litografías y estampaciones, de grabados de madera y en metal. Es el material
que la L. E. A. R.
me confió, y con el cual he presentado en la Maison de la Culture , una exposición bajo el rubro L’art dans la vie politique mexicaine.» La LEAR , en la que militaba
Fernández Ledesma, era la Liga
de Escritores y Artistas Revolucionarios.
En 1958, veinte años después de aquel viaje, a partir de los
apuntes y dibujos que había en una pequeñísima libreta, Fernández Ledesma
publicó Viaje alrededor de mi cuarto
(París. 1938). Por azares y circunstancias, tengo ahora en mis manos un
ejemplar. Se trata de un volumen, en octavo, de ciento doce páginas, publicado
por Editorial Yolotepec, que es, de la portada al colofón, un modelo de las
artes plásticas. La edición, según maqueta tipográfica del autor, consta de
cien ejemplares numerados.
Es, en verdad, una pequeña joya, toda ella
cuidada con esmero, compuesta con tipografía fina, con plecas armoniosas y
versales y versalitas, impresa a dos tintas; con grabados notables del doble
autor, logradísimos en su ejecución, impecables, aunque acusan ese carácter
tosco, burdo, con los trazos un tanto gruesos, tan propios del arte llamado revolucionario
hacia 1950.
Gabriel Fernández Ledesma, a partir de aquellos apuntes, decidió
escribir no sobre su estancia en París sino sobre su cuarto en un quinto piso
en la rue Saint Placide. Es decir sobre su vida en París (y la ciudad misma)
desde su habitación. Ejercicio curioso, de escritura pulcra, que
inequívocamente hace referencia a otro libro. Dice: «Respecto al nombre que
habría de dar a mis apuntes, ni un momento dudé de este que lleva. No dudé a
pesar de saber que igual título ostenta una obra que ni conozco ni cuyo autor
recuerdo.»
Se refiere, por supuesto, a Voyage
autour de ma chambre (Viaje alrededor
de mi habitación) de Xavier de Maistre, obra tan célebre como difícil de
encontrar. Fernández Ledesma admite que no la conoció (ni le importó), pero
Sainte-Beuve, Proust y Borges (la cita textualmente en “El Aleph”), Stevenson y
Perec, y en nuestros días Enrique Vila-Matas, lo tienen por una obra precursora,
ejemplar y rara, cercana a Laurence Sterne.
No es para menos: Xavier de Maistre, debido a su encierro en
una habitación de Turín en 1794, como castigo por batirse en duelo, “viaja” a
través de su habitación. Encontró que todo viaje es interior, hacia uno mismo,
y que en cualquier habitación, desde cualquier ventana, es posible conocer el
universo entero.
Asombrosa certeza que nada tiene de novedosa. Virginia Woolf
también supo de la importancia y trascendencia que tenía para la imaginación,
la reflexión, la escritura y el pensamiento el gozar de una habitación propia.
Y Vicente Quirarte nos recuerda en La invencible
que Xavier Villaurrutia aprendió de «Paul Morand y antes en Xavier de Maistre
que todo viaje se realiza primero alrededor de la alcoba». Vila-Matas va más
lejos, y encuentra a Luciano de Samosata y en particular a Lao-Tsé como
precursores: «Sin salir de la puerta se conoce el mundo / Sin mirar por la ventana se
ven los caminos del cielo. / Cuanto más lejos se sale, menos se aprende.»
Fernández Ledesma nos habla de sí mismo y de París desde su
cuarto. No podría ser de otra manera. A fin de cuentas, habla de él, de sí
mismo, de lo que ve: de su mirada. Si
bien podría hablar de afuera. ¡Está en París! Si bien menciona las visitas
diarias al Louvre para ver pintura y comenta alguna excursión al mercado de Les
Halles, pronto descubre que «cuando uno se
queda encerrado en su cuarto, es precisamente cuando disfruta de mayor
libertad», y en su libro aparecen los tejados de París, los gorriones que
entran atraídos por las migajas de pan que pone para ellos, la calle cinco
pisos abajo. Aparece el lavabo, la cama, el ropero, la mesa, la puerta, la
cerradura, la despensa: «Alrededor del entrañable vitriolero de chipotles –objeto
principal de nuestro culto– se dan cita la mortadela de veritable cheval y las coquilles.»
Dice Vila-Matas a propósito de Xavier de Maistre: «Lo sepa o no, su parodia de los viajes va a
significar un salto mental, un punto de vista inédito que permitirá a los
lectores futuros, sin salir de casa, el asombro de ver las puertas del caos y
la simultaneidad del universo. El asombro, en definitiva, de ver más.»
Acaso Gabriel
Fernández Ledesma también sabía que como es arriba es abajo, como es afuera es adentro, y que no hay que marcharse muy lejos para conocer y aprender otras verdades. Podría
ser que alguien más pueda ver con otros ojos, ver y mirar y comprender, acaso por verdadera primera
vez, al viajar sin salir de su habitación.